“Woo, una abogada extraordinaria” es una nueva serie surcoreana catalogada dentro del género “k-drama” que está batiendo récords de audiencia a nivel mundial y en Argentina, durante varias semanas, se encontró entre las diez más vistas.
Esto nos lleva a preguntarnos, cómo hacemos habitualmente desde esta columna, por qué esta serie de abogados/as nos interpela como sociedad y qué es lo que revela sobre nuestros sistemas de justicia y la práctica de la abogacía.
Creo que la saga resulta una crítica profunda sobre la falta de empatía que presentan los sistemas judiciales frente a los conflictos sociales. La producción desnuda esta carencia mientras cuenta la historia del ingreso al campo jurídico de una joven abogada que combina un coeficiente intelectual muy elevado, un trastorno del espectro autista y una extraordinaria forma de comprender los sentimientos. Woo Young-woo, criada en los suburbios de Corea del Sur, logró recibirse distinguidamente en la prestigiosa Universidad de Seúl y abrirse paso para ejercer como abogada en uno de los dos estudios corporativos más importantes de esta capital asiática.
Allí, la estrella de este drama judicial debió ir rompiendo uno a uno los prejuicios dentro del campo jurídico con su poco convencional forma de expresarse y un comportamiento corporal que no encaja en el acartonado estudio jurídico corporativo y, mucho menos, en los ritualizados juicios orales. Simbólicamente, el ingreso a un campo jurídico signado por la competencia profesional está representado por una gran puerta giratoria que se presenta en la serie como el primer obstáculo que debe superar Woo. Y como todo, lo hace a través de la solidaridad y la incorporación de saberes no jurídicos, en el caso, una base rítmica que utiliza para poder dar los pasos justos sin que la puerta de ingreso a “Hambada” la lleve por delante.
Pero a pesar de estas dificultades, Young-woo sorprende a todos con su capacidad para definir estrategias jurídicas a través de razonamientos laterales. De forma recurrente, se representa la idea de que la aplicación fría y rutinaria de la norma impide que las demandas de los justiciables lleguen a buen puerto e incluso se muestran casos en los que, sin la intervención de los sentimientos como herramienta, sus pretensiones terminarían en un profundo estado de indefensión.
La protagonista recurre a elementos extrajurídicos que le dan sentido a la normativa. Se destaca la inspiración que encuentra Young-woo en la observación de la naturaleza, en particular en la vida de las ballenas, en quienes encuentra una forma de socialización deseable y, también, logra empatizar con el conflicto social que aparece velado en las demandas que ingresan en el mundo judicial.
¿Cuánta empatía nos falta como abogados y abogadas para comprender los sufrimientos y desigualdades de nuestra sociedad? ¿Cuántas veces la lógica interna del campo jurídico nos lleva a concluir que un derecho no es exigible dentro del sistema judicial? ¿Cuántos años dejamos afuera de la solución judicial cuestiones que entendíamos de difícil prueba, como es el caso de la violencia de género, la pobreza estructural, etc.?
Woo conoce el derecho como la palma de su mano, ya que posee una memoria que podría ser la envidia de Mike Ross de Suits (¿alguien ya estará pensando en ese crossover?); sin embargo, sus intervenciones destacadas surgen, además de su empatía, de dos capacidades que desarrolla a lo largo de los capítulos, no sin encontrar obstáculos entre las autoridades del estudio jurídico y sus compañeros.
Las lógicas del poder económico detrás de los grandes estudios corporativos no son ajenas a la trama y el relato presenta capítulo a capítulo una tensión entre los intereses mezquinos de los operadores judiciales y la ética profesional. La abogada Young-woo define colgar en la pared de su oficina un código de conducta de los abogados y abogadas, reafirmando el papel que la inflexible letrada jugará a través de los capítulos.
Woo Young-woo representa también la capacidad del trabajo solidario junto a sus colegas. A pesar de que el campo jurídico está diseñado para la competencia profesional, la abogada logra tejer una red de solidaridad -dentro y fuera de lo judicial- que le permite ir solidificando su tarea. El personaje Kwon Min-woo ve a Woo como una contendiente y expresa una mal entendida forma de meritocracia, en la que lo importante es el “sálvese quien pueda” de forma individual, pero la cual, al menos en la primera temporada, no parece funcionar.
En el episodio “Si yo fuera una ballena”, el caso que resuelve Young-woo, resulta paradigmático para comprender este punto. Te lo resumo así nomás: en el hecho, las imputadas, dos desertoras norcoreanas, concurrieron a la casa de Lee Sun-yeong con el fin de cobrar un dinero que les pertenecía. Frente a su negativa, las norcoreanas intimidaron con palos y piedras a la dueña de la vivienda y también forcejearon y le pegaron algunos bofetones, pero no demasiado graves. Sin embargo, cuando una vecina llamó a la policía por los ruidos del ataque, las heridas que presentaba Lee Sun-Yeong son de carácter grave.
Por ello, una de las imputadas va a juicio y es condenada a cuatro años de prisión. La segunda arrestada, sobre la cual trata el capítulo, se fuga durante cinco años con su hija, pero cuando la niña cumple ocho años, edad suficiente para recordar a su madre, aquella se entrega a la justicia esperando la misma suerte que su compañera norcoreana.
Woo Young-Woo empatizó fuertemente con la imputada prófuga, incluso cuando el coordinador del equipo jurídico les indica no hacerlo. Woo trazó un paralelo entre esa historia de maternidad con el fuerte instinto maternal que poseen las ballenas y trabajó a destajo por obtener una libertad condicional para no separar a la madre de su hija, quien se encontraba ahora en un orfanato.
Pero el punto clave del episodio es la comparación entre el proceso de la mujer condenada y, alerta spoiler, la mujer que obtiene la libertad condicional. El abordaje empático y con cierta perspectiva de género lleva a descubrir que las norcoreanas no habían lastimado gravemente a la mujer, sino que las heridas peritadas se relacionaban con la violencia de género que sufría la víctima en el seno de su hogar.
El caso muestra al menos dos puntos: el obrar frío y no empático que muchas veces muestran nuestros sistemas de justicia y, también, los sesgos ideológicos que en repetidas ocasiones se presentan dentro de los procesos de forma inadvertida en una escenificación judicial, que se esfuerza por parecer neutra. Es que Woo Young-woo devela cómo lo que ocurrió con la primera imputada condenada era el reflejo de la discriminación de parte de la sociedad surcoreana respecto de la inmigración desde Corea del Norte. Paradójicamente, quien simboliza ese sesgo ideológico es el personaje menos esperado: no es ni un jurado, ni el juez, ni el abogado, es el perito médico que evalúa las heridas de la mujer flagelada y su sesgo impide ver la violencia ejercida por un hombre surcoreano, y todo, justificado con un halo científico.
En conjunto, la primera temporada muestra que en nuestras democracias occidentales, en las cuales el modelo judicial tiende a ser el de la justicia tecnocrática, algorítmica o predictiva, puede existir otra forma de acercamiento al conflicto social y se revela que el que en muchos casos sufre avanzados niveles de autismo es aquel modelo judicial alejado de las percepciones de justicia y los sentimientos de quienes recurren a ella. Woo Young-woo, se presenta a ella misma al derecho y al revés, pero expresa: el derecho al revés u otra forma de derecho que pone los sentimientos en el centro de la escena.
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