Mitos que son verdades en el país más gravoso del mundo

Los argumentos a favor y en contra del actual nivel de presión tributaria y el perjuicio sobre los individuos y las empresas

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Carlos Castagneto, titular de la
Carlos Castagneto, titular de la AFIP

El ex presidente Mauricio Macri, en una reciente nota periodística de su autoría, ha realizado una serie de críticas a los 165 impuestos aplicados en nuestro país, con ingresos brutos a la cabeza; defiende su gestión invocando haber bajado la presión fiscal en 3 puntos y haber suscripto el consenso fiscal con bajas de tributos provinciales, e invita a seguir los ejemplos de eliminación de tributos de Tres de Febrero y Capitán Sarmiento y del compromiso partidario de no aumentar impuestos.

Por su parte, el administrador de la AFIP, Carlos Castagneto, en respuesta a esa nota, abrió un hilo en su twitter sosteniendo que es un mito “que la presión tributaria argentina es una de las más elevadas del mundo”, sustentado en gráficos sobre presión fiscal, como también lo es que “Argentina posee una elevada cantidad de impuestos” y que “los productos son caros por culpa de la alta carga tributaria”, basado en comparaciones de impuestos al consumo en distintos países, además de sostener que “las tasas en Argentina no son asfixiantes” y que “es falso que sea necesario evadir para tener ganancias”.

En distintos grados, disentimos con uno y otro, por las siguientes razones.

1) La disminución de 3 puntos en la presión fiscal es inexacta porque si se computa la suba en las tarifas de servicios públicos como resultado de la disminución de subsidios, dicha baja se neutraliza. Y es insuficiente porque, si se toma como parámetro el ranking del “Doing Business” del Banco Mundial (en vías de ser reeditado), elaborado sobre el caso testigo de una pyme, el índice de carga fiscal total bajó de 137% a 106%, lo que implica que ni en uno ni otro caso alcanzan las utilidades para pagar todos los impuestos. Durante los 4 años de aquella gestión, Argentina siguió siendo el país más gravoso del mundo (dejando de lado la ignota Comoras), con la calificación “0,0″ sobre 100 puntos que se venía recibiendo desde hace 15 años. El país pasó de ‘coma 3′ a ‘coma 2. Pero siguió en terapia intensiva. Muy lejos de competir fiscalmente.

2) Es cierto que si el gradualista consenso fiscal se hubiera cumplido Argentina quizás hubiera dejado el barrio más gravoso. Como lo es que varias de las reformas fiscales pro inversión de 2017, también graduales, fueron derogadas por el mismo signo político, apenas un año después, como forma de afrontar la crisis cambiaria. Al país más gravoso no le basta el compromiso de no aumentar impuestos. El compromiso debe ser de bajarlos en forma profunda y consistente, al igual que con el gasto público.

Javier Iguacel, intendente de Capitán
Javier Iguacel, intendente de Capitán Sarmiento

3) Es cierto que los ejemplos de Capitán Sarmiento y Tres de Febrero son loables. Como también lo es que en el medio de ambas hay una “silla vacía”. La Ciudad de Buenos Aires no ha seguido ese ejemplo y cuando se enfrentó con aquel problema de la quita de recursos por coparticipación, en lugar de enmendarlo con una baja del gasto público lo hizo vía un aumento de impuestos, como el 1,2% en las tarjetas de crédito.

4) El problema tributario principal de la Argentina no es el de la presión fiscal macroeconómica (recaudación fiscal dividido PBI) que, aunque es elevada, no es de las más altas del mundo. Donde la Argentina, desde hace años, rompe el termómetro es en la medición de la carga fiscal en el sector formal de la economía, es decir ‘cuánto pagan de impuestos los que pagan impuestos’. Ambos conceptos no sólo no van de la mano sino que hasta pueden ir en sentido contrario. Porque cuanto más se elevan los impuestos, más actividad económica se traslada a la informalidad, evasión mediante, lo cual licúa la presión fiscal macroeconómica. Si se nos permite la analogía, la presión fiscal es la “presión arterial”; y la carga fiscal formal es el “cáncer”. Un paciente con cáncer avanzado bien puede estar teniendo una baja de su presión arterial, en especial cuando está a punto de fallecer. Si la cuestión se refiere al “cáncer” de los impuestos, los gráficos sobre “presión arterial” macroeconómica son irrelevantes. Si Argentina es el país más gravoso del mundo desde hace 7 años es porque, en la otra cara de la moneda, está teniendo el gasto público más irrazonable, afrontado por un sector formal de la economía cada vez más reducido, producto de dicha evasión provocada por el propio Estado, especialmente con la sucesión de aumentos tributarios de estos últimos años.

