Hace 200 años, Estados Unidos reconocía la independencia argentina

Fue el 8 de marzo de 1822, a través de un proyecto del presidente Monroe

Vista exterior del Congreso de Estados Unidos en Washington (EE.UU.). EFE/Michael Reynolds/Archivo

El 8 de marzo de 1822, el Congreso estadounidense aprueba el proyecto del Presidente Monroe para reconocer la independencia de las ex colonias españolas de América.

Es una decisión general que no especifica los países, que por otra parte todavía se encontraban definiendo límites y organización institucional. En el caso de la actual República Argentina, ¿se reconocía al Estado de Buenos Aires recientemente reorganizado o a las ex Provincias Unidas del Río de la Plata que algunos querían reconstituir?

No es un hecho intempestivo, sino consecuencia de un proceso. En el caso argentino, ya la Primera Junta de gobierno, a pocas semanas de su instalación el 25 de mayo de 1810, envía una misión diplomática a Gran Bretaña y Estados Unidos, para buscar apoyo para el proceso emancipatorio emprendido desde Buenos Aires. La integran Matías de Irigoyen y Diego Saavedra, hermano del Presidente de la Junta. Es una gestión con pocos resultados concretos, pero que marca una dirección.

No es mucho lo que se obtiene del gobierno del entonces Presidente Madison. Pero se compran armas, en ese momento requeridas para el esfuerzo militar.

Un año después de la declaración de la independencia argentina en Tucumán, llega un enviado de las Provincias Unidas del Río de la Plata a la capital estadounidense. Se trata de Manuel Hermenegildo de Aguirre. Lleva el acta de la independencia declarada en Tucumán el 9 de julio del año anterior y cartas de los Directores Supremos de las Provincias Unidas, Juan Martín de Pueyrredón, y de Chile, Bernardo O’Higgins, y también del General José de San Martín, dirigidas al Presidente James Monroe.

En ese momento, el Rey español, Fernando VII, con el apoyo de las potencias de la “Santa Alianza”, desarrolla una ofensiva militar en el territorio americano para recuperar los territorios sublevados que se estaban declarando independientes.

La Casa Histórica, pintada como aquel año 1816: paredes a la cal y las aberturas de azul, simbolizando los colores de la bandera.

Hacia 1820, la situación política en las Provincias Unidas del Río de la Plata no era nada fácil. San Martín había desembarcado en Perú y se transformaría en la primera autoridad política nacional del país. Mantiene el apoyo y la cooperación de Chile, pero había perdido el de su propio país. Las Provincias del Alto Perú se encontraban en disputa con las fuerzas realistas, que San Martín las amenazaba militarmente desde el norte. En las actuales provincias argentinas, dos territorios (Tucumán y Entre Ríos) se habían declarado repúblicas independientes, creando un transitorio esbozo de organizaciones nacionales. La Banda Oriental (actual Uruguay) estaba ocupada por fuerzas portuguesas que incursionaban esporádicamente en el litoral argentino. Buenos Aires, que había vivido en 1820 una situación de fuerte anarquía, ya se había reorganizado, con el gobernador Martín Rodríguez y un gabinete que tendrá a Bernardino Rivadavia como Ministro de Gobierno y a Manuel José García a cargo de las relaciones exteriores.

Por eso, en ese contexto, el reconocimiento de la independencia hispanoamericana por parte del gobierno estadounidense, tiene que ser necesariamente genérico y sin demasiadas especificaciones. Hasta ese momento, sólo Portugal había reconocido, el 16 de abril de 1821, la independencia del Río de la Plata.

El reconocimiento estadounidense tiene como consecuencia, en el plano internacional, acelerar un proceso análogo por parte de Gran Bretaña, quien se venía alejando de las potencias de la “Santa Alianza” que apoyaban los intentos de Fernando VII por recuperar el control de su imperio americano, pero que mantenía una actitud prudente respecto a su independencia. Gran Bretaña reconoce la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata -Buenos Aires tenía delegada su representación internacional- en diciembre de 1823.

En el caso argentino, la emigración que por causa de las luchas políticas internas había llevado a figuras como Manuel Dorrego a vivir en Baltimore, había establecido contactos informales con Estados Unidos.

