“Has recorrido, muchacha, un largo camino ya…” ¿Se acuerdan de ese eslogan publicitario de los cigarrillos Virginia Slims? Eran los años 70, y estaba en auge la liberación femenina y la publicidad se montaba sobre los fenómenos sociales.
El cambio se daba sobre todo en el plano sexual: los anticonceptivos permitían separar el sexo de la procreación y le daban a la mujer un espacio de libertad que hasta entonces era mayormente “cosa de hombres”.
Seguramente muchos de ustedes no lo saben o no lo recuerdan, pero la rebelión juvenil de Mayo del 68 en Francia estalló precisamente por eso. En la Universidad de Nanterre, en las afueras de París, los estudiantes ocuparon el edificio donde estaban los dormitorios de las mujeres para exigir que se derogara la norma que les prohibía a los varones entrar a las habitaciones de las chicas. Cuartos mixtos y amor libre… Ese fue el detonante.
Más de medio siglo después, en septiembre de 2022, en pleno auge de la tercera ola feminista, en la prestigiosa Escuela Normal Superior de París, universidad donde se forma parte de la elite francesa, una asamblea estudiantil reclamó que se prohíba a los varones el acceso a los pasillos del internado de la institución donde duermen las mujeres.
1968: las chicas querían dormir con los chicos; o al menos invitarlos a sus dormitorios.
2022: las chicas tienen miedo de cruzarse con chicos en un pasillo…
Has recorrido, muchacha, un largo camino ya…hacia el apartheid sexual...
La prohibición reclamada en Normale Sup, como llaman a esa tradicional institución -que, ironía del destino, fue una de las primeras que siguió a Nanterre en la rebelión del 68-, apunta contra los hombres “cisgénero”, es decir, en la neolengua orwelliana que nos imponen estas minorías de minorías, los varones que se autoperciben varones.
Septiembre es el mes de la vuelta a clases en el hemisferio norte y las “empoderadas” reclamaron protección ante la inminente llegada de las hordas varoniles a los claustros de Normale Sup... En el reporte de la reunión estudiantil donde se debatió el tema se explica que, por su sola presencia, los hombres acentúan “la vulnerabilidad de las mujeres y de las personas que pertenecen a minorías sexuales”.
Sería algo así como “el varón, lobo de la mujer y de las diversidades”.
¿Qué pasó? ¿Hubo abusos, agresiones, violaciones…? No, un grupito de estudiantes hizo una lista de, perdón por la palabra, “cogibilidad” de algunas compañeras de estudio… Está mal, es desubicado, pero…¿imponer por ese motivo un apartheid sexual?
En un editorial reciente, la periodista y escritora francesa Elisabeth Lévy decía: “Hoy las jóvenes son más puritanas, más represivas y tienen una visión de la sexualidad más ingenua y a la vez más deprimente que sus mayores”. Y, en referencia al interés, la mirada, el deseo o el galanteo masculino, agregaba: “Es inentendible que una mujer joven vea una afrenta a su dignidad en algo que su madre, a la misma edad, hubiera tomado como un homenaje o, en el peor de los casos, una contrariedad sin importancia”.
El progre-feminismo ha pasado de luchar por el amor libre a prohibir los ambientes mixtos y anatemizar la heterosexualidad. Todo un avance.
El #MeToo hizo una amalgama entre el piropo callejero y la violación, equiparando lo que constituye una máxima agresión y un delito penado por la ley con lo que puede ser una actitud desubicada o grosera.
Una de las pioneras de la denuncia mediática, Sandra Muller, se subió a la ola del #MeToo con dos mensajes en Twitter, el 13 de octubre de 2017. En uno, llamaba a sus congéneres a denunciar en las redes: “Tú también cuéntalo dando el nombre y los detalles de un acoso sexual que hayas tenido en tu trabajo. Te espero”. Y en el segundo, daba el ejemplo denunciando a un hombre que en una fiesta le había dicho: “Tienes los pechos grandes. Eres mi tipo de mujer. Te haré disfrutar toda la noche”.
Según Muller, este comentario le provocó “vergüenza, negación, deseo de olvidar” y hasta una “ausencia espacio-temporal” que le impidió “verbalizar” lo ocurrido durante años. ¿Es creíble tanto trauma por esa frase? Vale aclarar que el denunciado no era su jefe, ni siquiera un colega de trabajo, que cuando ella lo rechazó él se quedó en el molde y no la importunó más y, pasada la borrachera, le envió un mensaje de disculpas esa misma noche.
Pero para la policía feminista ni una vulgaridad puede prescribir. Por eso Muller lo escrachó dos años después: el hombre perdió el trabajo, su familia y su reputación.
El chantaje sexual es algo inaceptable. Es execrable que alguien aproveche su posición de poder para exigir favores sexuales. Pero lo de Sandra Muller no encuadra en esa figura. Una seducción torpe, un comentario desubicado, hasta una grosería, no implican un delito.
