El estreno cinematográfico de “Argentina 1985″ nos ofrece una prolífica familia de interpretaciones, inferencias, retrospecciones y proyecciones. Dentro de dicho universo, esta breve nota ha de recalar en dos aspectos definidos: la primera estriba en la hercúlea tarea realizada para la presentación del caso por la acusación; la segunda pone la lupa en que la señera sentencia de la Cámara Federal ha sepultado cualquier tipo de grieta que pudiera gestarse en relación a una época tenebrosa.
Fue homérica la labor llevada a cabo por los contradictores de los imputados, aún cuando la necesidad de un juicio rápido motivó que la acusación se redujera a 711 casos, en los términos que apunta el profesor Sancinetti en su obra “Los Derechos Humanos en la Argentina Post-Dictatorial”.
En un tiempo ajustado, con la obligada selección aludida y con la carencia de recursos, propia de nuestra tradición jurídica, pudieron articular su visión de los hechos ante los jueces respecto de delitos para los cuales Dante, en La Divina Comedia, les reservaba el séptimo círculo del infierno.
Más allá de la opinión que cada uno atesore en relación a la latitud de la película, esta es clarificadora no solo de la ímproba tarea de los fiscales, como “cara visible “de la acusación, sino de un equipo de jóvenes (para aquella época) que llevaron adelante una faena que, de no haber sido recreada por la cinta, hubiese quedado sepultada.
Sin pretensión de exhaustividad y pidiendo disculpas por los inevitables olvidos o las limitaciones de espacio, rescato, aún en el deuteragonismo asignado, el personaje de Judith Konig.
He tenido el honor de conocer y trabajar con Judith Konig. Entre los sendos destinos laborales, ambos nos desempeñamos en el Juzgado Federal 5 de esta ciudad. Cualquier panegírico que se pretenda efectuar resultaría escaso. Maguer de ello, destaco su humor permanente, una observación excelsa y aguda en cada labor que se le confiara en paralelo a una formación cultural y académica prominente. Esa suerte de Ángel que retornó prematuramente a los brazos del Padre -y a quien Dios seguramente cobija en su Santa Gloria- encarna a esos colaboradores anónimos que no solo han prestado una inestimable cooperación en ese proceso emblemático, sino que hacen lo propio en la actualidad en una constelación de pleitos que pasan desapercibidos en función de la vertiginosa dinámica social.
Más allá de las críticas y autocríticas que se puedan formular al servicio de Justicia, con yerros propios de toda actividad humana, lo cierto es que la vigorosa tarea que llevan adelante los magistrados se vería opacada sin la colaboración de los primeros: el equipo o conjunto prevalece sobre la individualidad. El mensaje de Judith, permite afirmar que la próxima generación de jueces, fiscales o defensores oficiales será mejor que su antecesora.
El otro aspecto del protagónico recala en un episodio que convoca a todos los argentinos y los aleja de cualquier grieta: luego de juzgarse al mal absoluto, como explicara el genial Carlos Nino en un exquisito texto sobre la materia, ninguna duda cabe del verdadero genocidio verificado durante la última dictadura cívico-militar.
El carácter de cosa juzgada que alcanzó la sentencia de la Cámara Federal delineó un extremo irrefutable: no se ganó una guerra, se utilizó al aparato estatal para extinguir a una parte de la población.
Cuando se cernía la tormenta, durante los “años de plomo”, la tristeza de la sociedad se asemejaba a una mirada sin cuerpo, a un barco que no llega a destino, imitando a caminantes que ya no caminan, generando la aparición de esas “antígonas nuestras”, quienes, más allá de ciertos disensos que pueda gestar su actividad actual, temprana y valientemente advertían que la cacería, la tortura y el aniquilamiento les había arrancado sus maternidades.
Ante ese cuadro, la sociedad se hermanó, no hubo grieta y abrigó para siempre la conocida frase final del alegato del fiscal Julio Strassera. Dicha frase, se dirigió derechamente hacia a dos prismas bien diferenciados: “nunca más” a un golpe militar; “nunca más” a vivir bajo un sistema distinto al democrático.
Ahora la comunidad debe ordenarse para decir “nunca más " a la inflación; a la escasez crónica de divisas; a la perdida de reservas y del valor de moneda; a la cíclope presión tributaria; a la inseguridad; a la corrupción encarnada por la apropiación ensanchada del tesoro público y al negocio de la pobreza que, desechando la educación como poder redentor, edifica un sistema clientelar con una holgada tasa de beneficio para los bandidos que lucran con ella.
Finalizo estas breves reflexiones con un apotegma: el impacto a escala global que produjo el Juicio a las Juntas Militares, sucedido en el rosicler del regreso al Estado de Derecho, se gestó en el consenso de una sociedad luego del cual se condujo al sarcófago los planteos militares o los golpes de estado. La exigencia de la hora demanda un nuevo “nunca más “: un pacto fundacional que, como la rosa necesita la lluvia o el poeta al dolor, elimine cualquier hendidura y nos dirija derechamente a poner de pie a la Patria.
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