Pero en el “proceso”, hay hombres “claves” que lo aceleran, agilizan y concretan. En este caso, uno de ellos es John Forbes Murray. Nacido en la Florida en 1771, tras años de estrechez de su familia, ingresa a la Universidad de Harvard, graduándose de abogado. Pero se dedica al comercio, trasladándose a Europa y estableciéndose en Burdeos, Francia. Condiscípulo de John Quincy Adams, hijo del entonces presidente de Estados Unidos, le pide por su intercesión ser designado cónsul en Francia. En 1801 se dirigió a James Monroe pidiéndole una carta de presentación para el presidente Jefferson, obteniendo el nombramiento como agente comercial en Hamburgo. En 1809, al asumir la Presidencia James Madison, lo nombra ministro en San Petersburgo, Rusia. Tras un breve regreso a los Estados Unidos, en 1816 se hace cargo del consulado de su país en Polonia.

En 1820 es designado agente para la navegación y el comercio en Buenos Aires. En las extensas e informadas instrucciones que recibe, se le dice que “le será igualmente interesante la información política. Cuanto más detallada y auténtica que ella sea, tanto mejor… Observe e informe con toda prudencia, discernimiento, penetración y lealtad a su país de que es usted capaz, el movimiento de todos los partidos, sin hacerse solidario con ninguno”.

Los 114 minuciosos informes que eleva dando cuenta de lo que sucede en Buenos Aires, Chile e incluso Río de Janeiro, fueron recopilados por el embajador argentino en Washington, Felipe A. Espil -llegó a Estados Unidos como segundo secretario de la embajada argentina en 1918, siendo designado embajador en 1931 y permaneciendo en el cargo hasta 1945-, y publicados con el título de “Once años en Buenos Aires (1820-1831)”. Este volumen da cuenta de la intensa pero discreta actividad de este diplomático estadounidense, que vivió una década conflictiva y azarosa de la historia argentina, y que tenía acceso a los dirigentes de las distintas facciones que luchaban por el poder. Murió en Buenos Aires en 1831, sin haber regresado nunca a su país.

El otro es Caesar Augustus Rodney. Nació en Dover, Delaware, en 1772 y se graduó de abogado en la Universidad de Pensilvania. Su padre, el coronel Thomas Rodney, combatió en la Guerra de Independencia estadounidense, y su tío fue uno de los firmantes de la proclamación. Electo diputado en 1802, en 1807 fue designado Fiscal General, formando parte del gabinete de Jefferson, cargo en el que continuó durante la presidencia de Madison. Participa en la guerra de 1812 como oficial de artillería.

El Presidente Monroe lo envía a América del Sur en 1817, con el objeto de investigar e informar sobre la conveniencia de reconocer la independencia de las repúblicas americanas. Acompañado por Henry M. Brackenridge -que luego escribió la obra “Viaje a Sudamérica”-, llegaron a Montevideo el 20 de febrero de 1818. Ya en Buenos Aires, son recibidos por el Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón. Estuvieron en la capital del Virreinato durante dos meses.

Presenta su informe ante el Departamento de Estado el 5 de noviembre de 1818. Fue elevado al Congreso, y al hacerse público, generó interés en Estados Unidos. Pero el gobierno estadounidense tenía otras prioridades, entre ellas la negociación que se desarrollaba con España para la transferencia de la Florida, negociación que Washington no quería perturbar al reconocer a las naciones que se constituían en Hispanoamérica.

Tiempo después, mientras ocupa una banca en el Senado, el Presidente Monroe lo nombra “Ministro plenipotenciario” de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Era una medida consecuencia del reconocimiento de la independencia por la ley presentada el 8 de marzo de 1822, ya resuelto el problema de la Florida. Pese a encontrarse enfermo, viaja con su familia a su destino. El 27 de diciembre de 1823 es acreditado ante el gobierno del General Martín Rodríguez, juntamente con el secretario de la legación, que había pasado a ser Forbes, que venía actuando como representante comercial. Rodney falleció en Buenos Aires, tras una breve gestión, el 10 de junio de 1824. Bernardino Rivadavia habló ante sus restos con sentimiento y elocuencia.

Un modesto monumento en su homenaje fue erigido por el gobierno de la provincia de Buenos Aires en 1831 y que hoy se encuentra en la iglesia anglicana del centro de Buenos Aires.

En síntesis, en 1822 se inició una relación bilateral entre Estados Unidos y la Argentina, que si bien tuvo claroscuros, como suele suceder con los países en el plano internacional, nunca llegó a interrumpirse, y ello fue consecuencia de las políticas y los hombres que supieron hacerlo.

SEGUIR LEYENDO: