Hace unas semanas se estrenó en Netflix Rainbow, una película dirigida por el gran Paco León y protagonizada por la prometedora Dora Postigo, las eminencias de Carmen Maura (adoración especial) y Carmen Machi y otres talentoses artistas como Ayax Pedrosa y Luis Bermejo. La película fue criticada en varios aspectos, sobre todo porque “no se entendía”. A mí me dejó pensando en qué les exigimos y qué preguntas les hacemos a las obras de arte. Cuáles son los sentidos que encontramos ahí funcionando, ¿es entender el punto?, ¿qué nos pasa con aquello que nos parece incomprensible?, ¿qué nos pasa con la diferencia?
Rainbow habla sobre la juventud y la identidad: cuenta el viaje que hace Dora en busca de su madre, a la que nunca conoció. En el camino le toca enfrentarse a distintos personajes que la acompañan o le hacen las cosas más bien difíciles en una suerte de road trip lleno de magia y frescura. Inspirada muy libremente en “El mago de OZ”, para mí esta película cuaja para todes, desde intérpretes hasta espectadores y ahí está, creo yo, lo que molesta tanto: la inclusión. Vemos cuatro personajes totalmente diferentes entre sí interactuando desde la amorosidad y la aceptación. A todes les une esa sensación de sentirse fuera del mundo e incomprendides.
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Dora no tiene juicio ni en su mirada ni en su trato y, aunque parezca que algunas veces es desde la inocencia (e incluso desde la inconsciencia), creo que esa mirada es la representación perfecta de la inclusión en la película. ¿Acaso les espectadores hubieran preferido un personaje menos empático? Leí críticas que hablaban del personaje de Dora como “poco carismático”. Me pregunto por qué algunes espectadores aún piensan al cine como algo que tiene que ser blanco o negro. Por el contrario, pienso que si hay algo que tiene Dora, tanto como actriz como personaje, es impulso, vitalidad y fuerza. No dejemos que la mirada desprejuiciada de Dora nos confunda. Hay un vacío en su expresión, eso es cierto, pero a mi parecer nada tiene que ver con la falta de carisma sino, más bien, con la angustia “del ser”, esa incansable búsqueda de la identidad que atravesamos todes les jóvenes.
La película puede gustar o no, como todo, pero ese es otro tema del cual nadie tiene la verdad absoluta. Lo que me resulta interesante de Rainbow va mucho más allá de la polémica sobre la narrativa en sí. Lo que me hizo y hace recomendar tanto esta película es que hay personajes de todas las edades, con muchos tipos de cuerpos, construcciones de género y matices actorales. En algún punto todes (o casi todes) podemos y pueden identificarse en la pantalla grande con esas imágenes. Y eso no pasa todos los días, más bien no pasa casi nunca en la industria del cine. Esa diversidad tan visible es muy valiosa y no es gratuita.
No es gratuita en el sentido que vivimos en un mundo adicto a la grieta, a la controversia y exponer y visibilizar temáticas de este tipo y disidencias de algún modo ayuda a naturalizar lo que para muches es incomprensible. Le habla a todos los públicos y además abarca muchos “tipos de públicos”. Eso sí: ojo que naturalizar (y acá vuelvo a lo antes mencionado), no significa entender. Naturalizar significa, creo, convivir. Eso, convivir con lo que no es igual a nosotres, con lo que no actúa como nosotres lo haríamos, con lo que no habla como nosotres lo hacemos. Porque en realidad ahí está el problema: usarnos a nosotres de punto de partida y de llegada también. ¿Y todo lo demás? Mejor dicho; ¿y todes les demás? La escena final, de algún modo lo expone: ahí están todes.
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Paco León muestra un abanico de posibilidades que se refleja en los personajes y actores elegides, pero que en realidad también habla del cine en sí, ¡del arte en sí! ¿Acaso hay un solo modo de hacer una película?, ¿hay una sola forma de narrar? Nos han mal acostumbrado a un cine tan naturalista y racional que nos convencemos de que todo tiene que estar digerido y explicado para nosotres, de que eso que vemos es la realidad y de que hay una sola forma de construirla. Arriesgarse no es ningún cliché, arriesgarse es el mayor aliado del arte y no todo el mundo se anima a hacerlo. Y, aunque esto parezca una obviedad, sigue siendo muy difícil salir del molde. Nos pasa a actores, directores, artistas en general y…¡a todas las personas!
Dora comprende que el crecimiento se produce cuando une aprende a vivir con todas las cosas del mundo. Las que nos gustan y las que no. Las terribles, las buenas y las mágicas. Las explicables y las inexplicables. Y que no todas las preguntas tienen ni tendrán respuesta. También que la verdad es la que une construye no solo por une, sino por la conjunción de une misme con quienes están alrededor. ¿Quién es su papá? ¿Quién es su mamá? La verdad no es solo una, ni es lineal, ni inequívoca. Ella tiene el derecho y la posibilidad de elegir qué verdad desea transitar. Rainbow da la bienvenida a una experimentación a mi parecer admirable. Y, aunque no siempre es funcional (tal cual sucede en la vida), no deja de ser una experiencia maravillosa y un viaje del que tal vez quieras ser parte. Nos invita a pensar en qué pasaría si, en lugar de indignarnos frente a lo que no entendemos, nos abriésemos a la experiencia de lo otro, lo distinto, lo “extraño”.
Esta película nos da la chance de, a través de secretos, misterios, curiosidades, desconciertos, sorpresas, extrañamientos, entender que muchas de las verdades que pensamos inalcanzables, en realidad son alcanzables, a veces más de lo que creemos. Nos abre los ojos a entender que hay tantas historias de vida como personas en el mundo y ahí está de nuevo la escena final de la que les hablo, ahí está de nuevo la necesaria inclusión.
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