El tortuoso tránsito hacia la incertidumbre global

La enorme desconfianza entre las principales potencias está alcanzando un clímax muy peligroso

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El presidente ruso Vladimir Putin
El presidente ruso Vladimir Putin

Estamos viviendo en un mundo en transición, acorralados por una gran incertidumbre acerca del futuro, que fluctúa entre lo razonable o conocido y lo trágico o inimaginable. Situados en ese tránsito, asistimos al conflicto entre diversos enfoques y posturas sobre lo nuevo que vendrá y lo viejo que no termina de morir. Hay varios modelos que se muestran en el tablero mundial y que participan del entramado de la guerra irrestricta actual. Intentaremos analizar el presente y su devenir, medido por sus intereses en juego.

Ciertos tecnócratas globalistas, apoyados por el sistema financiero internacional, postulan que lo disruptivo y principal driver del cambio, es la tecnología, y que la big-data y los algoritmos permitirían racionalizar la gobernanza global, siendo indispensable para ello, disponer de una tecnocracia que “gobierne” al mundo para imponer un orden “razonable”; que evite el caos, mediante una reducción de la población, con consumos y culturas medianamente homogenizadas, un ambiente controlado centralizadamente y con un control social que evite desbordes y cambios profundos, al menos en los países centrales. Lo que ocurra en la periferia es otro tema. En aras a ese modelo de ordenamiento mundial, las naciones y sus ciudadanos deben entregar parte de su autonomía y su autarquía a organizaciones supra nacionales. Como beneficio o “gancho” atractivo, ofrecen instaurar un “salario básico universal”, sólo por el hecho de existir; haga lo haga cada individuo con su vida. Los tecnócratas pretenden seguir manejando al mundo, ayudados por las herramientas de la guerra cognitiva, fraccionando a las sociedades en múltiples “colectivos de intereses” para que las democracias no puedan expresar la voluntad de las mayorías populares, sus problemas e intereses principales. Sería un enfoque “progresista”, al que denominaría de “igualitarismo de corte soviético, al estilo occidental”. Internamente se manejan con matices que van desde un neoliberalismo práctico hasta los defensores de una mayor acción estatal, pero todos coincidentes en la necesidad de una organización supranacional. Tienen expresiones en América Latina (Lula da Silva, Boric, Petro o AMLO), en EEUU (Biden y los demócratas) y en Europa, la socialdemocracia y la Comisión Europea con sede en Bruselas; donde la Sra. Úrsula Von der Leyden, es su clara mensajera.

Otra concepción, más representativa de un auténtico criterio y espíritu liberal (de derecha clásica) nos explica que deberíamos confiar plenamente en que el “mercado” (o la ley de la oferta y la demanda) va ir regulando a la sociedad. No sólo en lo económico sino en los demás aspectos sociales; y que el Estado sólo debería ocuparse de lo esencial (defensa, seguridad, educación, justicia) con el criterio (teórico) de darles a todos, las mismas oportunidades. Cada uno es libre de hacer lo que quiera con su vida, ateniéndose a sus consecuencias. Según Francis Fukuyama, producto de su “deformación”, ese liberalismo puro tuvo fuertes desencantos, por lo que es asediado por “izquierdas y derechas”. El espíritu de Margaret Thatcher y su actual discípula Liz Truss, representan bien esta concepción, que, generalmente, desde su propia individualidad, terminan sumando al grupo anterior. En lo internacional son claramente defensores de supremacía anglosajona y muy hábiles para manejar al resto del mundo por medio de fracturas y divisiones, e impulsando a las minorías contra las mayorías, de manera de garantizar el conflicto permanente. Divide et impera.

Un tercer enfoque es el estatista dictatorial, de corte marxista, hoy poco representado en el mundo, aunque vigente en Corea del Norte o Cuba, para dar algunos ejemplos. Algunos “progresistas” los apoyan, a veces con críticas, como una especie de “culpa” ideológico-intelectual. Tienen poca influencia en las decisiones globales o son parte integrante de algún esquema de poder nacional.

Otro enfoque, bastante diferente, calificado por el progresismo (en algunos casos) como de “extrema derecha populista”, categoría que no sería aplicable urbi et orbi, por su diversidad regional (europea, asiática), se fundamenta en priorizar sus intereses nacionales, la identidad histórica, los valores tradicionales, la religión, el idioma, y su unidad nacional, obtenido a lo largo de siglos de evolución por sus formas de posicionarse ante el mundo. Aparte de las agrupaciones europeas entran en esta categoría, Rusia, China, India, Turquía, Irán, Israel, Indonesia, Arabia Saudita, y otros. La mayoría son de corte tradicional o conservador, donde el proceso de cambio se vuelve más lento y evolutivo. Estos países están desafiados por la tecnología de las comunicaciones, que visibilizan, dentro de sus fronteras, lo que ocurre en todas partes del mundo, generando tensiones internas, culturales, sociales, económicas y provocando ciertos fraccionamientos sociales. Por ejemplo, hubo un lógico repudio mundial generado por el avasallamiento de las libertades básicas y hasta la muerte, sufridas por muchas mujeres en Irán y Afganistán; tal fue el último caso de Mahsa Amini. Pero en general las mayorías son más homogéneas, con costumbres o culturas tradicionales, bien asentadas. Por sus características intrínsecas o históricas algunos de ellos se vuelven bastantes autocráticos y el control social es bien evidente; en otros es más virtual, al estilo occidental. Todos estos países poderosos, cada uno con sus propias características, quieren participar activamente de un nuevo orden mundial, pero sin someterse al dictado de la “receta única”.

No siempre la aceleración del conocimiento tecnológico trae mejoras en la calidad de vida de las personas; a veces ocurre lo contrario. Sin desconocer los cambios positivos que se logran con el avance de la ciencia y la tecnología, existe un gran debate sobre los límites morales que ello implica. Hay experimentos como el ciborg o la manipulación genética sobre los humanos, que están generando fuertes rechazos. Del mismo modo, la masividad de la big-data y el uso intensivo de los algoritmos está produciendo estragos sociales, psicológicos y económicos, por lo que en Europa y en EEUU hay sectores que piden su urgente regulación.

Por supuesto que hay muchas visiones sobre el futuro en las relaciones internacionales, como las hay entre tantas culturas, estilos de desarrollo y los valores morales propios de cada historia nacional. El concepto de civilización no es, obviamente, único, y por lo tanto es normal que haya tensiones entre las diversas concepciones. Simplificar hipócritamente el debate ideológico, acusando a “los otros” de ser los “malos de la película”, revela en realidad que estamos en presencia de disputas de poder real entre los países centrales.

Es importante destacar que, si bien hubo poderes nacionales o imperiales que se impusieron durante algún período de la historia mundial, también es un hecho fáctico que cayeron o entraron en decadencia. Por eso, tratar de imponer la voluntad de un concepto civilizatorio como expresión de un “pensamiento único” o como “fin de la historia”, es algo que la mayoría de los países rechazan o, si se adaptan, es sólo porque son forzados a ello. Cuando el puro poder militar se impone, con cualquier excusa, como por ejemplo en Irak, Siria y Libia sólo queda destrucción y fraccionamiento; ni democracia ni una mejor vida para sus habitantes. En Ucrania podría ocurrir lo mismo.

El desafío para el Estado Nación es doble: por arriba, el modelo supranacional; por abajo, sufrir la acción, externa e interna, de actores estatales y de grupos o redes no estatales, que fragmentan a las sociedades, en diversos colectivos con ideologías extremistas (indigenismo, veganismo, feminismo, ambientalismo), que entorpecen el debate político para analizar los verdaderos problemas populares: el crimen organizado, la desigualdad y la exclusión social, la violencia machista, el hambre, los derechos humanos de los pueblos, de las minorías, la hiper explotación de los recursos naturales y otros.

Una convivencia de todos los países debería partir de la idea que no hay países malos ni buenos, sino que la gobernanza mundial debería ser organizada con todos, aceptando sus modos y creencias, y adoptando el diálogo (que significa escuchar al otro) y el respeto mutuo, para la resolución de los problemas internacionales. Los conflictos nunca acabarán. De lo que se trata es de encauzarlos fuera de los límites previos a un gran estallido final. No hay duda que las instituciones internacionales resultantes del final de la II GM deben ser actualizadas, pero no entregadas a una tecnocracia globalista, no representativa ni democrática, sino que el multipolarismo debería expresarse en “otro” Consejo de Seguridad y en otras instituciones más equilibradas, que alienten la cooperación internacional sin prejuicios ni prerrogativas.

La enorme desconfianza entre las principales potencias está alcanzando un clímax muy peligroso. La actual situación en Europa comienza a estresarse. Con el amplio triunfo de Giorgia Meloni en Italia, se ha establecido un triángulo entre Italia, Polonia y Hungría de características comunes, aunque difieran en los enfoques con respecto al conflicto Rusia-OTAN-Ucrania. Semanas atrás ocurrió algo semejante en Suecia, con Jimmie Akesson, del partido Demócratas de Suecia. Lo notable ha sido la amenaza poco democrática esgrimida por la Sra. Von der Leiden, respecto en cómo deberían votar los habitantes de otro país, para seguir recibiendo fondos de la Comunidad Europea. Que la guerra irrestricta está funcionando lo revela el hecho que, para esta clase de “progresismo globalista”, todos aquellos que defienden los pilares tradicionales de una Nación, como la Patria, la Fe y la Familia, son descalificados como sospechosos de ser “fascistas” y amenazados con sanciones. Lo realmente trascendente en Europa es lo que vaya a pasar con Alemania y en parte con Francia. Un ejemplo claro de guerra irrestricta o híbrida es el reciente sabotaje, que solo puede haber sido realizado con el apoyo de alguna importante fuerza militar, contra el gasoducto NordStream 1 y 2. El primer perjudicado es Rusia, ya que le resta recursos económicos por su exportación de gas. Pero también es un fuerte ataque a Alemania, que era la que recibía el gas ruso y lo distribuía a otros países de Europa. Con la “casual” reciente habilitación del gasoducto que parte de Noruega y llega a Polonia, ahora Alemania va a depender de ésta. Queda claro que el principal afectado es la competitiva industria alemana que usa masivamente el gas barato ruso en sus industrias petroquímica y siderúrgica. Un descalabro industrial de Alemania, puede hacer retroceder a ésta a los oscuros antecedentes de los años 30, en los cuales se incubó la II GM. Habría que tomar nota de ello y volver a leer el libro “Se desataron todos los infiernos” de Max Hastings.

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