Habitualmente, un “día de” apela a algún episodio destacable que permita reflexionar. El día mundial del medio ambiente -5 de junio- conmemora el inicio de la primera conferencia de Naciones Unidas sobre ese asunto, realizada en Estocolmo en 1972. El día de la Tierra -22 de abril- rememora la primera jornada de protesta convocada en Estados Unidos en 1970 para reclamar acerca del avance de la contaminación.
El día Nacional de la Conciencia Ambiental, declarado por ley en la Argentina, recuerda, en cambio, un asesinato.
El 27 de septiembre de 1993, a la una de la tarde, Manuel Nuin, de 79 años, se descompuso en el patio de su casa de 25 de mayo 319, Avellaneda, a dos cuadras de la avenida Mitre y a seis del Riachuelo a la altura del puente Pueyrredón. Su mujer, María Angela, llamó a su hijo Horacio, que vivía a pocas cuadras. Horacio envió a su esposa, Rosa Scala, mientras él llamaba a una ambulancia. Cuando Horacio y la ambulancia llegaron a la casa de la calle 25 de mayo, sus padres y su esposa habían muerto. Los gases no les dieron tampoco la mejor bienvenida: Horacio Nuin cayó fulminado junto con el camillero Roberto Voytezko, el enfermero Orlando Cáceres y la médica Bibiana Otero. Sólo la lucidez de un bombero, que avisó por radio de la existencia un escape de gas, impidió que se siguieran acumulando los muertos en aquella casa.
Diecinueve marchas de vecinos impusieron una investigación: el tema estaba en los grandes diarios. Se supo entonces que un transportista que retiraba desechos de las curtiembres para ser tratados, en vez de efectuar dicho tratamiento, los arrojaba por las alcantarillas. La química hizo que ese día esos ácidos se mezclaran con cianuro, también arrojado ilegal y criminalmente por otro industrial. La combinación dio como resultado ácido cianhídrico, el gas del olor a almendras que antecede a la muerte, y que ese mediodía primaveral brotó por las rejillas de la casa de los Nuin.
Cuatro empresarios fueron procesados por contaminación seguida de muerte. Era la primera vez que se aplicaba la recientemente aprobada ley 24.051 de Residuos Peligrosos. Nada prosperó demasiado y de a uno todos los acusados finalmente fueron sobreseídos. Ningún funcionario del Municipio de Avellaneda pisó un juzgado. El único culpable fue Manuel Nuin, por no haber colocado un sifón a la entrada de la cloaca de su casa.
Fue la primera ocasión en que una noticia otrora meramente policial se “leía” a la luz de la temática ecológica y se convertía en una noticia ambiental.
Esta historia despertó asimismo lucidez en legisladores que la convirtieron en el mojón disparador de la conciencia ambiental. Recordarlo, y conocer el origen de este día, supone un poco más que “ser conscientes” y separar la basura en casa o hacer las compras con una bolsita de tela, en una acepción algo superficial e individualista del vocablo “conciencia”. Supone entender que sin aquello que denominamos política ambiental, sin una Justicia que sancione y un Estado que controle, sin leyes que repriman, la búsqueda codiciosa del beneficio particular deriva casi siempre en un daño sobre el bien común.
Y sin esa política ambiental consistente y persistente, por las alcantarillas suelen brotar dos sustancias que matan: contaminación e impunidad.
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