Hace muy poquito tiempo, apenas siete años, la sociedad argentina -o una enorme parte de ella- estaba cansada de Cristina Kirchner. En todos los estudios de opinión se expresaba una mayoritaria voluntad de cambio. Luego de un trabajo constante, valiente y muy esforzado, Mauricio Macri logró transformarse en la expresión política de ese deseo. Así, llegó a Presidente de la Nación. Algo parecido intenta ahora. En cada una de sus apariciones vocifera en contra del actual estado de cosas. Se trata de un método que ya le funcionó hace unos años. ¿Por qué no iría a funcionarle ahora que la voluntad de cambio es mucho más fuerte?
En aquel 2015, Macri también era bastante ambiguo respecto de lo que haría cuando llegara al poder. Casi nadie le preguntaba demasiado, porque la sociedad privilegiaba su necesidad de cambio. Y a él no le convenía ser muy preciso. Al fin y al cabo, el deseo de cambio unía desde Hugo Moyano hasta Elisa Carrió. Las precisiones, en cambio, podían dividirle al electorado. Sin embargo, había algo que tenía en claro: eliminaría el control de cambios -el famoso cepo- apenas asumiera. El “cepo” era un símbolo rechazado por los argentinos y el candidato se aprovechaba de eso para consolidar votos.
Mucha gente seria le advirtió que no lo hiciera. Los escépticos tenían argumentos muy razonables. Existía una demanda de dólares que había sido reprimida durante cuatro años. Si levantaba el cepo los dólares volarían y él tendría que tomar deuda a corto plazo y alto interés para cubrir el bache. Ese escenario sería explosivo. Ante cualquier inconveniente, habría una corrida. Macri respondía que él generaría la confianza necesaria para que eso no ocurriera.
Se confirmaron los peores vaticinios. No fue casualidad. Fue una catástrofe muy previsible. Había mucho material escrito sobre qué ocurre cuando se elimina livianamente un régimen de control de cambios. Solo era cuestión de escuchar a economistas diferentes a aquellos que creen que todo se resuelve con un “presupuesto equilibrado”, esos que el prestigioso director de Fiel, Fernando Navajas, describe como “monetaristas de una sola neurona”.
Dado ese antecedente, la pregunta es obvia: ¿la Argentina no estará por repetir esa experiencia? ¿Hay algún elemento que permita deducir que, esta vez, las cosas se están pensando con más seriedad?
En todas sus intervenciones, Macri es muy enfático cuando se trata de despotricar contra el kirchnerismo, denunciar la falacia de las ideas progresistas, luchar por lo que él define como libertad y contra el populismo. De esta manera, intenta interpretar, como en aquel entonces, el espíritu de la época. Pero, ¿qué va a hacer cuando llegue al poder, si es que le toca? ¿Cuáles serán las medidas concretas? ¿Cómo lo va a hacer?
En la gira mediática que hizo para presentar su libro, el ex presidente ofreció indicios preocupantes. En una entrevista con Jonatan Viale, Macri explicaba con soltura que la Argentina no puede vivir con tantos tipos de cambio, que así nadie va a invertir nunca y que en un país normal hay un solo tipo de cambio.
Cierto.
Viale entonces le preguntó:
-Si unificás el tipo de cambio quiere decir que vas a devaluar el oficial. O sea: si ustedes son Gobierno, ¿eso quiere decir que va a haber una devaluación?
Era una pregunta sencilla para un hombre con tanta experiencia. Se trataba apenas de responder con un monosílabo: sí o no. Tal vez con una aclaración posterior. La respuesta completa de Macri es muy ilustrativa de que algunos temas centrales no están resueltos.
-Primero hay que restablecer la confianza con una idea clara de lo que vamos a hacer…
Así arrancó: de la devaluación, nada.
--…Por eso el “para qué” (muestra la tapa de su libro titulado de esa manera)…¿Para qué vas a usar el poder? Para que se sepa que vamos a lograr en la Argentina tener un presupuesto sano. Eso significa que no vamos a gastar más de lo que ingresa…
¿Y el dólar, ingeniero? ¿Qué va a hacer con el dólar?
Sigue Macri:
--…Vamos a cobrar impuestos razonables. Vamos a hacer una emergencia laboral para que la gente pueda entrar al mercado en blanco. Hoy más de la mitad de la gente está en negro…
Eso, sin duda, es un problema. Pero no era la pregunta.
