El 17 de octubre pasado se festejó el día de la Lealtad Peronista, caracterizado por la exaltación de la división interna del Gobierno, donde los feligreses cristinistas enfrentaron abiertamente a “su” presidente Alberto Fernández, que, ni siquiera estuvo invitado a ninguno de los principales actos que se hicieron. Todo un papelón nacional y popular, ya que es, además, el presidente del Partido Justicialista. Uno de los principales protagonistas de esa jornada fue Máximo Kirchner, quien dejó muchas definiciones dignas del olvido por su intrascendencia, con un dato no menor: se estima que Coldplay, con sus recitales en nuestra aldea pobre, pero rica en “tipos de cambio”, juntará más gente que el peronismo en todos sus actos. Un hecho de la realidad que marca el termómetro de una sociedad cada vez más alejada de la “política” que se ha convertido en show business.
El “cristinismo” es un proyecto político que carece de la capacidad y la intención de interpretar a toda la sociedad. Ni siquiera se preocupan por los propios, solo se movilizan en función de las necesidades de su jefa política haciendo del reparto de las cajas del Estado el insumo para la fidelización de la feligresía. Se mueven según sus propios intereses. Alcanza con observar los tuits con que la Vicepresidenta se comunica, o entender sus permanentes silencios frente a la realidad de su propio gobierno que se asemeja más aún “Pato criollo” que a lo que ella pudo pensar el día que le ofreció la presidencia a Alberto Fernández. El gobierno de CFK se ha convertido en toda una tragedia griega que terminó agravando nuestros males.
Dentro de esa calamidad que vivimos a diario, pudimos observar por estos días a un Alberto Fernández más impetuoso, como queriendo marcar que aún sigue siendo el que tiene la lapicera, al nombrar tres ministras que pronto serán más olvidadas que recordadas. Pero, siempre hay un pero, Alberto no deja de regalarnos sus torpezas. Esta vez obsequiando fama a quien unas horas antes era un completo desconocido para el público. Me refiero a “Alfa”, participante de un reality show quien mereció la atención de nuestro mandatario a consecuencias de ciertos dichos. ¿Nadie le explica al presidente cómo funciona la estrategia de comunicación? Abruma la orfandad de ideas y la torpeza con que se maneja toda la comunicación presidencial, que no hace más que avalar la idea generalizada de que estamos frente al peor presidente que nos dio la democracia.
Los argentinos vivimos una tragedia nacional y popular, producto de quienes se ufanaron de volver para ser mejores, y solo nos pudieron mostrar su peor versión. El problema no es el peronismo o el anti peronismo. Ni siquiera, en mi opinión, es lo que una vez pudo ser el “kirchnerismo”, entelequia que hoy solo existe en el imaginario popular. Debemos comprender que el “cristinismo” terminó fagocitando, a fuerza de votos, a unos y otros, generando un drama mayor: estamos mucho peor y seguimos discutiendo problemas viejos. Desde el gobierno de Menem, que concluyó el 10 de diciembre de 1999, nuestro país ha dejado atrás al peronismo, para dar paso a un nuevo modelo, tan perverso como ineficiente en sus resultados. La inflación actual es la evidencia más cruda del fracaso cristinista, cuyo formato de país, tanto en lo cultural, como en lo ético y en lo político es un fiasco que se termina convirtiendo en el pesado yunque que cada día nos hunde un poco más como sociedad, distorsionando incluso -por y para el relato- el idioma castellano con la idea absurda de que el lenguaje inclusivo es progresista, cuando en realidad no es más que la banalización berreta y absurda de la cultura popular.
Si recordamos lo que era Argentina hace solo 25 años, la cultura del trabajo estaba vigente, se respetaba la autoridad de los maestros en las escuelas, estudiar y trabajar era algo habitual, ¡hasta hablábamos todos en castellano! Problemas teníamos y muchos. No éramos un país perfecto, pero sí fuimos una nación mucho mejor y más lógica que la actual. La Argentina de Cristina, modelo 2022, es una fantochada, convirtiendo a las instituciones en un show business, donde el talento no abunda, al contrario, hemos normalizado todo lo que es anormal, como la falta de institucionalidad, la inseguridad, la crisis económica -que ya es emblemática de la época-, cambiamos la educación por la educación militante, degradando lo que una vez fue una sociedad bien educada. El narcotráfico se hizo carne, especialmente entre los más carenciados, a la vista del poder político, mientras éste se mantiene silente.
