Un área protegida, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), es un espacio geográfico definido, reconocido, dedicado y administrado para lograr la conservación de la naturaleza con sus servicios ecosistémicos asociados y valores culturales.
Hoy se conmemora el Día de las Áreas Naturales Protegidas de Latinoamérica y el Caribe para poner en agenda su importancia, ya que representan una estrategia fundamental para la conservación a largo plazo de la diversidad biológica y cultural, proporcionando bienes y servicios ecosistémicos esenciales para la sociedad y la vida en general.
Esto se traduce en la conservación de lugares con un alto valor biológico y cultural, significativos a nivel tanto regional como global. El establecimiento y/o manejo de estas áreas protegidas puede hacerse tanto desde Estado como de privados y Organizaciones de la Sociedad Civil, incluso puede ser una gestión mixta. Por ejemplo, la Fundación Temaikèn realiza este trabajo a través de la reserva natural Osununú, al sur de Misiones, y también en la Reserva Natural Urutaú, que pertenece a la Entidad Binacional Yacyretá y donde la fundación lleva adelante la gestión y planificación. En estos espacios, además de trabajar para conocer y conservar el patrimonio natural y cultural, se promueve el fortalecimiento del vínculo entre nuestra especie y el ambiente en general, contribuyendo también a mejorar la calidad de vida de los habitantes locales.
Las áreas protegidas contribuyen a conservar el patrimonio cultural; preservar las cuencas hidrográficas y el suelo; colaboran con la regulación del clima, la adaptación y mitigación del cambio climático; ayudan con el control de plagas y enfermedades; proveen recursos, materias primas, alimentos y medicinas, y propician la recreación y espiritualidad, la contención de culturas ancestrales, el desarrollo social y económico local, entre otras. Además, brindan un marco ideal para la sensibilización, la educación y la investigación científica in situ.
¿Cuál es la situación para nuestro país? En Argentina existe desde 2003 el Sistema Federal de Áreas Protegidas (SiFAP), un instrumento que reconoce y nuclea a las áreas protegidas de la Administración de Parques Nacionales y de aquellas provincias que se incorporan de manera voluntaria, sumando las áreas bajo su jurisdicción, de origen privado y pertenecientes a Universidades, ONG’s, o áreas comunitarias.
Según el SiFAP, existen 530 áreas protegidas a nivel nacional, lo que representa aproximadamente un 14,5% del territorio nacional continental y 3 áreas marinas, que representan el 7,05% de nuestros mares. A nivel mundial, y según el Planeta Protegido (UICN), el 15,79% del territorio continental global se encuentra protegido y el 8,16% del territorio marino.
Estos porcentajes pueden parecer alentadores, pero la realidad es que están por debajo de las metas actuales establecidas. En este sentido, es necesario visualizar dos puntos claves: por un lado, hay biomas o ecorregiones que no están representadas o que presentan muy escasa superficie protegida y, por otro lado, muchas de estas no se gestionan efectivamente para el cumplimiento de sus objetivos.
Para que las áreas protegidas cumplan su misión, deben ser gestionadas de forma eficiente y debe hacerse más allá de sus límites físicos. Deben integrarse con el paisaje, es decir, complementarse con las actividades que se desarrollan en la región donde están emplazadas. Si se las maneja como “islas”, descontextualizadas de la realidad -como sucedió durante varias décadas y que aún hoy tiene vigencia en algunos sistemas-, las importantes contribuciones de estas se verán reducidas o vulneradas. El Proyecto Uso Sustentable de la Biodiversidad (USUBI) del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible es un ejemplo de uso responsable de la biodiversidad para emprendedores sustentables que se podría tomar como modelo.
La biodiversidad, de la cual somos parte como especie y de cuya supervivencia dependemos, tanto sanitaria como económicamente, enfrenta muchas amenazas, como la pérdida y degradación del hábitat, el cambio climático y la sobreexplotación de los recursos naturales, entre otras. Las áreas protegidas constituyen una gran herramienta para mitigar esas amenazas, optimizando nuestra calidad de vida y asegurando el mantenimiento de los recursos naturales para las generaciones venideras. Debemos mejorar el modo en que nos vinculamos con la naturaleza, más allá de las áreas protegidas, porque si no lo hacemos, estas nunca serán suficientes.
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