Los 100 años de Carlos Manuel Muñiz

El ex canciller ponía especial interés en la conmemoración del centenario de los grandes diplomáticos argentinos. De esta forma, buscaba celebrar el nacimiento de las personas, no su muerte

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El ex canciller Carlos Manuel Muñiz (CARI)
El ex canciller Carlos Manuel Muñiz (CARI)

Hace 100 años, el 2 de febrero, nacía en Buenos Aires, Carlos Manuel Muñiz, arquetipo de diplomático argentino.

Fue abogado, docente y académico, pero ante todo un hombre con una gran vocación por lo público, lo que puso de manifiesto a través de su larga, premiada y reconocida trayectoria. Sus condecoraciones y distinciones son numerosas. Entre ella se pueden citar el Gran Premio Konex Brillante en la categoría “Diplomáticos”.

Tras ser embajador en Bolivia, el presidente Arturo Frondizi lo designa para la misma función ante Brasil, cargo que ejercerá entre septiembre 1959 y abril de 1962. Fue artífice de la política de alianza con Brasil, que se plasmó en el encuentro entre los presidentes Frondizi y Quadros en Uruguayana.

En esta gestión, Muñiz dio un ejemplo en cuanto a su capacidad para elegir sus colaboradores. Su secretario de Embajada fue Oscar Camilión, que luego sería embajador en Brasil y Canciller. De esta experiencia, Muñiz extrajo el principio de que Brasil era la relación clave para Argentina en el ámbito regional.

Pero de su experiencia brasileña se gestó un legado perdurable: la creación del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN). Es que observó la importancia que tenía el Instituto Río Branco -creado en 1945 y llamado así por el gran artífice de las relaciones exteriores de Brasil en los primeros años del siglo, el Barón de Río Branco- en la profesionalizada y eficaz diplomacia brasileña.

Al retornar de Brasil, Muñiz es designado Canciller del presidente José María Guido. Antes de cumplir un año en el cargo, en 1963, crea el mencionado ISEN -tomando el modelo brasileño- que sigue formando desde entonces a las generaciones de diplomáticos argentinos.

En octubre de 1971 es designado embajador en Estados Unidos durante el gobierno del General Alejandro Agustín Lanusse y permanece en el cargo hasta 1973. Es un periodo de grandes cambios en el marco de la Guerra Fría. El reconocimiento diplomático de la República Popular China dispuesto por el gobierno de Richard Nixon produce un cambio sustancial del cual se ha cumplido medio siglo. Muñiz influye ante su gobierno para acompañar la decisión estadounidense.

Como ya había sucedido en Brasil, la gestión de Muñiz en los Estados Unidos muestra un diplomático inteligente, eficaz y con una gran capacidad de vincularse con diversos sectores y personas.

De esta experiencia estadounidense trae otro proyecto, que se concretó en la creación del Consejo Argentino de las Relaciones Internacionales (CARI). Tomando como modelo instituciones estadounidenses como el Council of Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores) de Nueva York y su homólogo de Chicago, advirtió de la necesidad de que el país contara con un “think-tank” independiente que estudie las relaciones internacionales del país y pueda asesorar para su ejecución.

Creado en 1978 por Muñiz, que fue su primer Presidente, el CARI ha sido calificado internacionalmente como el “think-tank” mejor evaluado de Hispanoamérica. Lo dirigió hasta su fallecimiento, el 31 de octubre de 2007.

Los 44 años de existencia del CARI -que puede ser el más importante de América Latina en su categoría- son un reflejo del estilo y la personalidad de Muñiz. Gestó ante todo un ámbito plural que permite un debate de ideas diferente. Fue también el ámbito en el cual los funcionarios de gobiernos extranjeros que visitaron la Argentina concurrieron para exponer sus puntos de vista. El CARI ha realizado numerosas conferencias y seminarios que han contribuido al conocimiento y difusión de las relaciones internacionales de la Argentina.

En el ámbito académico, Muñiz ejerció la docencia tanto en la Universidad de Buenos Aires como en la Católica de La Plata. También fue miembro de número de la Academia Nacional de Derecho y de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, que lo recordará con un acto conmemorativo por los 100 años de su nacimiento el martes 25 de octubre.

Fue el primer embajador en Naciones Unidas del gobierno de Raúl Alfonsín, cargo desde el cual jugó un rol relevante para la reinserción internacional de la Argentina tras el final del último gobierno militar y la guerra de Malvinas.

Muñiz ponía especial interés en la conmemoración del centenario de los grandes diplomáticos argentinos. De esta forma, buscaba celebrar el nacimiento de las personas, no su muerte. Además, al celebrar el centenario participan, están presentes y lo recuerdan quienes lo han conocido.

En esta línea, como Presidente del CARI, Muñiz presidió en 1988 el homenaje a los 100 años del nacimiento del embajador Felipe Espil, a quien había sucedido en 1959 en la embajada en Brasil (en 1971 asumiría como embajador en Estados Unidos, cargo que ocupó Espil durante 14 años, entre 1931 y 1945).

En sus palabras sobre Espil en el homenaje, Muñiz plantea conceptos que perfectamente pueden ser aplicados hoy para él mismo: “La diplomacia, para ser ejercida cabalmente, debe responder a las exigencias de una vocación auténtica. Nada es posible sin amor, sin un vuelco profundo hacia el honroso oficio de representar al país. No hay, quizás, otra profesión donde una persona asuma tan enteramente su propia patria, donde el individuo se confunda con ella, sin poder eludir, en momento alguno, ese compromiso. En el extranjero, él es, de algún modo, su país, más allá de sus intereses y de sus preocupaciones personales. Por eso solo quien tiene la capacidad de saber renunciar está en condiciones de asumir con plenitud ese honor”.

A su conferencia de incorporación a la Academia de Ciencias Morales y Políticas, el 28 de abril de 2004, decidió titularla “La búsqueda de un orden internacional: los caminos hacia la paz”. En ella sostuvo que: “Las condiciones de sabiduría, ecuanimidad y templanza, unidas a la sinceridad de sus convicciones, son exigencias cada vez mayores para juzgar la calidad de los gobernantes. La necesidad de respetar el orden jurídico establecido permite advertir con patente evidencia el peligro al que se somete el mundo cuando su destino depende de una o algunas pocas decisiones individuales. Debe comprenderse, por otra parte, cuán difícil resulta para quien detenta el poder y puede ejercerlo sin mayores resistencias, someter sus designios o necesidades a normas que los limiten”.

Dieciocho años después, estas afirmaciones tienen plena vigencia frente a un mundo que se asoma a peligrosos abismos.

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