Para la idiosincrasia cristinista los planes sociales son un insumo electoral, dejando de lado la asistencia real a quienes más lo necesitan, nuestros abuelos y jubilados que no pueden trabajar. En su lugar “dan” miles de millones de pesos por mes a una inmensa cantidad de “planeros” que si bien pueden salir a ganarse el pan, eligen vivir del Estado. Es un contrasentido por donde se lo mire. Debemos entender que esa es nuestra tragedia populista. Cristina impuso la cultura planera, la enquistó en la sociedad y hoy está presa de ese sistema. Está bien asistir al que lo necesita. Resulta intolerable repartir asistencia social para sostener la base de votantes haciendo un uso político de los fondos públicos.
Llegamos así a una matriz política que coarta toda posibilidad de crecimiento genuino, hipotecando nuestro futuro. Los espacios dentro del gobierno se asignan de acuerdo al grado de cercanía con el político de turno y no en base a la capacidad, idoneidad y preparación para el cargo. De este modo los cuadros cristinistas colonizan los mayores sectores de la administración estatal, provincial y municipal. Son los nuevos dueños de la argentina, que viven a costa del esfuerzo de los contribuyentes (con solo observar la marca de celular que usan, sus relojes, carteras, o sus vacaciones en el extranjero, alcanza y sobra). Se administra lo público como si fuera propio (en una inmensa mayoría de casos). Se usa y abusa del Estado, no se lo administra por y para el pueblo. Este camino que estamos recorriendo y en el cual nos faltan aún 14 meses más de mandato, va a ser todo cuesta arriba, tanto por el clima social, como por los resultados, cada vez más ruinosos para la sociedad.
Los argentinos nos estamos debatiendo entre dos modelos de país muy diferentes entre sí: hacia adentro o integrado al mundo. El peronismo que supo ser, hoy ya no es. La realidad superó esos ideales -más propios de los historiadores-. Un país pujante no se construye combatiendo al capital, con paros y piquetes. La igualdad de la sociedad, y el ascenso social son virtudes que ya no pertenecen a los movimientos denominados populares, por la sencilla razón de que éstos han fracasado. El ascenso social en la época actual va de la mano del conocimiento, la educación y la posibilidad de progresar con un trabajo genuino o, ¿alguien puede sostener seriamente que el ascenso social se logra con la cultura planera y sin educación? El trabajador va a seguir siéndolo mientras no tenga la posibilidad cierta de dar un paso adelante, educarse y progresar, y si él no puede, no sabe o no quiere, que al menos sus hijos sí tengan esa posibilidad. Y, para que eso pase, necesitamos un país de verdad, uno que no esté cooptado por el show business del relato populista, de esos hipócritas que viven una vida de lujo a costa de quienes dicen defender.
Todo lo que el peronismo supo articular como su doctrina política es propio de otra época, de un tiempo pasado, uno que ya no existe. El mundo cambió y va a seguir cambiando a una velocidad para nosotros hoy impensada. El que no se pueda adaptar va a quedar, lamentablemente en el camino, como nos está pasando a todos los argentinos a nivel país. La izquierda como concepto político quedó fuera de época. El mundo entero ya se mueve con criterios diferentes, vamos a uno donde el celular será el centro de todo. Lo que para nosotros hoy es impensable, en otras naciones ya está sucediendo, mientras discutimos políticas propias de la telaraña que, relato mediante, nos tiene atrapados a todos, con problemas viejos y atrasados. Ese es nuestro drama nacional y popular. Llevamos dos décadas seguidas cuesta abajo. Pasa por darnos cuenta que erramos el camino.
No olvidemos el dicho popular que dice: “El circo sigue mientras haya quién le aplauda a los payasos”.
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