La partición del frente opositor es natural, necesaria y conveniente

El eje de la política ha cambiado de la defensa de valores básicos de una democracia republicana a un replanteo del modelo económico

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La partición del frente opositor es ya un hecho dada la magnitud del voto libertario que muestran las encuestas. Pero el quiebre también está amenazando internamente a Juntos por el Cambio (Franco Fafasuli)
La partición del frente opositor es ya un hecho dada la magnitud del voto libertario que muestran las encuestas. Pero el quiebre también está amenazando internamente a Juntos por el Cambio (Franco Fafasuli)

Mucho más trascendente que analizar el caos del gobierno kirchnerista, es pensar cómo y con qué ideas la oposición llegará al poder en 2023. La partición del frente opositor es ya un hecho dada la magnitud del voto libertario que muestran las encuestas. Pero el quiebre también está amenazando internamente a Juntos por el Cambio.

Hace pocos días Mauricio Macri declaró en el exterior que “la Argentina ha perdido el rumbo, sin plan, sin camino, y estamos sufriendo las consecuencias, pero afortunadamente todo eso va a cambiar para bien el próximo año. Los ciudadanos han aprendido. No es que vamos a volver a gobernar. En 2015, todo el mundo quería un cambio político, pero no un cambio económico. Ahora todos entienden que tenemos que cambiar todo el sistema y ser parte del mundo”.

Ojalá esto fuera cierto, pero es evidente que la pata peronista de Juntos (Horacio Rodríguez Larreta), el radicalismo que representa a Martín Lousteau y la Concertación Cívica de Elisa Carrió, no comparten esta visión. Las recientes declaraciones de Facundo Manes son otra manifestación de ello. Cambiemos ha cumplido un rol muy importante desde su creación, defendiendo los valores republicanos como una justicia independiente y la libertad de prensa. También la política exterior fue muy ponderable durante su gestión.

Si las desavenencias en Juntos por el Cambio se profundizaran, la pregunta relevante es si eso sería bueno o malo. Ante todo, la diferenciación parece algo natural, pues el eje de la política ha cambiado de la defensa de valores básicos de una democracia republicana a un replanteo del modelo económico.

La exigencia ahora es mayor y no debe sorprender que aparezcan diferencias, mientras se sigue coincidiendo en valores republicanos básicos. También es natural que ocurra ahora que se ha debilitado la amenaza venezolana; cuando hay ausencia de un liderazgo claro y ante la gravedad de la encrucijada económica en la que el país se encuentra.

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Por otro lado, en estas circunstancias, las diferencias son necesarias para profundizar el debate y mejorar las opciones del electorado. Incluso puede ser óptima si termina generando un “Juntos para Cambiar en Serio”. Sería temporariamente mala si triunfara la línea de “Juntos para no Cambiar Nada”; pero aún en este caso habría un subproducto muy positivo: una línea política que asuma plenamente la república y un capitalismo competitivo abierto al mundo puede influir decididamente en el rumbo de los próximos años y constituirse en alternativa de poder para 2027.

El problema no es solamente político

El fracaso económico del 2015-2018 y la reedición actual del kirchnerismo han confirmado que el problema no es solamente político sino también, y en mi opinión principalmente, un modelo económico perverso. Hace 75 años que adoptamos el rumbo equivocado y nunca tomamos conciencia de ello.

Juan Domingo Perón copió el régimen militar fascista de Mussolini con su capitalismo industrial protegido y el régimen sindical único de la Carta del Lavoro. Italia y la Europa Occidental fueron rescatados de ese modelo trágico por la invasión americana (al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945). Pero mientras esto ocurría, la periférica Argentina copiaba ese modelo entusiastamente, con el espíritu anti republicano y anti democrático del militarismo, de la economía protegida para los intereses industriales y del unicato sindical oficial.

