Bolsonarismo

Para ganar las elecciones de Brasil, el actual presidente moverá dinero y confiará en alejar el recuerdo de la mortandad por el Covid-19 que subestimó en público para mantener la máquina industrial y comercial

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil

La Argentina es como un jarrón roto. Se puede restaurar, pero no quedará igual. Es el jarrón pegado de una manera tan descuidada y torpe como los dirigentes que llevan adelante su anhelada y a menudo malversada democracia, sin rumbo ni programa, ni futuro a la vista.

Ahora, con un 36 por ciento de pobreza y un 8,8 de indigencia, donde se hace más doloroso porque expone datos acerca de la infancia, quienes viven en condición de sostenerse como se pueda, seres de descarte. Los piquetes se registran por miles, un bluff con manipulación de muchedumbres en busca de subsidios que llegan al centro en muchos casos sin una razón clara, duermen en la calle con niños – se llamen acampes- doble espadazo a los derechos humanos que la integran y de quienes no pueden circular.

Desde el gobierno juegan la apuesta Lula, el histórico ex presidente forjado como obrero metalúrgico y protagonista de una política social que llevó desde la pobreza a millones hacia una pequeña clase media, pero mantuvo siempre una economía ordenada y ortodoxa, de mercado, con la seguridad de que daría fuerza y sostén por medio de una victoria arrasadora sobre el actual presidente, Jair Bolsonaro.

Hace diez días, Luiz Inácio Lula da Silva reunido con empresarios les expresó que la Argentina está estancada, que hay verdadera hambre y que si ganara poco podría hacerse. En el intento de regreso designó como vicepresidente a Paulo Geraldo Alckmin, próximo a los sectores más tradicionales de la iglesia católica, ex gobernador de San Pablo, en quien piensa como ministro de Economía. Alguien que aquí seria etiquetado como neoliberal: si pone su trabajo en un Brasil justo, puede colaborar con eficacia en la hacienda pública ordenada y pujante.

Después de un año en la cárcel por usar, aunque no como propietario, un departamento de lujo en Guaruyá, de todos modos un grado visible de corrupción se daba como un hecho en el Estado. Dejaba hacer, y el congreso era escenario de traspasos extraños en busca de leyes favorables. Un mastín judicial determinado a romper el jarrón, el juez Moro le hizo vestir el traje de la preso para ser liberado luego de comprobar algunas desprolijidades de proceso.

Pero, cuidado, el legendario hijo de Brasil se hizo una película con ese título donde se exalta su biografía, muy interesante: no se enriqueció en el poder, no se transformó en enorme multimillonario. Tampoco firmó un petitorio a favor de la vicepresidenta argentina por el juicio que tramita el juicio oral por las obras públicas señalada como asociación ilícita producto y propósito de desviar grandes sumas de manera direccionada: asunto interno. No firmó que se trata de una forma de persecución política como otros mandatarios. Lula se apartó, no intervino.

El gobierno argentina no tuvo reparos en manifestarse a favor de la candidatura de PT, en clara intervención de nuestro socio comercial y sus aspectos domésticos, lo que contrasta con las abstenciones – casi aprobaciones- de gobiernos opresivos por los que imaginan del palo. “Nuestro querido tal”, ”nuestro querido cual“, todos son íntimos y pródigos en abrazos, excepto Bolsonaro por su condición ultraconservadora, en ocasiones misógino, el rechazo de cualquier forma de izquierda incluida la que imaginan nuestros dirigentes, pero quien llegó a las elecciones con deflación, aumento del trabajo y las exportaciones y mayor inseguridad sin olvidar que no solo un progresismo que no progresa, empeora, retrocede, envejece con el mundo de hoy tiene una mirada sobre la vida y el mundo. Se trata de nuestro socio comercial.

Sin excepciones se considera que muchos votantes ocultaron el voto por Bolsonaro en los sondeos. Durante la prisión fue visitado por el presidente Alberto Fernández en Curitiba, quien felicitó por estas horas - un meme oficial- a Lula por la victoria en primera vuelta: Lula 48.4, Bolsonaro 43.2, segunda vuelta el 30 de octubre.

Este sitio tan extraño en el que nos convertimos celebraron oficialmente un resultado que llevó de cabeza al ballotage -o turno, como se prefiere decir en Brasil- lejos de pronósticos que vaticinaron 14 puntos sobre Lula. Aquí las cabezas están alteradas por una vaga ideología “de liberación”, se consideran amigos y hermanos a determinados líderes sin advertir las diferencias incluso entre miembros adueñados del mito poético de la patria grande, club de amigos que se alzaron contra tiranías para convertirse también en tiranos. El resto, todo lo que se diferencia, es “la derecha”. Un simpleza acongojante.

La batalla será feroz. Bolsonaro moverá dinero -aguinaldo para la mujer, por ejemplo- confiará en alejar la mortandad a la cabeza mundo por el COVID que subestimó en público para mantener la máquina industrial y comercial. Lula pone cierta distancia con un compromiso cerrado con el Partido de los Trabajadores sin descuidarlo, seguro de que la imagen partidaria ha mermado.

El número de votantes de Bolsonaro. Es necesario ver el tablero con neutralidad de oficio, aún cuando cada uno de nosotros tiene sus preferencias y sus ideas, sus conceptos sobre la realidad y sus actores, es el hecho central. Se dice que quien gana la primera vuelta también lo hace la segunda. Solo que el batacazo, las bancas y con seguridad estados importantes a pesar de los augurios, Bolsonaro es el perdedor-ganador impensado. Como sea, sin dejar la posibilidad de que un ballotage adverso lo lleve a negarlo como lo hizo Trump, ha venido para quedarse.

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