Quienes transitan el desafío de atravesar una transformación suelen encontrar un obstáculo en el camino: se detienen cuando no logran visualizar circunstancias que aún no vivieron o nunca se imaginaron para sí mismos. Es una problemática recurrente que traen a mi consultorio las personas que trabajan y que yo acompaño en sus procesos de cambio.
¿No sería fabuloso si pudieran probarse por anticipado en situaciones diferentes, tener al menos una idea de cómo actuarían en otros contextos, con otras personas, en experiencias que todavía no conocen?
Si lo pensamos bien, esto es algo que muchas veces ya hacemos. Tenemos la capacidad de crear escenarios mentales con nuestra imaginación y de visualizarnos actuando en ellos. Algunas veces nos sale tan bien y el contexto que inventamos es tan verosímil que parece real y sentimos que estamos ahí.
Desde hace décadas, los estudiosos de la mente y el comportamiento humano afirman que nuestro cerebro apenas puede distinguir lo que percibimos como real de lo que recordamos o imaginamos.
Estoy transicionando de la mirada analógica a la digital y me vengo preguntando cómo podría impactar la tecnología. El desarrollo de entornos virtuales cada vez más inmersivos, tridimensionales e interactivos tiene un gran potencial revolucionario como herramienta transformadora para el desarrollo personal y laboral.
¿Podremos experimentar otras versiones de uno mismo en la virtualidad?
A los niños les encanta disfrazarse. Juegan a ser superhéroes, maestros, doctoras, astronautas. En ese juego creativo ensayan roles y sientan las bases de sus identidades futuras.
¿Podremos, como cuando éramos chicos, “disfrazarnos” con un avatar en un metaverso o un juego virtual y de esa manera probarnos en diferentes experiencias que nunca vivimos antes?
Hoy se vuelve cada vez más firme la hipótesis de que la realidad virtual es una realidad genuina, no una simulación o una ilusión.
Creo que el mundo virtual puede ser una gran herramienta como espacio seguro para tantear y elegir relatos de identidad más ricos.
Si lo puedo experimentar, imaginándolo o viviéndolo en la virtualidad, me lo creo. Si lo creo, lo puedo contar como algo posible, a mí mismo y a otros. El relato de quiénes somos nos habilita o bloquea posibilidades.
Me gusta pensar en una tecnología al servicio de generar ensayos protegidos, formas de ser y vivir que hoy pueden resultar inimaginables para nosotros.
Espacios donde podamos experimentar algo que no hicimos nunca: cómo sería trabajar en otra cosa, cómo nos sentiríamos en una organización de la que desconocemos su cultura o en otro país, cómo hablaríamos en público, si eso nos da pánico, cómo seríamos si fuéramos más flexibles o más abiertos a comunicarnos con otros, más arriesgados, más seguros.
Puede ser muy esperanzador y motivante pensarnos más adelante con recursos y competencias que todavía no tenemos: algo que hoy no soy, no sé o no puedo todavía es algo que puedo aprender, mejorar, incorporar. Vernos ya con esas habilidades puede ser una inyección de confianza.
Al visualizar el futuro vívidamente ganamos claridad para tomar decisiones inteligentes en el presente que nos allanen el camino hacia los resultados que deseamos.
Me seduce la idea de una tecnología que nos ayude a tener menos miedo. Que esté al servicio de nuestra valentía al permitirnos jugar a ser algo distinto a lo que fuimos o a lo que estamos siendo. En definitiva, una tecnología que nos libere para elegir quiénes queremos ser.
En el mundo virtual podemos jugar, ensayar, corregir, reeditar y escribir el guion de nuestra propia película. ¿Hasta qué punto -inimaginable hoy- la virtualidad podrá enriquecer nuestros relatos de identidad?
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