A partir de entonces, el modelo económico retrógrado nunca estuvo en discusión. El derrocamiento de Perón (1955) fue una cuestión interna del partido militar motivada por los excesos totalitarios y anticlericales de Perón; nada fundamental cambió económicamente con la revolución de 1955. El cierre de la economía se profundizó durante el gobierno radical de Arturo Frondizi y su ministro Rogelio Frigerio (1958). El militarismo nunca cesó hasta 1983 y en el proceso cobijó a un sindicalismo cada vez más poderoso, otorgándole el control de las Obras Sociales (Juan Carlos Onganía 1966).

La vuelta a la democracia en 1983 significó el fin del militarismo, pero no de sus patas económicas (la economía cerrada al comercio y el sindicalismo todopoderoso (NA)
La vuelta a la democracia en 1983 significó el fin del militarismo, pero no de sus patas económicas (la economía cerrada al comercio y el sindicalismo todopoderoso (NA)

La vuelta a la democracia en 1983 significó el fin del militarismo, pero no de sus patas económicas (la economía cerrada al comercio y el sindicalismo todopoderoso). Con un voluntarismo creyente en que bastaba con el voto democrático para comer, educar y sanar, el gobierno de Raúl Alfonsín colapsó en la hiper de 1989. La Convertibilidad adoptó el proteccionismo del Mercosur y mantuvo los privilegios del sindicalismo, intentando el milagro de eliminar la inflación y crecer sostenidamente inflando la demanda interna con endeudamiento externo. Su inevitable fracaso abrió la puerta para el populismo kirchnerista. El tobogán decadente posterior está muy fresco y no hace falta describirlo.

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Ahora es más evidente, aunque todavía no para la mayoría, que hemos llegado aquí viviendo a espaldas de un mundo de posguerra que ha demostrado que lo que funciona es comerciar con el mundo, no practicar el nacionalismo proteccionista y discriminador, ni cercenar las libertades de los individuos concentrando el poder en los intereses de la política, de los sindicatos y de los sectores protegidos. Nos compramos la idea equivocada que éramos las víctimas de la teoría de la dependencia y que nuestra única salida era el proteccionismo sugerido por el estructuralismo económico.

Ahora es más evidente que nunca habrá República plena sin libertades económicas. El intervencionismo económico es una máquina de generar discriminaciones y así violar el principio constitucional de la igualdad ante la ley. Es una máquina de destrozar incentivos al esfuerzo personal y por el contrario, fomenta las pujas sectoriales por obtener o ampliar privilegios. El sistema económico intervencionista y discriminador ha sido simultáneamente el reproductor de los valores antirrepublicanos y la razón de la ineficiencia económica que nos arrastró a la decadencia.

El sistema económico intervencionista y discriminador ha sido simultáneamente el reproductor de los valores antirrepublicanos y la razón de la ineficiencia económica (Reuters)
El sistema económico intervencionista y discriminador ha sido simultáneamente el reproductor de los valores antirrepublicanos y la razón de la ineficiencia económica (Reuters)

La discusión de la grieta intenta tapar el debate de fondo

La línea que se avizora en “Juntos para no Cambiar Nada” diagnostica que el problema es la desunión artificial de una grieta entre personalismos políticos. La solución pasaría por unir a la oposición alrededor de las ideas de una república (light) y de un ordenamiento de la macroeconomía que termine con el flagelo de la inflación.

Se trataría de un programa de mínima que respondería a la idea de aceptar lo que somos, un país en donde deben convivir la civilización y la barbarie. Es una idea también atractiva para el pensamiento socialdemócrata o socialista de la mayoría de nuestros políticos de centro, que ven en el distribucionismo asistencialista la coincidencia de lo éticamente necesario y lo políticamente correcto para comprar la paz social.

El primer problema de esta visión es que apuesta al consenso amplio y satisface al mantenimiento de los intereses privilegiados, pero no es sustentable. La estabilización de lo que somos hoy nos condena a la decadencia. Con la continuidad de un modelo económico ineficiente, la destrucción cultural en curso, la dinámica de una pobreza creciente, la migración de los mejores y la falta de confianza de los capitales, no hay forma de parar la decadencia sin encarar cambios profundos. La convivencia de la civilización y la barbarie debe existir en la vida cotidiana. Pero no es aceptable que las ideas de lo que en el siglo XXI constituye barbarie institucional y económica, continúen prevaleciendo en nuestra política.