Continúa el candidato:
--…Acá siguen defendiendo el privilegio de unos poquitos dejando afuera a una mayoría de argentinos. Y vamos a tratar de tener una justicia ordenada porque nadie va a invertir en un país si un juez laboral saca un fallo que hunde a una Pyme. Y eso pasa todos los días. Entonces todas esas cosas las tenemos que arreglar…
A estas alturas ya era inútil tener la esperanza de que Macri iba a aclarar cómo unificaría el tipo de cambio.
Pero él seguía:
--…Dejame decirte una cosa. De vuelta, para la positividad. He viajado mucho por Medio Oriente. He viajado por los Estados Unidos, por Europa, en China mantengo las relaciones…
Ajá.
--…Todos siguen pensando, más después de la guerra, que una zona de paz como América Latina para proveerse de alimentos y energías es estratégica. Ahora: no están dispuestos a darnos más plata para que despilfarremos el dinero en corruptelas, no están dispuestos a poner plata en un país donde ellos, sus ciudadanos se ajustan el cinturón y nosotros no estamos dispuestos a pagar las tarifas que corresponden. Están dispuestos a financiar a un país con gente normal…
Macri hizo, como quien dice, un gran firulete pero evitó responder un planteo sencillo y definitorio. Si el cepo está mal, ¿va a unificar? ¿eso significa que va a devaluar? Es un problema complejísimo: si no unifica deberá seguir conviviendo con múltiples tipos de cambio; si lo hace la inflación puede ser tremenda. Por eso son necesarias más explicaciones. Algo más que eso al menos. Un pequeño esfuerzo que aclare, al menos, que entiende el problema, que reconozca que no basta con principios generales para gobernar.
-El levantamiento del cepo: ¿inmediato? ¿A mediano plazo?—le preguntó Diego Shenkman unos días después.
Macri hizo una pausa.
-Va a depender de…de qué…de cuál es la situación de partida, de cuál es el apoyo externo que se va a tener, que va a ser poco…y además, de cuan profundo sea el…el…el…el vértice…o la fuerza fiscal, ¿no? Nosotros tenemos que lograr el equilibrio fiscal en el momento cero. No puede esperarse gradualmente. Eso tiene que ser desde el momento cero. Nosotros tenemos que decirle al mundo que nos curamos. No somos más borrachos.
Pareciera ser, entonces, que si no hay dólares, Macri no levantaría el cepo. Pero, entonces, sería necesario explicar cómo se conseguirían esos dólares y en cuánto tiempo. Las cosas, como se ve, se empiezan a complejizar. No son tan sencillas. Al parecer, además, Macri vincula el levantamiento del cepo con el equilibrio fiscal. Si no hay déficit, eso generaría confianza y eso permitiría levantar el cepo. ¿Será así? Hay economistas muy serios que no ven una relación tan lineal entre ambas cosas. ¿No sería mejor explicarlo mejor?
Hay otro problema con las propuestas generales de Macri. Esta misma semana, el mundo se estremeció con la renuncia de Elizabet Truss como primera ministra británica, apenas 45 días después de haber asumido el cargo. Para conseguir su nombramiento, Truss propuso una drástica reducción de los impuestos, entre ellos, de los impuestos a las personas más ricas (“impuestos razonables”, en la jerga de Macri) y un “presupuesto equilibrado”. En un célebre debate, su competidor -el ex ministro de Finanzas conservador, Rishi Sunak- se burló: “Pero Liz, si haces eso, van a subir las tasas de interés y vas a mandar a la quiebra a miles de familia”. Liz no escuchó, como Macri en el 2015 al levantar el cepo y, al mismo tiempo, reducir las retenciones. Los mercados reaccionaron violentamente cuando percibieron los efectos fiscales del recorte de impuestos. Subió la tasa de interés. La libra se devaluó. Truss renunció.
Lograr un presupuesto equilibrado –mucho más en un marco de reducción de impuestos- es una operación muy sofisticada, que puede salir mal. Truss ahora, como Macri entonces, asumieron con una retórica pro mercado pero fueron abandonados, justamente, por los mercados. Si un gobierno recorta gastos puede ocurrir que provoque una recesión y que eso reduzca la recaudación. Así las cosas, no se reduciría el déficit: sería una medida dolorosa e inútil a la vez. Macri propone en su último libro abrir la economía y que las empresas que no puedan competir cierren. “Ya les dimos demasiado tiempo”, advirtió. “No puede ser que los argentinos paguen precios más altos porque las industrias son ineficientes”. Eso significaría que habría que importar lo que se dejaría de producir acá. Pero no hay dólares. ¿Y entonces?
