Estoy seguro de que hay otro Gran Hermano, más potente, más manipulador, más capaz de cambiar de idea en minutos y decir- decirnos- lo contrario: volver a la primera con toda soltura y tranquilidad. Sí, estoy seguro.
Nos vuelve menos capaces de razonar, de separar la mentira de la verdad, de difamar o enaltecer a lo peor de lo peor sin que nadie proteste. No es alguien con identidad precisa. Es el otro Gran Hermano, un mecanismo de servidumbre sutil.
El otro Gran Hermano nos vuelve estúpidos en un plan lento dirigido a disfrazar la realidad, lo que equivale a inventar otra y que sea creída. No con la horrenda eficacia de Goebbels- no llega- pero hace efecto, tiene consecuencias.
Por estos días el otro Gran Hermano de Gran Hermano actuó allí, en la televisión, seguido por millones –una idea tan buena y novedosa a partir de su inicio como espectáculo deprimente y en algunos aspectos degradante -, donde unas personas se encierran para ver qué hacemos todo el tiempo. Se pone más entretenido cuando llegan las nominaciones y eliminaciones. Como en la novela de Agatha Christie “Diez negritos” (algunas ediciones tienen como título “Diez indiecitos), donde mueren uno tras otro los integrantes de un grupo heterogéneo reunido en una isla. Otra fuente, la principal, se debe a la de George Orwell, 1984. Todo bien desde la perspectiva de que se puede ver o no, una opción libre, y los miembros de la casa reunidos también lo hacen por su decisión y responsabilidad.
Pero pasó que uno de ellos, Walter “Alfa” Santiago, dijo en una conversación: “Conozco a Alberto desde hace 35 años. A mí me coimeó un montón de veces”. Tocó nervio, como cuando el dentista pregunta “¿Molesta?”. Y molestó, es decir, el otro Gran Hermano nos arrastró a poner el foco en el tema, se ignora si el Presidente estaba en ese momento, con todo lo que tiene qué hacer, ¿no es cierto? o se lo mostraron más tarde- y con gran aparato se afirmó por parte de la portavoz y del mismo Presidente que se había cometido una calumnia, una falsedad - en qué circunstancias podría haberse cometido cohecho entre los dos es arduo de imaginar- porque esta gestión y en ningún otro tiempo podía ser señalado por algo antiético o inmoral. Nunca fue acusado, ni demandado jamás.
En su vida ocupan espacio constante y mayor la transparencia y el honor, enfatizó. La opinión pública y su exploración por profesionales y consultores expresó con gran rapidez la mayor atención del hecho, la tal vez excesiva y reiterada de la ofensa y la rectitud del Presidente y la acción civil contra Alfa y el programa.
Actuó otra vez el otro Gran Hermano para dirigirla como señuelo. No se sabe si por distracción, por razones desconocidas, o para dañar la imagen de Alberto Fernández desde otro sector del gobierno en riña con él. No se sabe.
Un comentarista de la actualidad política aseguró que Alfa – es comprador, vendedor y remodelador de autos de colección- se infiltró en el programa por orden de la embajada de los Estados Unidos con el propósito de atacar a todo gobierno “popular” y favorecer ”a la derecha”. Como evidencia, se refirió a la campera hecha con los colores de la bandera norteamericana cuando Alfa se presentó en la casa, deducción que merece la inteligencia de Sherlock Holmes o la cualidad superlativa de Monsieur Poirot para detectar quién es el asesino.
La declaración ardiente por parte de la portavoz Gabriela Cerruti acerca de que no se podía dejar pasar la ofensa, ha dado como resultado que el episodio fuera aumentado hasta más allá de un programa de televisión, con escándalo y una réplica que no pocos juzgaron sobreactuada y modelo del “no aclares, que oscurece”.
No se habló de otra cosa casi de manera exclusiva en el mundo digital, en la calle, en el trabajo. El otro Gran Hermano, tuvo éxito: se apagaron las brasas de la realidad más urgente. Alguien no se privó de llamar “portavoza”, grosera y redundante confusión de la palabra voz, sustantivo femenino. Es uno de los trucos preferidos del otro Gran Hermano en la terea de estupidización y desconcierto: retorcer el idioma en procura alucinada de la inclusión - 40 por cierto de pobreza- o de lograr para asombro del mundo el andrógino primitivo.
Es que el otro Gran Hermano nos entretiene con la relación tan desagradable de L-Gante y Wanda Nara lo mismo que con el anuncio de la construcción de miles de casas que no se harán- la Argentina tiene un déficit de vivienda desde los principios-, del aumento de puestos de trabajo, en fin, es muy versátil. En el caso de Gran Hermano programa, el otro Gran Hermano ha ofrecido con generosidad esta vez un poco de política teatral, venganzas, reputación herida, conspiración, final por toda la compañía para el aplauso y el sonrojo.
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