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El segundo problema de esta visión es su confusión ideológica. Aceptar la continuación del proteccionismo y del sindicalismo corporativo no es ni socialista ni social demócrata. Es fascista, antirepublicano y, a la vista está, generador de ineficiencia y pobreza económica. Basta asomarnos de nuestro pozo intelectual y observar lo que es la admirada socialdemocracia de los países escandinavos. Se trata ante todo de países pequeños donde no existen derechos ni cuotas de importación que protejan sus industrias de la competencia de las principales potencias europeas. ¿Cómo prosperan? Aprovechando sus fortalezas para exportar aquello en lo que son relativamente eficientes. Son conscientes que la protección arancelaria no protege al país en su conjunto (arcaico relato que ha lavado nuestros cerebros), sino a unos pocos ineficientes a costa de liquidar la competitividad de los sectores más eficientes.

El socialismo y la socialdemocracia europea ante todo respetan la gallina de los huevos de oro, esto es, la capacidad de la libertad comercial para generar riqueza; y a partir de ahí, redistribuyen ingresos a través de impuestos que recaen básicamente sobre las personas, sin distorsionar los precios y rentabilidades que enfrenta la producción en los mercados internacionales. Las diferencias con las ideas liberales se producen por la magnitud y las formas de la intervención posterior del Estado de Bienestar, pero hay unanimidad política en el respeto de los precios internacionales para que la economía privada decida qué producir y cómo crear riqueza.

En resumen, las desavenencias en la oposición en 2022 no son malas ni peligrosas, dado el desgaste político del kirchnerismo. Una eventual partición de la oposición sería natural no sólo por la ausencia de un líder claro sino también por las discrepancias existentes entre las ideas de fondo para encarar una salida exitosa de la decadencia. Con el ballotage no estará en riesgo el triunfo de algún candidato opositor.

La partición sería conveniente para generar un debate y finalmente opciones claras y diferenciadas en cuanto a los cambios que se necesitan para evitar una recaída futura en el populismo. La partición será óptima en el corto plazo si termina prevaleciendo un “Juntos para el Cambio en Serio”. Pero también será buena si, aun perdiendo, se fortalece una línea política que asuma plenamente la república y un capitalismo competitivo abierto al mundo, influyendo decididamente en el rumbo político y económico de los próximos años y constituyéndose en alternativa de poder para 2027.

El próximo rumbo de nuestro país lo decidirá marginalmente el votante de clase media (Franco Fafasuli)
El próximo rumbo de nuestro país lo decidirá marginalmente el votante de clase media (Franco Fafasuli)

En última instancia, el próximo rumbo de nuestro país lo decidirá marginalmente el votante de clase media, optando entre el camino del status quo que promete Larreta y los cambios más profundos que podrían apoyar Macri, Bullrich, López Murphy, Espert y Milei, bajo el paraguas político que fuera.

El voto socialdemócrata o socialista que caracteriza al radicalismo y a la Coalición Cívica pueden ser decisivos al momento de los comicios. Es por ello muy importante que tomen conciencia de la inconsistencia ideológica de seguir tolerando una economía cerrada, un sindicalismo todopoderoso y un Estado empresario y asistencialista sobredimensionado y corrupto.

A partir de la actual barbarie de nuestras instituciones políticas y económicas, el liberalismo, la socialdemocracia y el socialismo tendrían un largo camino para recorrer juntos cambiando las reglas de juego políticas y económicas antes de que aparezcan desavenencias por el alcance final del Estado distribuidor. Mientras ese momento llega, Argentina habrá vuelto a ser un país próspero y normal, con márgenes para distribuir racionalmente sin matar la gallina de los huevos de oro.

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