La parábola del RMS Titanic, el transatlántico más grande del mundo que se hundió en la madrugada helada del 15 de abril de 1912, es quizás la más utilizada para describir a los grandes proyectos que se van pique. Es que sus números, como su final, son escalofriantes. Murieron 1496 de sus 2208 pasajeros, y había salvavidas solo para 1178 personas. A pesar del lujo, todo estaba diseñado para que finalizara en tragedia. Y así fue como terminó.
Por eso, causó un poco de escalofríos que Sergio Massa utilizara la imagen del transatlántico malogrado para referirse a su futuro político. “Yo soy el plomero del Titanic”, respondió el domingo en radio Rivadavia, cuando el periodista Ignacio Ortelli le preguntó si sería candidato el año próximo. Cualquiera que le preste atención a la política argentina, sabe que el ministro de Economía ha asumido ese cargo tan sensible apostando a la lotería de la carrera presidencial. Pero la metáfora del barco y el iceberg muestra como están las cosas a bordo del peronismo.
Este 17 de octubre lo encuentra al peronismo de la peor manera. “Es el Día de la Lealtad a a la autodestrucción; ahora sí que estamos todos contra todos y tenemos por delante un año en el que nadie le va a perdonar nada a nadie”, se resigna un ministro que alguna vez se ilusionó con el unicornio azul del albertismo.
Solo hay que hacer el inventario del todos contra todos del peronismo. Hubo varias estocadas en estos días, pero la más potente e inesperada fue la del Presidente contra Cristina en el Coloquio de IDEA. Esa tribuna a la que nunca asistieron ni Néstor Kirchner ni la Vicepresidenta. Axel Kicillof y Wado De Pedro ya habían presentado excusas y Alberto Fernández les había dado a entender a los empresarios que no tenía margen para concurrir. Pero el jueves, cinco minutos antes del mediodía, uno de los principales directivos de IDEA recibió un mensaje de WhatsApp.
- Preparen todo porque el Presidente se va a tomar un vuelo y va a estar en Mar del Plata el viernes a la tarde. Y va a dar un discurso importante, con filminas y todo.
Algo había pasado en el medio. Alberto Fernández llegó al Sheraton marplatense, acompañado del embajador argentino en Brasilia, Daniel Scioli (quizás el funcionario del Gobierno que mejores vínculos tiene con los empresarios de IDEA), y aunque el auditorio lo acompañó con cierta frialdad y le dedicó apenas un par de aplausos tibios, el Presidente aprovechó la ocasión para mandarle mandarle un misil teledirigido al corazón de Cristina.
“En este gobierno, ¿alguien les pidió un centavo para hacer obra pública?, ¿alguien los mandó a espiar?, ¿alguien usó la AFIP para que se metan en las empresas de aquellos que nos critican? Los desafío porque la respuesta va a ser no”, se divirtió el Presidente desde el escenario del Coloquio. Alberto le enviaba así dos mensajes a Cristina y uno a Mauricio Macri (el del espionaje), como para ablandar un poco la acusación contra su Vice.
Es sabido que Alberto y Cristina no se hablan desde hace varias semanas. Que los dos dicen barbaridades el uno del otro ante dirigentes que van y lo cuentan en el campamento adversario. Y que el Presidente se ocupó de divulgar la información de que había designado a las tres nuevas ministras (Victoria Tolosa Paz, en Desarrollo Social; Kelly Olmos, en Trabajo; y Ayelén Mazzina, en Mujeres) sin consultarla ni avisarle a la Vicepresidenta.
Pero apuntarle públicamente a la corrupción en la obra pública, aún sin nombrarla a Cristina, es un golpe certero cuando la Vicepresidenta tiene un pedido de condena a 12 años de prisión que acaba de solicitarle el fiscal Diego Luciani por corrupción en la causa Vialidad. Una instancia en la que muy probablemente termine condenada antes de fin de año, y que constituye la gran obsesión que la llevó a organizar las manifestaciones en la puerta de su casa en la Recoleta. Después, vino el intento de atentado.
Cristina les ha pedido a su hijo, Máximo, y a sus dirigentes más cercanos que no le respondan a Alberto. Quiere hacerlo a su aire y personalmente. Solo hay que reservar platea para escuchar su próxima declaración oficial o para leer sus posteos inminentes en las redes sociales. Si contienen un 10% de los adjetivos que le dedica al Presidente en privado, la batalla del peronismo tendrá un nuevo capítulo de su gran enciclopedia de la confrontación.
El libro que preocupa al Presidente
Quienes conocen bien a Alberto Fernández juran que está un poco afectado por la lectura de una biografía muy reciente, que acaba de publicar la periodista Silvia Mercado bajo el sugerente título “El Presidente que no quiso ser”. Lógicamente, no sale bien parado del texto y por eso es que ahora, demasiado tarde, el Presidente quiere volver a ser. Eso explicaría su ánimo revoltoso.
Quizás con menos psicodrama que el del enfrentamiento que tiene con Alberto, Cristina también ha puesto en marcha un operativo de desgaste sobre la figura de Sergio Massa. Como lo hizo exitosamente con Martín Guzmán (éxito relativo para ella y derrota para el ex ministro de Economía), la Vicepresidenta le adjudica el perjuicio de la inflación galopante al ministro.