Las imprecisiones y vaguedades de Macri además, aparecen en todos los ámbitos. Macri explicó, por ejemplo, que hay que darles más facultades a las Fuerzas Armadas para que los “pseudomapuches” no interfieran con el desarrollo de Vaca Muerta. Es confuso: Vaca Muerta está viviendo en estos meses un proceso de crecimiento explosivo. Nadie está frenando eso. O sea, que mandaría militares para solucionar a tiros un conflicto que, al menos en los términos en que lo plantea, no existe.
Macri dijo que se pone a llorar cada vez que ve cómo los jóvenes argentinos se van al exterior. “Antes del 2019 se iban los narcos, ahora se van ellos”, dijo. Desde la dirección de Migraciones le respondieron con estadísticas concretas. Antes del 2015, emigraban 50 personas por día, ahora solo 18.
Tal vez esos números estén fraguados.
Puede ser que Macri tenga razón.
O no.
Pero, ¿Cuáles son sus números concretos?
Ninguno.
El libro que acaba de publicar Macri es un ejemplo muy elocuente de esas limitaciones. En la anteúltima página (258) se lee textualmente: “He dejado para el final el tema de la educación porque es el más importante de todos”. Pero le dedica apenas un párrafo de 10 líneas. Su experiencia en la presidencia de Boca Juniors, en cambio, mereció 80 páginas. Apenas diez páginas, en cambio, alcanzan para que Macri explique todo lo que hay que hacer en el país. En ningún lugar el libro da cuenta de las dificultades, de la complejidad de cada medida, de las posibilidades de que, aún con las mejores intenciones, todo termine con más inflación y más pobreza, como sucedió en su mandato anterior. Tal vez no tuvo ganas de dedicarle mayor esfuerzo. Seguramente le resultaban más atractivas las anécdotas que compartió con Riquelme, Palermo, Bianchi o el eterno ajuste de cuentas con su padre ya fallecido. Las páginas pasan y pasan. Macri está siempre en el centro de la escena como un líder inteligente, tolerante, humano, con capacidad de aprendizaje. Pero en ese recorrido el país, sus problemas, sus desafíos aparecen apenas como telón de fondo.
En este contexto, hay una oración que ubica a Macri en uno de los lugares más extremos de la historia del pensamiento capitalista. Javier Milei aún no llegó tan lejos. Los debates serios acerca de la participación del Estado en la economía han sido siempre muy complejos porque las economías capitalistas, en general, son mixtas. El ejemplo clásico para disuadir a las concepciones más opuestas a la participación estatal es el chileno, donde el Estado es el principal exportador de cobre. Sin embargo, es cierto que algunos teóricos consideran que el Estado solo debería tener cuatro funciones: salud, seguridad, justicia y educación. Macri va aún más allá que ellos. Escribe textualmente: “Pasar de la lógica de un Estado paternalista a uno que se ocupe solo de sus funciones esenciales como son la seguridad, la educación y la justicia requiere un apoyo profundo y un compromiso explícito por parte de los ciudadanos”. ¿No falta una de las funciones esenciales? ¿No se olvidó de la salud pública? ¿Cuál sería la propuesta concreta? ¿Qué se desmantelen todos los servicios de salud que brinda el Estado? ¿No merece un poquito más de desarrollo una idea tan novedosa? ¿Lo haría el primer día como sugiere que hay que hacer todo?
Durante una campaña electoral, es sencillo evitar respuestas complicadas y reemplazarlas por esloganes y banderas ideológicas. Si se quiere, es una de los elementos que se le atribuyen habitualmente al populismo, sea de derecha –como en este caso- o de izquierda. Se elige un enemigo real o ficticio y se lo ataca. Eso llena páginas y páginas de libros y minutos y minutos de entrevistas. El enemigo tal cosa y tal otra. Pero, después, llega el momento de gobernar y pasan cosas. Ahora, ¿no será al revés? ¿No ocurrirá que esas heroicas banderas se levantan como una cortina de humo para no tener que explicar demasiado lo que va a hacer?
En las últimas décadas, la Argentina ha pagado un costo muy alto por votar a personas que llegaban con discursos a favor de la justicia social y la distribución del ingreso, pero no sabían cómo alcanzar esos objetivos y provocaban un desastre. Y a otras que llegaban proponiendo construir una economía normal que asegurara la estabilidad y el crecimiento, pero tampoco tenían idea de cómo llegar hasta allí y provocaban otro desastre. Cada tantos años, los argentinos votamos a unos para sacarse de encima a los otros, o viceversa. Siempre con el mismo resultado.
Macri quiere volver al poder envuelto en banderas antipopulistas.
Pero cuando le preguntan qué va hacer con el dólar responde que ha viajado mucho por Medio Oriente.
Qué tranquilidad.
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