5) Argumentar que en el precio de los productos sólo inciden impuestos al consumo es falaz. Lo que ha demostrado aquella investigación del Banco Mundial es que un margen bruto de ventas del 20%, que en mayor o menor medida funciona en el mundo, es inviable en la Argentina, cuyas empresas tienen que elevar sustancialmente sus precios para poder absorber la exorbitante carga de todos sus impuestos (sin computar el IVA) para no operar a pérdida. Los impuestos sí son asfixiantes. Empezando por la clase más necesitada que debe afrontar en el precio de los productos que consumen un componente fiscal del 39% en alimentos, del 47% en bebidas, del 51% en indumentaria, etc. La clase media debe afrontar en sus sueldos retenciones en niveles que otros países eximen, además de tener que pagar impuesto al patrimonio por el importe de un monoambiente. La cada vez más reducida clase alta es percutida anualmente con alícuotas máximas internacionales en sus bienes personales, además de un impuesto a la riqueza que finalmente no se aplicó en otros países. Las empresas lograron más de 150 casos de Corte por confiscatoriedad del impuesto a las ganancias, mientras los gobiernos de uno y otro signo sancionaron tres modificaciones para obstaculizar tal jurisprudencia. En suma, la exorbitante carga fiscal formal penetra en todo nivel y sector, sin discriminaciones.

6) Una de dos: o el Banco Mundial ha estado equivocado en el diagnóstico que ha venido realizando, apoyado en una de las Big 4 y en más mil tributaristas que han respondido el respectivo cuestionario, asesorándolo mal, y con funcionarios de 190 países (incluido Argentina) que han falseado una y otra vez sus datos para que nuestro país aparezca anualmente como el país más gravoso del mundo desde 2015; o, de lo contrario, hay un sector importante de la clase política, especialmente en el oficialismo, que yerra palmariamente en el diagnóstico, actuando bajo la asunción que la carga fiscal formal argentina no es un problema sino un “mito” y que con 165 tributos hay espacio para seguir elevando una y otra vez los impuestos.

FOTO DE ARCHIVO: El presidente
FOTO DE ARCHIVO: El presidente del Banco Mundial, David Malpass. REUTERS/Mike Theiler/File Photo

A primera vista, la cuestión fiscal parece depender de una lucha entre partidos políticos. Expertos en comunicación sostienen que en realidad la lucha es contra dos cuestiones: 1) la falta de cultura fiscal o interés de los distintos niveles y sectores de la sociedad en entender cómo funcionan e inciden los impuestos y el gasto público, y 2) la frustración masiva, el “ya no se puede” resultante de una cadena de desilusiones. Y que la mejor (o quizás única) salida es crear conciencia sobre la importancia que tienen los tributos y el gasto público en el día a día de todos los argentinos, facilitando herramientas para que se concrete un cambio real y permanente en el modelo fiscal del país. Este proceso debe realizarse en forma ascendente, desde la ciudadanía y la opinión pública hasta el Congreso, pasando por el sector empresario que, en la práctica, parece casi ignorar la cuestión fiscal en su agenda, tal como resulta, por ejemplo, de los títulos y programas de las conferencias anuales de los últimos 5 años. También concluyen que el actual momento es propicio para tal proceso, por existir en estos últimos tiempos un “caldo de cultivo fiscal” en nuestra sociedad, empezando a estar presente en la discusión cotidiana.

Argentina tiene exitosos ejemplos de procesos de concientización, desde los de consolidación democrática y de derechos humanos en los ‘80 hasta el más reciente movimiento por la igualdad de género. En todos ellos hubo un antes y un después en el comportamiento de la sociedad. Y dicho cambio tuvo lugar sin que la comunidad internacional apuntara a la Argentina como el “peor de la clase” en dichas áreas, lo que sí viene señalando en materia fiscal desde hace 7 años. En relación a aquella actitud de frustración, si Burundi, Sierra Leona, Congo, República Centroafricana y Gambia, que tuvieron sistemas tributarios aún más gravosos que el nuestro, supieron aplicar reformas tributarias entre 2010 y 2014 para estar hoy entre los países fiscalmente normales, no es razonable asumir que Argentina es el único país eternamente condenado al último puesto fiscal mundial.

Nadie dice que el proceso de concientización fiscal será fácil. Sí que esta oportunidad nunca estuvo más abierta. Y que este es el momento.

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