La primera advertencia fue hace diez días, cuando aparecieron los números de pobreza del segundo trimestre del año y Cristina le llamó la atención a Massa por la suba de la indigencia en todo el país. Fue cuando le pidió que ajustara las marcas sobre las empresas formadoras de precios, otra de sus obsesiones a la que nunca le pudo encontrar solución. La inflación fue una constante en alza durante los ocho años de los gobiernos de Cristina.
Y esta última semana, cuando el Indec informó la inflación de septiembre (6,3%) y quedó en claro que la la suba del costo de vida va a superar el 100% a fin de año, Cristina empezó a difundir el método para al menos poder frenar la inflación. Avanzar en un nuevo congelamiento de precios, la herramienta política que más fracasos suma en la historia de la economía argentina.
Claro que Massa no es Alberto ni Martín Guzmán. Tiene más capacidad de decisión que el Presidente y mucha más experiencia política que el economista que intentó incorporar el término sarasa a la gestión pública. El ministro de Economía, quien acaba de regresar de su segundo viaje a Washington para renovar el compromiso de ajuste fiscal con el Fondo Monetario Internacional, se estaba viendo cada vez más presionado por el juego preferido de Cristina. Señalar los defectos del Gobierno como si no fuera parte y la autora intelectual de este gobierno.
Doctorado desde hace mucho tiempo como equilibrista político, Massa recurrió una vez más a la maniobra que mejor domina. Improvisar medidas de corto plazo para intentar capitalizarlas políticamente a su favor, mientras sus adversarios creen (en este caso, Cristina aparenta creer), que está siguiendo sus consejos, sus advertencias o sus instrucciones. Un Massa en su salsa.
El nudo troncal de la maniobra de Massa es el congelamiento de precios. Públicamente, el ministro ha dicho que no cree en esa herramienta perimida. Pero no salió a enfrentarla a Cristina, ni mucho menos. En la entrevista radial del domingo anunció que va a poner en marcha un sistema de “precios justos”. Ni los precios cuidados, marca Guzmán, ni los congelados, que vienen con la etiqueta de Cristina y (como los vinos añejos) el sello de reserva de los años ‘70 y ‘80 que espanta a los empresarios.
A eso, le agregó el anuncio de otra suba del piso de Ganancias, ahora hasta $ 330.000, un clásico que Massa juega desde que era el pibe de los Kirchner en la Anses, a mediados de los 2000. Una actualización necesaria que corre siempre por detrás de la inflación, pero que genera una franja de los empleados de clase media la sensación de mejora de los ingresos familiares.
Claro que la más marketinera de las medidas es el regreso de los créditos para comprar en muchas cuotas teléfonos celulares, aparatos de aire acondicionado y televisores de más de 50 pulgadas. Un programa que comenzaría a implementarse a fin de mes, justo cuando empiecen a encenderse las expectativas del sueño argentino en el Mundial de Qatar. Podrá parecerles a los incautos, pero nada es casualidad en el planeta Sergio Massa. Hay unas cuántas velas empeñadas a la suerte de Messi.
Lo que muestran, básicamente, estas medidas direccionadas a tratar de calentar el consumo, es que Massa ha tenido que dar por terminada la primavera del ajuste con el que inició su gestión y que le sirvió como carta de presentación en Washington. El FMI ya se ha resignado a aceptar que los números del déficit fiscal no mejorarán hasta 2024, y la propia Kristalina Georgieva teatralizó un reto al ministro en los pasillos del Fondo porque su cuello es el que está en juego si la Argentina se desbarranca una vez más.
Habrá que ver que pasa en las próximas semanas. Como resuelve Massa el ritmo de la emisión monetaria con la inflación que no cede, y la quita de los subsidios a las tarifas de electricidad, gas y agua, otra de las promesas al FMI que ha quedado en un limbo metodológico, y de la que Cristina no quiere oír ni hablar ahora que empiezan a calentarse las pistas del baile electoral.
La gran incógnita en el peronismo es quien será el que se beneficie si estas medidas llegan a tener algún éxito en bajar la inflación y reactivar el consumo. Cristina se siente madrina de los planes de Massa, y espera que Lula se imponga a Jair Bolsonaro en el ballotage del 30 de octubre en Brasil para definir si su horizonte es otra candidatura presidencial, o si la realidad de las encuestas la obliga a refugiarse nuevamente en la Provincia.
Con la espada de Damocles de la condena judicial sobre su cabeza, Cristina no descarta la posibilidad de ser candidata a senadora en Buenos Aires para tener los fueros parlamentarios como protección imprescindible. La Vicepresidenta sabe que, aunque Massa diga que hoy es el plomero del Titanic, el ministro esperará al año próximo a que las encuestas determinen que Cristina no tendría chances de ganar para proponerse él mismo como candidato inevitable de un peronismo contra las cuerdas.
Ningún dirigente sensato toma en serio el arrebato adolescente de Alberto para proponerse como el candidato de la decadencia. En este peronismo que baila sobre la cubierta inflacionaria del Titanic, Cristina y Massa se necesitan. Por ahora, y solo por ahora, se refugian en la ecuación borgeana. No los une el amor, sino el espanto.
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