Argentina tiene hoy en día 7 tipos de cambio diferentes. Enumerándolos, son el dólar oficial, el dólar blue, el dólar MEP, el dólar Contado con Liquidación, el dólar turista, el dólar ahorro y, finalmente, el dólar soja.
Este hecho es, al menos, curioso. En economía se estudia que para cualquier mercado existe un solo precio, que es el de “equilibrio” y que el libre juego de la oferta y la demanda sirve para llevar el producto a ese nivel. Dicho esto, ¿cómo es posible que existan 7 precios para un solo bien que, encima, es ampliamente operado por una buena parte de la población?
La respuesta corta es que se trata de una torpeza monumental de parte de las “autoridades económicas”. O del resultado inevitable de tener un precio máximo para el dólar e intentar “devaluar sin devaluar”.
La respuesta más larga y detallada es que los múltiples precios para el dólar reflejan lo que Hayek denominó “la fatal arrogancia de los planificadores centrales”.
Ahora bien, antes de adentrarnos en ese tema, repasemos algunos de los precios para el dólar que son derivados exclusivamente de las decisiones deliberadas y conscientes del gobierno. Es decir, dejamos afuera acá el precio del dólar paralelo, por ejemplo, ya que surge de la interacción libre de las partes al margen de lo que los funcionarios quisieran que ocurra.
¿Cómo es posible que existan 7 precios para un solo bien que, encima, es ampliamente operado por una buena parte de la población?
En argentina tenemos un “dólar oficial”, que cotiza en $156 y al que pueden acceder los importadores. Aclaremos, los importadores tienen cada vez más difícil el acceso producto de las trabas administrativas que el gobierno pone. Por otro lado, a los exportadores se los suele obligar a vender a este precio todos los dólares que ingresen del exterior.
Digo que se los suele obligar vender a ese precio porque en septiembre, por ejemplo, apareció el “dólar soja”, que aplicó solamente a los exportadores de soja, y que cotizó en 200 pesos.
Ahora bien, también existe el “dólar soja” de meses que no son septiembre. En octubre, por ejemplo, el “dólar soja” cotizará en alrededor de $107, puesto que al tipo de cambio oficial hay que restarle los 33 puntos de retenciones a la exportación.
Siguiendo con esta línea, también aparece el “dólar maíz”, ya que como las retenciones a la exportación de dicho producto son 12%, el dólar que le pagan al exportador de choclo es de 137,3 pesos.
Esto no es todo, el gobierno también estableció de forma deliberada un dólar turista (de $273 pero que llegaría a $300 en estos días), un dólar ahorro ($258) un “dólar de exportación de petróleo” (de $143, porque se aplican retenciones del 8% toda vez que el precio internacional del petróleo Brent está por encima de los USD 60 el barril), y un “dólar para exportadores de servicios”, donde al que traiga hasta USD 1000 le dejan depositarlos íntegramente en dólares en una cuenta bancaria sin más.
Agotador de solo leer, ¿verdad? Sí, completamente. Y lo mismo debe pensar cualquier mortal que esté analizando operar económicamente en Argentina.
La economía de la Unión Soviética no solo tuvo que construir un Muro para que sus ciudadanos no se escaparan, sino que los mismos ciudadanos terminaron derribándolo
Lo peor de todo es que no existe una justificación racional para semejante esquema. De hecho, si fuese ésta la vía al desarrollo no se entiende por qué casi ningún país del planeta nos imita.
No obstante, existen teóricos de la economía que simpatizan con este esquema: son los llamados “estructuralistas”. Para resumir la idea, los economistas del estructuralismo latinoamericano plantean desde mediados del siglo pasado que los problemas económicos de América Latina tienen que ver con su particular estructura económica, y que las leyes económicas que funcionan en todo el mundo no aplican de la misma forma aquí.
La estructura económica argentina, en particular, se encontraría –de acuerdo con esta tesis– “desequilibrada”, puesto que la productividad del campo es mucho mayor a la de la industria y, por tanto, el primer sector tiene potencial exportador mientras que el segundo, si el estado no interviene, no podrá desarrollarse.
Ahora bien, dada esta estructura, se pretende que el Estado intervenga, precisamente, estableciendo un sistema de tipos de cambio múltiples que permita, al mismo tiempo, que la elevada competitividad del campo no se traduzca en altos precios para “la mesa de los argentinos” y que el improductivo sector industrial pueda competir con sus pares del extranjero. Se busca, entonces, un tipo de cambio bajo para el campo, y uno alto para la industria.
Ahora bien, la inconsistencia del argumento debería ser evidente. Si el Estado pudiera garantizar un tipo de cambio diferencial para que cada actividad opere a espaldas de su verdadera productividad, por qué no establecer un tipo de cambio diferente para cada individuo.
Si Iván Carrino no es capaz de exportar una charla de economía, ¿por qué no darle a él un tipo de cambio de $100.000 por dólar, de forma que pueda vender sus charlas en USD 2 y ganar así el doble del sueldo promedio del sector privado de la economía con una charla barata para algún interesado en los Estados Unidos?
Seguimos creyendo que el Estado puede establecer los precios mejor que la gente operando de forma voluntaria en los mercados y eso nos lleva el excéntrico esquema cambiario que tenemos hoy en día
¿Por qué no pagarle al exportador de carne un tipo de cambio de $1 por dólar, de forma que tenga que vender el kilo de asado a USD 1.000 en el extranjero y, acto seguido, no le quede otra opción que vender toda su producción al defendido “mercado interno”?
La respuesta –en estos ejemplos extremos– es sencilla: porque después de un tiempo nadie más produciría carne y habría una cantidad tal de economistas que nos volveríamos todos locos. Inviable.
Ahora existe un problema adicional y es que, como advertía el premio nobel de economía Friedrich A. Hayek, el gobierno no tiene la más mínima idea de cuál es o debe ser la verdadera retribución de cada factor productivo.
Es que el sistema de tipos de cambio múltiples no es otra cosa que la generalización de las políticas de controles de precios a casi toda la economía. Es el estado estableciendo quiénes deben triunfar y quienes deben perder en la economía, reformulando el sistema de premios y castigos de la sociedad.
Ludwig von Mises había advertido en 1922 que un sistema donde no hubiese precios de mercado no podría funcionar de forma eficiente. El problema fundamental es que los precios –solo cuando se establecen libremente- permiten hacer uso eficiente de los recursos y satisfacer la máxima cantidad de necesidades posibles. Dos décadas después, Hayek complementó el argumento sosteniendo que el rol de los precios libres es transmitir la información necesaria sobre preferencias y costos de oportunidad de la forma más barata que hemos encontrado hasta ahora.
Agregaba, además, que dicha información jamás podría estar disponible en una sola “mente maestra” que pudiera planificar la sociedad mejor que lo que puede hacerlo el mercado.
La historia le dio la razón a Mises y a Hayek, porque la economía centralmente planificada de la Unión Soviética (que buscó determinar de forma centralizada la retribución de cada factor productivo de la sociedad) no solo tuvo que construir un Muro para que sus ciudadanos no se escaparan, sino que los mismos ciudadanos terminaron derribándolo en 1989.
En Argentina en el año 2022, parece que aún no entendimos la lección. Seguimos creyendo que el Estado puede establecer los precios mejor que la gente operando de forma voluntaria en los mercados y eso nos lleva el excéntrico esquema cambiario que tenemos hoy en día.
Spoiler alert: este esquema, como tantas otras veces, volverá a ser un fracaso.