El Gobierno genera pobreza para luego crear dependencia del Estado

Cristina Kirchner está más empeñada en atender sus propios intereses que los de la nación que lidera. Pero fueron sus desatinos, los tuits, sus cartas y los aprietes públicos a funcionarios que no funcionan, los que cocinaron, a fuego no tan lento, el país envenenado en el que ahora nos toca vivir

Cristina Kirchner

La conspiración de los idiotas, (2015) libro de Nieves García Bautista, es una ficción sobre un personaje muy particular, que tiene un trabajo mediocre, una familia desunida y un piso casi en ruinas. Una vida anodina donde la violencia es el último recurso del incompetente -en palabras de Isaac Asimov- retratando las diferentes formas de agresión y cólera. Argentina, en sí misma, bien podría ser el personaje principal de La conspiración de los idiotas, pero entendida en la etimología correcta del término: La palabra “idiota” proviene del griego idiotes para referirse a quienes no se ocupaban de los asuntos públicos sino sólo de sus intereses privados.

Con lo anterior quiero significar que el principal reproche que debe hacerse a Cristina Kirchner es que está más empeñada en atender sus propios intereses, que los de la nación que lidera. Ella es la máxima responsable de todo lo que está pasando, de lo bueno -si es que hubiera algo- y de lo malo. Sobre sus espaldas pesa la responsabilidad de que tengamos un país anodino, con una inflación galopante y sin moneda. Fueron sus desatinos, los tuits, sus cartas, los aprietes públicos a funcionarios que no funcionan, los que cocinaron, a fuego no tan lento, el país envenenado que ahora nos toca vivir, y que poco a poco se va transformando en uno con clima de violencia recurrente. Es su responsabilidad que Alberto Fernández, el peor presidente de la democracia argentina, encabece -sin liderazgo alguno- un gobierno desarticulado y perdido en su propia impericia.

De este modo llegamos a la conspiración de los idiotas (en el sentido griego del término) del “cristinismo” que nos enfrenta a un futuro mediato complejo, cuya única esperanza es que la Selección de fútbol pueda tener un buen desempeño en el Mundial que arranca el próximo mes, de modo tal que la sociedad se distraiga y tenga alguna alegría colectiva para disipar el desasosiego que se ha extendido a lo largo de toda nuestra sociedad. Como decían los Romanos: “Pan y circo para entretener al pueblo”. Mientras tanto, la gravedad de los problemas sin resolver requiere de modo urgente que nuestra dirigencia política (oficialismo y oposición) plantee un porvenir que al menos nos dé la esperanza de superar los fracasos del pasado, de ese futuro mejor que nunca llegó.

Cristina Kirchner en el Senado de la Nación (Senado de la Nación)

El fracaso argentino tiene la suficiente importancia como para sacarnos a todos del estado de idiotez generalizado en el que vivimos, solo ocupados en nuestros propios temas. ¿Es posible con esta clase dirigente? Si, pero muy complejo de implementar. Facundo Manes, aplaudido por el Frente de Todos, ya nos dio una pauta esta semana de por dónde no debe transitar la oposición. Para el oficialismo, a su vez, la idealización del fracaso nacional y popular es de una idiotez sin parangón. Pareciera que muchos dirigentes se empeñan en celebrar el fracaso, disfrazándolo de éxito. El gobierno de Cristina debe urgentemente hacer un duelo de su fracaso. El ganar perdiendo es una fábula que sólo busca aplacar la desazón que produce la derrota (como en 2021).

A su vez Alberto Fernández, con sus desvaríos permanentes, es un fiel reflejo de la tendencia oficialista a la idiotez, a festejar nuestros males travestidos de bondades. No es posible, por ejemplo, celebrar una victoria pírrica de Lula en Brasil, nuestro principal socio comercial, por el solo hecho de pensar que su regreso beneficiaría a Cristina. Lula y Bolsonaro van a una segunda vuelta donde cualquiera de los dos puede resultar triunfador. En ese contexto el tuit del presidente Fernández, alentando a Lula, es de una torpeza supina (la propia CFK guardó silencio). Si gana Bolsonaro -algo que está dentro de las posibilidades- la relación con gobierno de Brasil devendrá aún más compleja. Este tipo de actos constituye pensar como “idiotes” en lugar de hacerlo en pos del interés colectivo, donde el interés nacional es más importante que el de una facción. Se acostumbraron a pensar en “chiquito”, sin perspectiva de futuro.

