Opiniones diversas asustan. Es como si no existiera una salida lógica para nuestra economía, en rigor, para nuestra democracia. Casi cinco décadas incrementando deuda y pobreza, eso suele tener un límite y pareciera que nos acercamos a un final a toda orquesta. Vivimos pidiendo prestado a los países capaces de ahorrar porque nosotros, por diversas razones, decidimos dejar de hacerlo. Ganancias hay pero no suelen convertirse en ahorro o inversión sino en fuga de capitales. Rara situación la nuestra, servimos para ganar mientras que somos impotentes para ahorrar e invertir. Se habla de corrupción, sin definir cuál es su lugar esencial, tenemos una clase dirigente electa para cuidar al conjunto que decide ocuparse únicamente de sí misma. Del destino común, de ese lugar que define a la verdadera política, no se ocupa nadie. Los discursos se refieren a lo colectivo y las decisiones sólo a las necesidades del grupo de turno. Hasta hubo momentos que engañaban, cuando se inicia la democracia parecía que retomábamos un rumbo, como lo habíamos vivido antes, hasta que el golpe decidió nuestro nuevo lugar en el mundo, simplemente colonia. Demasiados decididos a gobernar, como si se imaginaran a sí mismos capacitados para sacarnos de esta atroz decadencia.
Algún economista supo contar las deudas de cada quién, nadie queda fuera de la tabla, ni siquiera Menem que vendió la fortuna acumulada por generaciones y después de hacerlo debíamos más que antes. Agustín Lanusse fue el último representante de una clase, luego vendría una sarta de personajes menores, militares y políticos, ayuda recordar a Ortega y Gasset cuando se refiere a “la ausencia de los mejores”. La grieta existe, no es desde ya el único mal que nos aqueja. El “pacto de Olivos” fue expresión de un idilio político, claro que sirvió en exceso a la dirigencia sin cambiar en nada las urgencias colectivas.
Venimos dando explicaciones para nuestra decadencia, infinitas variantes la justifican, hasta ahora a nadie se le ocurre un camino que la revierta. Alguien decidió destruir la industria nacional mientras que nuestro vecino Brasil se ocupó de incentivarla. Somos el único país que no logra sostener ni su propia moneda. La desintegración social es un camino por ahora sin retorno. Demasiados imaginan que es un problema “moral”, que si logran que alguien vaya preso las cosas cambiarán. Grotesco, ya probamos todo, salvo que ahora nos convenzan que frente a la impotencia de un nuevo destino nos conformemos con la venganza en un acto justiciero. La guerra declarada por Putin deja a los marxistas sin amores, en rigor sólo se ocupan de ver “fascistas” por todos lados, olvidan que comparado con Stalin, Mussolini no era tan nefasto. Lo peor es la caída del marxismo en progresismo, después de tantos años desarrollando teorías contra el capitalismo se terminan conformando con el aborto y la política de género. El escritor Federico Andahazi le expresaba a Luis Novaresio la ausencia de solidaridad con el poeta Salman Rushdie. Respeto su opinión, la pregunta hoy en exceso vigente es quién transgrede las normas de convivencia, si acaso agredir las convicciones ajenas no implica faltar el respeto al otro. Siempre pensé que si no fueran “malditos” no hubieran sido tan difundidos esos versos. La provocación suele ocupar el espacio que niega el talento. Eso no impide condenar la violencia, son temas distintos. Soy católico y peronista, ni fascista ni de derechas, respeto todas las opiniones siempre que respeten las mías. Hay fascistas de todos lados, no hay vacuna para la soberbia.
Lo sucedido en las elecciones de Italia los movilizó en demasía, como todo el que se ocupa de ver “la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”. Ellos son el dogma, nosotros el error, al menos según ellos, que como se asumen modernos ateos liberales nos juzgan con dureza. Progresista o fascista, los muchachos, como siempre, la tienen clara. Acusar es fácil, gobernar no tanto. Hasta ahora fallaron todos, no se puede recuperar a nadie. Deuda y pobreza en permanente crecimiento, sin otra variante digna de llamar la atención. Los candidatos que se nos ofrecen ¿están convencidos de iniciar otro ciclo histórico? Pregunta sin respuesta, difícil de entender. Pareciera que se conforman con el cargo y con las glorias personales y privadas que ofrece. El gobierno actual apenas se mira en su ombligo y digo el gobierno porque hay partes del mismo que tienen vida propia como los gobernadores o “La Cámpora”. Un Estado separado de la sociedad, con su realidad pequeña y personal, viajes y prebendas, sin reconocimiento de la crisis, con alguno que opina sobre visibles mejorías que sólo ellos pueden ver. “Brotes verdes”, nombre definitivo del espejismo que sustituye al destino colectivo. Sin arrepentidos, todos tienen algo oculto para reivindicarse sin aceptar jamás los indiscutibles daños causados. Abundancia de candidaturas, ausencia de proyectos, nada nuevo bajo el sol.
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