Las mujeres se des-velan en Irán y desvelan al régimen ayatolá

La infame misoginia del régimen clerical que gobierna a esa República Islámica ha consternado a gran parte del mundo libre tras el homicidio de la joven kurda iraní Mahsa Jeena Amini

Protesta contra la muerte de Mahsa Amini en Estambul, Turquía (REUTERS/Dilara Senkaya)

La infame misoginia del régimen clerical que gobierna la República Islámica de Irán ha consternado a gran parte del mundo libre tras el homicidio de la joven kurda iraní Mahsa Jeena Amini. Desde entonces, los testimonios sobre esa y otras atrocidades cometidas contra mujeres en Irán han sumado más horror al tétrico panorama ya conocido.

Hasan Shirazi, primer teniente de la comisaría de la “policía de moralidad” a la que fue llevada Mahsa, reportó a sus superiores lo acontecido. Identificó al coronel Seyyed Abbas Hosseini como quien golpeó a la joven iraní al intentar silenciarla. Al parecer, ella no dejaba de gritar y tomarse la cabeza tras su arresto. Mariam Memarsadeghi recopiló los hechos en la revista Tablet: “Según el testimonio de Shirazi, Hosseini le dijo a Mahsa que se callara y la golpeó tan fuerte que cayó al suelo inconsciente. Aparentemente, todos en la estación guardaron silencio cuando el coronel Hosseini comenzó a patear a Mahsa y pidió que la llevaran al nivel 2 del sótano, la `unidad más oscura` del centro de detención. Las guardianas no pudieron levantar a Mahsa y una gritó de pánico al ver que le sangraba el oído”. Empleados del hospital dijeron a la prensa que Mahsa recibió más de diez golpes en la cabeza.

Anotó el filósofo francés Bernard Heni-Levy: “Mahsa Jeena Amini, la estudiante kurda que empezó todo, con el pelo suelto, pero en una cama de hospital, por un respirador incapaz de salvarla”.

A partir de entonces, Irán estalló en un volcán de manifestaciones. En las calles, en las escuelas, en las universidades, en una estación petrolera e incluso en la notoria prisión Evin, que alberga a muchos disidentes políticos. Conforme contó Atena Daemi, una activista iraní que pasó siete años encarcelada allí, en el pabellón de mujeres varias reclusas, algunas sin el velo puesto, derribaron la puerta del edificio y salieron al patio a corear consignas contra el gobierno. Los guardias les ordenaron regresar a sus celdas y lanzaron gas lacrimógeno. “Las mujeres también informaron haber visto guardias armados con rifles apuntándolas con miras láser, que proyectan un haz visible”, informó The Wall Street Journal.

El espanto es ilimitado. En Baluchistán, un policía violó a una manifestante. En Teherán, una joven que filmaba el arresto de un estudiante amigo de la prestigiosa Universidad Sharif fue tiroteada por los esbirros del régimen. En una escuela secundaria, una adolescente que se negó a cantar loas al Líder Supremo Alí Khamenei, fue matada a golpes. Días atrás, los medios de prensa internacionales se colmaron de fotografías de la campeona escaladora Elnaz Rekabi trepando por una pared en las competencias de Seúl, sin el velo sobre su cabellera. Luego trascendió que su pasaporte y celular habían sido confiscados y ella obligada a regresar a Irán prematuramente. Al poco tiempo apareció una extraña publicación en su cuenta de Instagram: “mi velo tuvo problemas no intencionales”.

Al momento de escribir esta columna, The New York Times reportó que al menos 240 manifestantes fueron matados, incluidos 32 niños, y casi 8.000 fueron arrestados.

“Haría falta que todas las feministas apoyen a las audaces mujeres de Irán, que arriesgan sus vidas a diario para poner fin a su encarcelamiento de décadas por parte de fanáticos medievales, en esta narración desmesurada del mundo real de The Handmaid’s Tale, al no aceptar más formas de subyugación que ellas rechazan en sus propios países”, apuntó Henri-Levy. De por cierto, muchas mujeres en Occidente salieron en apoyo de las mujeres iraníes, alzando sus voces en público, portando pancartas o cortándose un mechón de sus cabellos. Incluso un puñado de activistas de derechos humanos protestó por sus largamente asediadas colegas iraníes frente a la embajada de Irán en Buenos Aires. Cuando algunas políticas europeas se sumaron a la moda solidaria del corte del mechón, Masih Alinejad -la iniciadora de la revuelta del velo en Irán años atrás, hoy exiliada en Estados Unidos, y a quien hace poco un islamista intentó asesinar- declaró: “No quiero que políticas occidentales se corten el pelo, quiero que corten sus vínculos con la República Islámica”. Aplausos.

La fotógrafa holandesa Marinka Masséus realizó un tributo visualmente conmovedor, y en cierto sentido épico, en honor de las mujeres de Irán, que vale la pena recordar en estos momentos de tribulación. En 2016 viajó a Irán a fotografiar secretamente a jóvenes mientras el velo que acababan de arrojar al aire caía con liviandad sobre ellas -en una habitación herméticamente cerrada para evitar ser vistas desde afuera- y documentó algunos de sus testimonios. Las poderosamente bellas imágenes están acompañadas de reflexiones que iluminan la tristeza de sus almas. Por citar solo una de ellas: “Siempre he padecido el hiyab compulsivo. Siempre anhelo sentir el viento en mis cabellos. El peso está más allá de la imaginación, pero es solo la punta del iceberg”.

Comentó premonitoriamente la fotógrafa: “Todos los días, los iraníes, especialmente las mujeres, desafían valientemente al régimen con pequeños actos de desafío. Al llevar el hiyab demasiado bajo, los colores demasiado llamativos, los pantalones demasiado ajustados o el abrigo demasiado corto. Juntos, estos actos constantes de valentía están afectando el cambio, evolucionando lenta pero visiblemente”. Masséus -quien admirablemente no vestía el velo obligatorio al desplazarse por Teherán, gesto que fue respaldado por desconocidas que se la cruzaban- también observó: “Después de la revolución de 1979, el régimen islámico de Irán eligió el velo obligatorio de las mujeres como símbolo de su victoria. Por tanto, es lógico que las mujeres iraníes utilicen ese mismo símbolo para luchar contra el régimen”.

Al des-velarse en su país, las mujeres iraníes han desvelado a la teocracia que las oprime. Y no menos importante, han sacudido a muchas feministas occidentales cuya indiferencia hacia sus penurias perduró por un lapso de tiempo demasiado prolongado.

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