No existe mayor halago para un escritor que su apellido se convierta en un adjetivo, en este caso para aludir a ciertas situaciones que superan el absurdo y la incoherencia, como sucede en El Proceso (1914), de Franz Kafka, donde existen fuerzas poderosas sobre las que no tenemos control ni acceso, y que oprimen nuestra vida sin que tengamos posibilidad de defensa. En esa obra, un hombre corriente se encuentra atrapado en una culpa que busca su castigo. Las argumentaciones de la Vicepresidenta en la causa “Vialidad” tienen un sustento que podríamos calificar de “kafkiano”, junto a su estrategia de victimización que es usada como un salvoconducto social frente a la hipótesis de una eventual condena; con un problema adicional, ahora se suma la ratificación de su procesamiento por la Cámara Federal por el delito de peculado a consecuencia del uso indebido de la flota oficial de aviones del Estado, mientras a lo largo y a lo ancho del país estallan hechos violentos (Villa Mascardi, por ejemplo).
Si prestamos atención a todo lo alegado por Cristina Kirchner, es fácil advertir que, como el personaje de Kafka, se encuentra acorralada en otro mundo, debatiéndose entre el absurdo y la incoherencia. Una pesadilla, donde es perseguida por un poder ingobernable. Un universo que la enfrenta contra una organización fatal conformada por el poder de los medios de prensa, el poder judicial y otros poderes superiores, confabulados en su contra. Crea con su relato un clima de ficción que sumerge a su feligresía en un mundo de fantasía disociado de la realidad misma, un universo profundo, oscuro y oculto, donde no solo vienen por ella, autopercibida como la madre de todos los argentinos, sino por todos sus “hijos”. Cristina se siente diferente, superior al resto de los ciudadanos, no alcanzada por la justicia de los humanos, a punto tal que ha clamado públicamente su “absolución” por la historia.
Desde el inicio mismo del proceso, CFK se encuentra sometida a dos situaciones intolerables: la espera y el azar. El conocimiento de los hechos es incierto, incompleto, porque la maquinaria de la Justicia está rodeada de misterio: la jerarquía de la Justicia comprende grados infinitos, entre los cuales se pierden los procesados. Los debates ante los tribunales permanecen inentendibles, tanto para los pequeños funcionarios como para el público. Lo máximo que puede conseguir CFK son acercamientos tímidos, trasversales. El mundo al que se ve arrastrada es de una inmensa soledad ante la sociedad y el poder, cuyos rostros se ven borrosos. Su mayor error es la impaciencia, que la precipita a caminos equívocos donde se confunde y comete errores imperdonables para una procesada. Desconoce las reglas del juego y cada vez que piensa defenderse, en verdad, está perdiendo una nueva oportunidad. CFK como abogada es un fiasco.
La causa “Vialidad” es un proceso histórico para la consolidación de la democracia argentina. Mucho se discute y se seguirá discutiendo a medida que nos acerquemos a la sentencia, sobre su procedencia o no. Para la imputada por delitos de corrupción, el proceso en sí mismo es una aberración. Al igual que la acusación por el delito de peculado en la causa por uso de la flota oficial de aviones. Para otros, no. Lo importante no es la discusión política, sino la jurídica, y esto porque es la propia CFK, a partir de su alegato en la causa Vialidad -evidenciando su orfandad en lo que hace al conocimiento del derecho- donde dijo claramente que “ella no debe ser juzgada”. Cristina plantea, casi con desesperación, que un presidente electo democráticamente no puede ser sometido a juicio. Tal afirmación es una falacia argumental producto de una maquinación solo interesada en elaborar un relato victimizador frente a la incertidumbre de una posible condena.
Existen varios antecedentes de presidentes juzgados, por diferentes motivos y suerte, pero que tuvieron que pasar por situaciones similares a las que ahora enfrenta CFK. Repasemos a modo de ejemplo los casos más resonantes: 1) Carlos Menem, 2) Fernando de la Rúa, 3) Mauricio Macri, 4) Gonzalo Sánchez de Lozada (Bolívia), 5) Luis Inacio Lula da Silva (Brasil), 6) Dilma Rousseff (Brasil), 7) Lucio Gutiérrez (Ecuador), 8) Rafael Correa (Ecuador), 9) Otto Pérez Molina (Guatemala), 10) Alberto Fujimori (Perú), 11) Pedro Pablo Kuczynski (Perú), 12) Ollanta Humala (Perú). La lista es más larga, pero nos da una clara idea de por dónde pasa la realidad de los hechos, que dista, en mucho, del relato fantástico de Cristina.
