“La clave para saber quién será el próximo presidente o presidenta de la Argentina pasa, fundamentalmente, por saber con qué estado de ánimo van a votar los argentinos. Una sociedad enojada va a votar candidatos más extremos y una sociedad preocupada va a votar candidatos más moderados”.
El razonamiento pertenece a Franco Moccia, un economista de 60 años que se recibió en Harvard, que hizo toda una carrera en el Citibank, donde llegó a presidir las sucursales de Ecuador, Perú y de Colombia. Y que en 2011 volvió a la Argentina porque quería aportarle su experiencia al Estado. Fue secretario de Planeamiento en la Ciudad con Mauricio Macri, y después fue ministro de Desarrollo Urbano y Transporte con Horacio Rodríguez Larreta. Es amigo de los dos y, hasta que se defina quien de ellos competirá por la presidencia, deberá hacer equilibrio sobre una cuerda siempre a punto de romperse.
Moccia es hoy el coordinador de las tres fundaciones de Juntos por el Cambio. La Fundación Pensar, del PRO; la Fundación Alem, de la UCR; y la Fundación Hannah Arendt, de la Coalición Cívica. Por sus oficinas pasan cientos de funcionarios que estuvieron en la experiencia fallida 2015-2019, y muchos dirigentes y técnicos que serán funcionarios nuevamente si la coalición opositora regresa al poder. “Son equipos para sumarle a quien sea el próximo presidente”, es la única pista que da Moccia cuando le preguntan. Jamás da nombres. Las internas partidarias y la batalla de egos entre los candidatos están fuera de su órbita.
Lo interesante de Moccia es su concepto sobre las diferencias entre el voto de una sociedad enojada y el de una sociedad preocupada. Porque esa caracterización podría arrojar luz sobre quienes deberían ser los dirigentes en los que los argentinos depositarán su confianza el año próximo, cuando se celebren las elecciones presidenciales.
Un primer análisis parecería concluir en que una inflación anual que va a superar el 100%, un nivel de salarios que está muy por debajo del costo de vida y una línea de pobreza que ya quebró la barrera del 40% es motivo suficiente para que la sociedad argentina esté enojada. Y decir enojada es casi una sutileza. Debería estar al borde del colapso nervioso.
Las sociedades enojadas, como se está observando en el mundo, generan fenómenos políticos sorpresivos. Jair Bolsonaro en Brasil llegó a la presidencia por una sociedad enojada, y lo mismo acaba de pasar en Italia con la romana Giorgia Meloni. Los dos son exponentes del populismo de extrema derecha, donde algunas recetas del liberalismo económico se mezclan con posturas conservadoras en políticas migratorias o sexuales.
Claro que el enojo de las sociedades no apunta siempre hacia los brazos de la ultra derecha. En Chile y en Colombia acaban de elegir a presidentes de izquierda. Jóvenes e indigenistas, como es el caso del chileno Gabriel Boric, o sexagenarios y ex guerrilleros, como es el ejemplo del colombiano Gustavo Petro. En todos estos casos, los partidos políticos tradicionales fueron las víctimas propiciatorias de los ciudadanos con síntomas de hastío.
La enojada sociedad argentina, en cambio, no parece estar incubando ese huevo de la serpiente. El único dirigente que se acerca a esos estereotipos populistas es Javier Milei, economista como Petro pero que se siente mucho más cómodo difundiendo las teorías anarco capitalistas que crecieron en Europa en los dos siglos anteriores. Con ese bagaje académico, más un combate feroz contra los políticos profesionales y también contra el aborto, ha conseguido hacer una interesante elección en las legislativas del año pasado, y posicionarse para consolidarse como tercera fuerza el año próximo. En esa tarea se encuentra.
La mayoría de los encuestadores ubican al fenómeno Milei por debajo pero muy cerca del 20% de los votos a nivel nacional. Un porcentaje que puede perjudicar seriamente a Juntos por el Cambio y que también amenaza al declinante Frente de Todos, incluso con sacarlo de la posibilidad de ir al ballotage. Sobre todo si el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner no consigue detener el derrumbe de una administración espantosa.
Por eso, es curioso como algunos de los políticos tradicionales intentan alinearse en la oferta electoral que podría estar buscando una sociedad enojada como la argentina. El caso más asombroso es el de Cristina, quien busca ocultar su pertenencia a la gestión tambaleante de Fernández culpando al Fondo Monetario Internacional, a los errores del Gobierno anterior y a las grandes empresas argentinas de las cifras catastróficas que va consiguiendo su gobierno en todos los aspectos de la economía.
En la misma línea y con el mismo método, Cristina le adjudica a la oposición, a la Justicia y a la prensa la responsabilidad por su situación judicial tan comprometida. El fiscal Diego Luciani le ha pedido 12 años de prisión por supuesto fraude al Estado en la causa Vialidad, y por integrar una supuesta asociación ilícita con sus ex colaboradores Julio De Vido, con el lanzador de bolsos con dólares José López, y con el constructor de rutas sin terminar Lázaro Báez. A pesar de todo, Cristina tiene su plan electoral.
La Vicepresidenta espera una victoria de Lula en Brasil el 30 de octubre para intentar alinearse en una ola regional de izquierda, detrás de Boric, de Petro y del brasileño. Cristina cree que puede volver al poder captando los votos de electores argentinos enojados con el FMI, con las empresas formadoras de precios y con las fuerzas del mal que se conjuraron para condenarla judicialmente. Hasta ahora, la mayoría de las encuestas la asocian al gobierno actual, le adjudican una imagen negativa superior al 70% y contradicen la hipótesis de la ola regional.