Sin embargo para el feminismo de estos años, no hay matices. Pocas semanas después del tsunami de denuncias que generó el #MeToo, el sitio QUARTZ publicaba una columna con el título: “¿Qué puede todavía un hombre decirle a una mujer en el trabajo?”
Parecía una ironía, pero no. El artículo planteaba la necesidad de “revisar las reglas de comunicación entre colegas” porque “ya nadie puede ignorar los repugnantes defectos del sistema actual”. Para Corinne Purtill, la autora del artículo, en el ámbito laboral no hay vínculo varón-mujer que no sea de abuso. Afirmaba, entre otras cosas, que el varón, si no puede abusar verbalmente, no tiene tema de conversación con sus compañeras de trabajo.
Sólo queda la segregación sexual…
Hubo reacciones contra el MeToo por aquel entonces. La escritora Catherine Millet, la actriz Catherine Deneuve y otras cien mujeres publicaron un manifiesto en Le Monde denunciando una campaña de delación y de acusaciones públicas de varones que, sin posibilidad de responder ni defenderse, fueron tildados de agresores sexuales. Motivadas por el sentimiento de que campañas como el #MeToo por poco asimilaban situaciones de seducción “torpes” o “desubicadas” con la violación, las firmantes del manifiesto hasta reivindicaron la “libertad de importunar”, algo que nunca puede ser considerado agresión sexual. Y advertían sobre el riesgo “de ir demasiado lejos”, de no “poder decir más nada” o de no “poder más draguer” (seducir).
Desde Québec, Canadá, la periodista Sophie Durocher se solidarizaba con el Manifiesto: “A mí también me harta que se trate a las mujeres como eternas víctimas, pobrecitas bajo el dominio de demonios falócratas. A mí también me cansa que se demonice el deseo masculino. A mí tampoco me representa este feminismo que percibe a todos los hombres como potenciales agresores”.
La periodista italiana Maristella Carbonin, de Quotidiano, afirmó que el manifiesto de Deneuve y las otras cien era un “acto verdadero de feminismo”. “Recobremos la inteligencia, el sentido común, implora Deneuve, cuestionando la ‘campaña de delación’. Y tiene razón. Todas sabemos reconocer la frontera entre la violación y un torpe intento de seducción”, escribió.
En concreto, un rechazo categórico al feminismo puritano que atrasa e inspira reacciones como la de las estudiantes del Normal Sup.
El apartheid sexual va precedido de una victimización de la mujer -contradictoria con el discurso de “empoderamiento”-, cuya contracara es la imputación del hombre.
En la patética serie Anatomía de un escándalo (Netflix), una fiscal le pregunta a una testigo: “¿Él es un buen hombre?”
Respuesta: “Es un hombre”.
No puede ser bueno.
Con el mismo espíritu del “¿Qué puede todavía un hombre decirle a una mujer en el trabajo?”, en España se acaba de aprobar una Ley de Consentimiento. Como tituló ABC al dar la noticia: “Nace el comisariado sexual que culpa al hombre de todo”. La “Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual” establece la obligación de un consentimiento explícito en las relaciones sexuales.
Habrá que esperar la letra chica de la reglamentación para ver cómo se dejará constancia de ello, porque ¿qué pasará cuando un integrante de la pareja diga que hubo consentimiento y el otro no?
Como señaló el juez Emilio Catalayud, “son temas tan complicados que crean inseguridad jurídica; los chavales jóvenes van a tener que llamar al notario de guardia”.
“El consentimiento es la llave de paso de una sexualidad represiva y heteronormada a relaciones eróticas igualitarias”, dice una profesora de Yale, la filósofa feminista Manon García, en defensa de estos delirios. “Consentimiento”, explica, es un tema femenino porque “el hombre no consiente, actúa”, dando así la razón a los que dicen que estas leyes del “sólo sí es sí” no son una defensa de la mujer sino un ataque al hombre.
Manon García sostiene por ejemplo que la ausencia de un “no” explícito no significa consentimiento. Estamos en problemas…. Para ella, la revolución sexual (de los 70) fue masculina, sólo los hombres la aprovecharon; más aún, les sirvió para extender su dominio de la esfera pública a la íntima.
Al pedido de apartheid de la Escuela Normal Superior de París y la ley de consentimiento española, le podemos sumar los seminarios reservados a las mujeres, o sea vedados a los varones, que están muy en auge en universidades europeas. “Atrévase a las carreras en femenino”, decía la oferta conjunta del municipio de Grenoble con la universidad, por ejemplo.
Y no olvidemos que, en Argentina, varios cronistas y fotógrafos que hacían cobertura periodística fueron echados de las asambleas o marchas de mujeres por ser el sólo hecho de ser varones.