El fracaso del populismo solo puede ser aprovechado por toda la nación, si los votantes aprendemos que no es posible seguir viviendo como si todo fuera gratis y responsabilidad del Estado. Tenemos una generación, de 20 años o más, que se educaron y criaron en un hogar dónde el único ingreso fue, y sigue siendo, la dádiva del Estado que envenenan al más carenciado alejándolo de la cultura del trabajo. Vale recordar lo que dijo días atrás la presidenta de la Comunidad de Madrid: “Me niego a que el peronismo arruine el motor económico de España”. Y agregó: “Es el gobierno que primero crea la pobreza para luego crear dependencia del Estado. Es populismo fiscal”.

Cada subsidio (festejado por los “idiotes”) es una demostración más del fracaso del Estado como motorizador de un país generador de actividad genuina para sus habitantes. No está mal ayudar al carenciado. Es un horror que esa ayuda sea su único futuro a consecuencia de la imposibilidad del gobierno de crear las condiciones necesarias para que ese individuo deje de necesitar la “ayuda” estatal y se valga por sí mismo. Gobernantes como Cristina le han sacado a los más carenciados, con sus políticas erradas e idiotes, toda esperanza de un futuro mejor.

La conspiración de los “idiotes”, que encabeza CFK, tiene como meta llegar a las elecciones de 2023 en condiciones de dar una pelea. Poco o nada le interesa el resto. Sus causas judiciales están transitando la zona de definición, donde una posible condena podría cambiar la historia de la democracia argentina para siempre. Con ese escenario por delante la idiotez los impulsa a dejar de lado la posibilidad de entender al fracaso como una lección de todo lo que no debieron ser los dos primeros años y medio del peor gobierno de la democracia argentina, para motorizar nuevos desafíos que los impulsen a una dimensión más real. Con “La Cámpora” como brazo armado, CFK no va a resignar conchabarse en la Provincia de Buenos Aires, pero, precisamente esa estrategia -de resignación- es la que los aleja de la posibilidad de ser algo distinto a lo que son hoy: una facción más interesada en el cooptamiento de las cajas del Estado y el dominio de los espacios de poder para usarlos como idiotes. La melancolía de los ya señores adultos de La Cámpora por ser lo que nunca fueron les impide ver en lo que se han convertido.

Todo lo que se hizo mal no fue gratis. Sufrimos las consecuencias con toda su gravedad, mostrándonos su peor cara cuando la violencia vuelve a ser noticia, como el repudiable atentado contra CFK, y los actos violentos cada vez más frecuentes de los falsos mapuches, o barras bravas peleando cuerpo a cuerpo con piqueteros. Vivimos en un país donde nuevamente la violencia se va haciendo paso poco a poco. La magnitud del horror es inmensa cuando nos enfrentamos a hechos violentos. Cada ciudadano que es apuntado por un arma en un hecho de inseguridad vive su tragedia individual, al igual que cada uno que consume droga. ¿Qué se hace desde el Gobierno? Nada o muy poco, pero no todo lo necesario. Ese horror cotidiano al que nos vemos sometidos por las consecuencias de la conspiración de los idiotas que nos gobiernan, solo genera desazón, impotencia y desánimo, donde muchos -cada vez más- ciudadanos eligen la pérdida de ir a vivir a otro país con tal de alejarse de nuestra distópica realidad.

El sufrimiento del pueblo argentino debe ser enfrentado con seriedad, sin idiotez, pensando en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones -que es lo que hacen los idiotas-. Quienes pretendan gobernarnos deberán demostrar antes “como y de qué manera” quieren hacerlo. Cuatro años es un tiempo muy corto para generar los cambios -y los consensos- necesarios para dejar atrás el fracaso que nos abrazó como un oso. Solo nos pueden prometer: sangre, sudor y lágrimas. Los cantos de sirenas populistas ya fracasaron, al igual que los idiotas que los impulsaron. Lo único que, como votantes- podemos exigirle a quien sea nuestro próximo presidente, es que ponga a la Argentina en el camino de regreso a ese país que alguna vez fuimos, y hace ya mucho no somos. Para recorrer el camino entero harán falta muchos gobiernos, largos años y décadas de esfuerzo, de entender que la cultura del trabajo, el respeto de las instituciones, priorizar la verdadera educación -no la que adoctrina-, premiar a los que invierten en lugar de combatirlos y crear las condiciones para ser un país vivible nos demandará largos años y un nuevo aprendizaje de la clase dirigente para generar consensos, desde la perspectiva de que el que piensa diferente no es el enemigo al que hay que combatir, sino el adversario con el que hay que acordar.

El fracaso de este gobierno no es anónimo, tiene nombre y apellido: Cristina Fernández de Kirchner.

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