Hace años que el clima nos castiga con sequías persistentes y los pronósticos auguran una sequía severa para los próximos meses. La consecuencia es inmediata, malas cosechas de trigo y cebada y menores áreas de siembra de maíz, soja, girasol y sorgo.
Mientras tanto nuestros ríos de superficie y los subterráneos arrojan millones de litros de agua al océano.
El próximo año vencen las concesiones de las hidroeléctricas del río Limay, que atraviesa también un período de sequía desde hace varios años.
Nuestro país se beneficia con enorme riqueza natural para generar energía renovable.
Vaca Muerta, según los expertos, cuenta con un potencial enorme para extraer gas.
La mega urbe del AMBA acumula millones de habitantes sin salida laboral de calidad, precarizando el trabajo y generando gastos millonarios en infraestructura, asistencia social y falta de horizonte para millones de jóvenes.
Todos estos puntos parecen desconectados, pero no es así.
Desde las instituciones públicas, política y medios, vemos azorados cómo se debaten temas tan alejados de la gente como innecesarios para su futuro.
Argentina contiene un territorio generoso en recursos naturales, esto se ha dicho hasta el cansancio, pero el uso que hace de los mismos es irracional. Se destaca el caso del agua.
No regamos, no utilizamos nuestros ríos como vías navegables, no generamos actividades productivas en base al manejo del agua, como gran parte del mundo lo hace.
Muchos países gastan inmensos recursos para extraer agua de las profundidades, nosotros tenemos el agua en la superficie y no la utilizamos.
Subvencionamos la extracción de petróleo y gas, pero castigamos a las actividades derivadas de la bioeconomía con retenciones e impuestos y desventajas cambiarias.
Justamente las actividades que pueden generar trabajo y nuevas áreas productivas que impulsen una corriente migratoria inversa a la de los últimos sesenta años iniciando una ocupación del territorio más virtuosa.
Es funcional a la actual dirigencia promover un recurso extractivo, petróleo y gas, con inversión inicial intensiva y luego con pocos recursos humanos dedicarse a gastarlos y venderlos. Coherente con la cultura de la renta que nos acompaña desde la colonia.
Es más complicado y trabajoso desarrollar los emprendimientos hidroeléctricos, regar los valles que los circundan, generar actividades productivas que permitan el desarrollo de ciudades con un buen hábitat de trabajo, educación, desarrollo familiar y vida sana.
El sol que nos ilumina y nos da calor también nos permitiría generar no menos del 30% de la energía que consumimos, con una inversión que el 70% de las familias puede encarar con solo la asistencia de financiamiento de los bancos.
Los ríos de llanura se pueden conectar a través de pequeñas represas generando canales navegables que sacarían no menos del 50% de los camiones de las rutas. Emitiendo mucho menos carbono y ahorrando combustible que puede ser exportado.
Esas represas pueden servir para regar en momentos de sequía con motores que se alimenten de energía solar. Toda tecnología disponible.
Claro, todos lo sabemos, pero la dirigencia -que también lo sabe- lo ignora, prefiere debatir el “sexo de los ángeles”, una manera cortés de referirme a los temas con los cuales nos agobian.
Los gobiernos que pretendieron desarrollar Vaca Muerta mezclaron la inversión necesaria con las tarifas de los servicios públicos, una estafa. Otros lo hacen con recursos públicos que no tenemos en base a quemar lo poco que generamos y a emitir dinero agravando la inflación.
Las ideas están, los planes los tienen muchos técnicos que han desarrollado proyectos desde las universidades, desde el Estado o desde empresas privadas.
El divorcio que nuestro país tiene entre la materia gris que abunda y la dirigencia que detenta el poder ha generado las dos endemias que nos llevan ininterrumpidamente al fracaso. La primera, un país sin horizonte y sin premios a los productores. La segunda, el continuo éxodo de los mejores exponentes de nuestra inteligencia.
No se trata de que al poder lo detente la “inteligencia”, la lucha por el poder es una tarea específica, difícil y a cargo de personas que vocacionalmente eligen esa tarea, pero sin que sus equipos se nutran de la “inteligencia” fracasan y fracasaran.
Ahora si a sus equipos los componen sus amigos, o los amigos de las empresas amigas, o los arribistas que fracasaron en el ámbito privado, el futuro será igual que el presente.
Estamos frente a un nuevo año electoral, es de desear que los anunciados equipos técnicos de los candidatos aborden con criterio planes que sean de desarrollo integral.
No deben ser planes específicos por área, a partir de elegir qué queremos desarrollar cada área debe aportar en ese objetivo.
Hay muchos antecedentes en nuestra historia y en el mundo. El lobby petrolero fue dominante a nivel global y hoy está perdiendo su preponderancia, en nuestro país también debe pasar.
Los mundos paralelos de la “formalidad” sin progreso y la informalidad sin instituciones debemos unificarlos en un proyecto común a todos.