Los nenes con los nenes, las nenas con las nenas…
Pilar Llop, hoy ministra de Justicia de España, y antes delegada del Gobierno para la Violencia de Género, decía desde esta función que “una democracia en la que la mitad de la población vierte violencia sobre la otra mitad, no es democracia”.
La señora es abogada. Si se le pregunta, seguramente dirá que está en contra del delito de autor. Es decir, de condenar a la persona no por lo que hizo sino por lo que es. Pero en la práctica estas feministas condenan al varón por el hecho de serlo. Lo que le critican al racismo -la tendencia a juzgar a una persona por el color de su piel- lo aplican tranquilamente al sexo.
La abogada y ensayista francesa Florence Rault dice que el neofeminismo no lucha por “un lugar de igualdad en la sociedad moderna”, sino que es “una forma de emancipación milenarista para liberar (...) al conjunto del reino viviente, del dominio del macho humano”. Rault también señala la contradicción entre “la expresión de una voluntad de poder social y político para las mujeres” y el hecho de presentarlas como “seres frágiles, sumisos, incapaces de defenderse, hasta privados de libre arbitrio”. Es por ello que “piden protección al Estado y a su policía”.
Como las estudiantes del Normal Sup...
La pregunta que cabe es: ¿podemos llamar feminismo a un movimiento que dice que viene a darnos el poder pero nos presenta como personas que necesitamos de amparo para convivir con el sexo opuesto?
¿Podemos llamar feminismo a una corriente que promueve la segregación sexual?
¿Podemos llamar feminismo a esta corriente que postula que una mujer sólo puede estar representada por otra mujer?
El triunfo de Giorgia Meloni les quemó los papeles a las feministas. Su visión binaria del mundo hizo agua. La llegada al poder en Italia de una mujer por primera vez en la historia, y de una mujer independiente, que no es la señora de nadie, debió llenarlas de orgullo. En cambio, enmudecieron.
El politólogo Gianfranco Pasquini lo explicó: “Meloni no es una mujer progresista (...); por eso creo que no es un éxito de las mujeres, es un éxito de Giorgia Meloni, es un éxito personal, suyo, político, pero no un éxito de las mujeres. Y ella no diría que es un éxito de las mujeres, sino que es un éxito de sus capacidades, Y tiene razón”.
¿Perdón? ¿Cómo que no es un éxito de las mujeres? ¿Sería un éxito de las mujeres si llegara gracias al cupo y no por sus capacidades? ¿O por ser la mujer de…? En todo caso, es una derrota del neofeminsimo, que necesita amparo estatal para todo.
¿Es un éxito de las mujeres tener una ministra como la de España que milita el apartheid sexual y la culpabilización de todos los varones por las dudas? ¿O tener una como la nuestra que cree que la mujer no existió en la historia hasta que Alberto Fernández creó el Ministerio de la persona con útero? ¿Tendría que renegar Meloni de la familia, de la religión y de su patria para que el neofeminismo festeje?
Meloni demostró que una mujer tiene la capacidad para conquistar el poder. Es claramente un éxito de las mujeres.
¿Podemos llamar movimiento de lucha por nuestros derechos a uno que no festeja la llegada al poder de una mujer porque no es abortista, ni es atea, ni es andrófoba?
Tenemos que decir basta y, si nos sentimos, si somos, personas emancipadas, como lo somos, asumir el desafío de hacernos cargo, junto al varón, de la totalidad de los problemas. No somos un colectivo. No nos representa otra mujer por el solo hecho de serlo. No nos preocupa sólo nuestra menstruación. Nos ponemos al hombro la cruz de todos. Ninguna problemática de nuestro país, de nuestros compatriotas, varones y mujeres de toda condición, nos puede ser ajena.
Como hice con la cantante Bebe en mi anterior “Contracorriente”, de nuevo cierro citando a una mujer. También artista. Se trata de la actriz Fanny Ardant. Ya sabemos que ahora todos los festivales de cine son tribunas de corrección política en los que quienes reciben premios rivalizan por ver quién dice las cosas más incendiarias posibles.
Pero cada tanto alguien nada contra la corriente.
Al entregar el premio al mejor actor, en la edición de los César 2021, Fanny Ardant había dicho: “Es una alegría festejar a los actores. Celebrar a los hombres. Decirles que son lindos, que son valientes. Que soñamos con conocerlos. Que deseamos volver a verlos. Que nunca olvidamos las emociones que nos han dado. Que nos han hecho reír y llorar. Que nos han enojado, pero que nos han seducido. Y que…. los amamos… los admiramos. Y que… vivir sin ellos, no sería del todo vivir”.
[Esta nota es una ampliación de mi newsletter, Contracorriente, donde analizo la permanente deconstrucción de nuestra cultura. Para recibirla por correo, suscribirse aquí]
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