La reseña anterior saca a Cristina del pedestal en el que se pretende colocar. Su argumento en punto a que un presidente electo por el voto popular no puede ser juzgado es absurdo e infantil. Dijo entre otras cosas: “Me han traído de los pelos a un juicio porque a la que tenían que traer de los pelos al juicio es a mí, y para traerme de los pelos a mí trajeron de los pelos a la Constitución, al Código Civil, al Código de Procedimiento, a todo, es un disparate”. La única forma de resolver la dicotomía entre los argumentos de los fiscales acusadores y los acusados es con la sentencia de los jueces, la cual, posteriormente, será revisada por las instancias superiores, esto es la aplicación al caso concreto del debido proceso y el respeto de las garantías constitucionales del que gozamos todos los habitantes de la nación.
El proceso judicial tiene vida propia, algo que Cristina no termina de entender. La “sangre” que da subsistencia a ese proceso son las pruebas existentes en la causa, las aportadas por los denunciantes, los acusadores, y las defensas de los imputados. De este modo para los fiscales las pruebas están enderezadas a acreditar la existencia de los delitos y dar fundamento a los argumentos para una sentencia condenatoria. Por el lado de las defensas, las pruebas aportadas tienen una finalidad opuesta a la primera. Buscan dar fundamento a una sentencia absolutoria. Los alegatos, que tuvimos la oportunidad de seguir en vivo y en directo, son la etapa procesal donde se discute el “mérito” de esa prueba. Cuando termine, en poco tiempo más, será el momento de los jueces, quienes deberán analizar y estudiar nuevamente toda la causa, esta vez a la luz de lo “alegado” por las partes. La sentencia es la consecuencia final de todo proceso. Una vez “firme” cobra el valor de cosa juzgada. Cristina no advierte que el proceso al que se encuentra sometida es la oportunidad de demostrar su inocencia, equivocando el camino ¿elige? victimizarse.
La Vicepresidenta enfrenta todo su proceso de manera equivocada, solo lo mira con los lentes de la política. Es un grave error. En estos casos, la mirada jurídica, sin dejar de lado lo político, cobra mayor relevancia. Los procesos judiciales “tienen vida propia”, hay que entender las reglas de juego para saber cómo jugar el partido. Cristina pifió el camino al pretender jugarlo con sus propias reglas. Intentó -como hace en lo político- llevarse por delante, atropellando a quien tiene enfrente, aplastarlos (como lo hizo por ejemplo con Alberto Fernández). Con la Justicia eso no fue posible, así lo demuestran los hechos, lo que resulta sumamente importante para la preservación de las instituciones democráticas. La jugada de CFK pasa ahora por empujar desde la Cámara de Diputados la supresión de las PASO, en un claro cambio de las reglas de juego de cara a 2023, con la anunciada finalidad de debilitar a la oposición y tener más chances electoralmente hablando, ya que los votos son, para Cristina, los “fierros”, con los que pretende defenderse del Poder Judicial y va a seguir impulsando, a como dé lugar, su intención de ampliar la Corte, como una forma de controlar la “sentencia” final (la “cosa juzgada”) que ese tribunal deberá dictar en la causa vialidad.
Mientras todo esto está pasando, también suceden otras cosas, Argentina nuevamente está a punto de entrar en estado de ebullición social. La inflación anual ya se estima superior a los tres dígitos, el país está, literalmente, en “llanta”, las paritarias serán sin dudas un motorizador de la conflictividad social, al igual que los cada vez más recurrentes reclamos de las organizaciones sociales, la educación argentina está pasando por su peor momento, el narcotráfico está cada vez más “pujante” frente a un gobierno que pareciera no tener interés en combatirlo. El humor del ciudadano de a pie llegó a su piso más bajo. La pobreza generalizada y la indigencia siguen siendo un drama sin resolver. En resumen estamos viviendo un país intoxicado por la mala praxis de quienes nos gobiernan, mientras en el mundo, por ejemplo, se produjo un histórico hecho que marca una nueva era: el impacto de la nave de la NASA que buscó desviar a un asteroide de su curso.
Ya lo dijo Joan Manuel Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
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