Sin embargo, esta semana hubo una encuestas de la consultora Tendencias (citada por el periodista Eduardo Paladini en el diario Clarín), que midió a Cristina y la ubica en uno de sus escenarios como ganadora de una elección presidencial si su rival fuera Mauricio Macri. A ese sondeo, y a algunas mediciones propias, se aferran los kirchneristas para pronosticar que la Vicepresidenta podría volver al poder en el caso de que su rival fuera el ex presidente. E insisten con la idea de los votantes enojados.
En el complicado universo de la oposición, son varios los dirigentes que ven a Macri como el referente obligado de los votos enojados si Cristina llegara a ser la candidata presidencial del peronismo. El que más polémica ha generado es Miguel Ángel Pichetto, quien instaló en la discusión la idea de que la elección de 2023 debe ser una finalísima entre los titulares.
Con estilo futbolero, define a Cristina y a Macri como “titulares”, y al resto de los candidatos (Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Facundo Manes y Gerardo Morales) como “suplentes”. Para el experimentado Pichetto, la renovación dirigencial puede esperar.
Las apuestas de Cristina, Macri e incluso la de Patricia Bullrich, que también se dirige a potenciales votantes enojados (esta semana propuso entrar a las propiedades usurpadas de la Patagonia y combatir a los narcos de Rosario con tropas del Ejército), conforman el escenario de una Argentina crispada.
Si el año próximo prevalece la furia en la sociedad argentina, cualquiera de ellos tendrá ventaja sobre el resto de los adversarios internos. También hay que anotar al libertario Milei en esta ecuación. Barrer a la casta política y quemar el Banco Central son propuestas que pueden maridar perfecto con un país de votantes enfurecidos y sedientos de soluciones rupturistas.
El increíble ejemplo de Grossi negociando consensos
El otro escenario, el de una sociedad preocupada por el presente y por el futuro sin llegar a demandar propuestas de ruptura, puede favorecer los planes de los candidatos más moderados. En la oposición, Rodríguez Larreta es el prototipo de esos dirigentes más atentos a la posibilidad del diálogo y a los acuerdos con otros sectores políticos en busca de mayor gobernabilidad.
Como Rodríguez Larreta, quienes están o estuvieron en la gestión pueden conectarse más naturalmente con votantes preocupados. Los radicales Gerardo Morales o Alfredo Cornejo, y la ex gobernadora María Eugenia Vidal encajan con ese perfil. Y está el caso particular de Facundo Manes, que como Milei, apuesta a captar a votantes enojados o a los desencantados con la política actual, pero que marca más las diferencias que tiene con Macri que las que lo separan de algunos peronistas.
En la vereda del oficialismo, el único dirigente que podría proponerse competir por los votantes preocupados es Sergio Massa. El ministro de Economía lleva adelante un ajuste parcial de las variables económicas para recomponer las reservas monetarias e intentar reducir en algo la inflación que ya está en el umbral de los tres dígitos. También es partidario de los acuerdos políticos y la apuesta a la gobernabilidad, pero los tres años dentro del Frente de Todos deterioraron su imagen a un ritmo cercano al de Cristina y Alberto. Deberá mostrar algunos logros que todavía parecen muy lejanos si es que quiere revertir los números negativos que hoy le muestran las encuestas.
Una disputa entre Massa contra Rodríguez Larreta, o contra Bullrich o Morales, también mostraría un escenario diferente de la Argentina, con dirigentes que apuestan a reemplazar los liderazgos que Cristina y Macri representaron hasta ahora en las dos coaliciones que se mantienen gobernando desde 2007.
Lo cierto es que la mayor dificultad que muestra la Argentina para dirimir las candidaturas del año próximo es que nadie quiere ceder espacios de poder. Y un buen ejemplo de esa debilidad criolla la da el Coloquio Empresario de IDEA, que se celebra esta semana. La convocatoria incluye la consigna “Ceder para crecer”, en una apuesta al diálogo y al consenso como herramientas para recuperar la senda perdida del crecimiento.
Quienes no cedieron, en primera instancia, fueron el gobernador Axel Kicillof y el ministro Wado de Pedro, que confirmaron ya que no asistirán. Todavía no se sabe el camino que tomará Alberto Fernández. Queda alguna expectativa de que acepte la invitación y participe el viernes del cierre del Coloquio. Si no es asi, la comitiva oficial se limitará a un discurso grabado de Massa (porque se encuentra de viaje en Washington) y a la participación en un debate del ministro de Producción, José de Mendiguren, en su doble condición de funcionario y empresario.
Quizás a la dirigencia argentina le convenga prestar atención a una gestión de consenso que está haciendo un compatriota en un escenario bastante más caliente que las elecciones de 2023.
Se trata del argentino Rafael Grossi, el director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, quien en estos días está llevando adelante conversaciones con los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Ucrania, Volodimir Zelenski, para convencerlos de que no bombardeen la central nuclear de Zaporiyia y provoquen una catástrofe atómica en Europa.
El martes Grossi estuvo con Putin en San Petersburgo, mientras el polémico líder ordenaba que un centenar de misiles rusos destrozaran edificios, casas y calles de las ciudades ucranianas.
Hay quienes creen, sin embargo, que sigue siendo más fácil negociar con Putin en medio de los muertos de la guerra que lograr algún oasis de consenso entre nuestros dirigentes para aminorar un poco la velocidad de la decadencia argentina.
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