“En la política no es inusual encontrar políticos que viven de una forma en público y de otra en privado… Jesús condena la hipocresía y reprocha a quienes se muestran justos por fuera, pero dentro están llenos de egoísmo y falsedad” - (Papa Francisco, Aud. Pública 25/8/21).
El bien común en la Doctrina Social de la Iglesia
El Concilio Vaticano II definió el bien común como «el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección» (Gaudium et spes, n. 74). El católico dentro de esta expresión tiene que tener presente la opción preferencial por los pobres como vector de su actividad política, reconociendo que el pueblo somos todos los segmentos sociales, pero el “núcleo central” de nuestro compromiso está en la periferia.
Si para ocupar cargos públicos, vamos a perpetuar el modelo del político dependiente del “tener”, del “cuanto hay para mí”, del que se guía por las encuestas sin mirar los ojos de la gente, de quien se deja conducir por la prensa, de aquel que solo persigue un proyecto egoísta, personal, de enriquecimiento, nuestro país no saldrá adelante. El político tiene que aspirar a un proyecto de historia.
Políticos que antepongan el bien común a sus intereses privados
“Se necesitan dirigentes políticos que vivan con pasión su servicio a los pueblos, que vibren con las fibras íntimas de su ethos y cultura, solidarios con sus sufrimientos y esperanzas; políticos que antepongan el bien común a sus intereses privados, que no se dejen amedrentar por los grandes poderes financieros y mediáticos, que sean competentes y pacientes ante problemas complejos, que estén abiertos a escuchar y aprender en el diálogo democrático, que combinen la búsqueda de la justicia con la misericordia y la reconciliación.” (Mensaje del Papa en el “Encuentro de laicos católicos que asumen responsabilidades políticas al servicio de los pueblos de América Latina” 01.12.2017). Siguiendo esos lineamientos es posible lograr el desarrollo industrial, condición necesaria, aunque no suficiente, para lograr el “bien común”.
Argentina carece de líderes políticos capaces de trazar políticas de Estado sin lo cual no es posible el logro del bien común
Los argentinos carecemos de ellos y los católicos también. En el mensaje que comentamos recuerda Francisco que en relación a los líderes políticos católicos el papa Benedicto XVI señaló con preocupación en su discurso de inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida «la notable ausencia en el ámbito político […] de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas». Reflexión que por decisión de los Obispos de todo el continente quedó incorporada en las conclusiones de Aparecida, cuando se habla de los «discípulos y misioneros en la vida pública» (n. 502).
Dijo también Francisco en el mensaje citado que: “Hay muchos (políticos) que se confiesan católicos—y no nos está permitido juzgar sus conciencias, pero sí sus actos—, que muchas veces ponen de manifiesto una escasa coherencia con las convicciones éticas y religiosas propias del magisterio católico. No sabemos lo que pasa en su conciencia, no podemos juzgarla, pero vemos sus actos”.
Prácticas para lograr un desarrollo que haga posible el “bien común”
Para encontrar el “bien común” que proclama la Iglesia y que los argentinos a pesar de los muchos recursos naturales no logramos consolidar pasados los doscientos años, hay que mirar los ejemplos concretos de la historia. El rey Eduardo III (1327-1377) de Inglaterra, prohibió la importación de tejidos de lana con el fin de desarrollar la industria local, no para su bien, sino para el bien de los empresarios ingleses, para el bien común. Hasta entonces se exportaba lana y se importaban géneros principalmente de India cuyas telas teñidas, pintadas o impresas se prohibieron y se aplicó un arancel del 10% primero y del 20% después a las demás, también se impusieron aranceles a las provenientes de Holanda, Bélgica e Italia. Esta política proteccionista continuada por sus sucesores impulsó el desarrollo de la industria textil primero extendiéndose después a otras actividades como la metalurgia, la refinación del azúcar, la del cristal, del jabón, del alumbre y de la sal. Y así, bajo la política del proteccionismo (manejo de prohibiciones y permisos, política arancelaria y subsidios) se produjo el gran milagro de la Revolución Industrial e Inglaterra se convirtió en la primera potencia del planeta. Cumplida la industrialización se decretó el “libre comercio” y se exportó esta ideología, lo que provocaría un freno la eventual industrialización de otros países y facilitaría la expansión de los productos manufacturados de Inglaterra al resto del mundo. Estados Unidos aprendió la lección y pudo seguir el ejemplo de su madre patria: una primera etapa de proteccionismo con aranceles a las importaciones y subsidios a las exportaciones mientras fue necesario para su crecimiento, y libertad de cambio cuando ya no lo fue. Por supuesto que las clases dirigentes de los países de la periferia siguieron la ideología impartida desde el centro, prescindiendo de la necesidad de fortalecer su producción industrial, cuando esto fue conveniente para el beneficio de sus “intereses particulares”.
La exportación de litio y/o la producción de baterías hace la diferencia
Hoy, el gran desafío y oportunidad industrial es el litio. Argentina tiene el 37% de las reservas mundiales junto a Chile y Bolivia. Hay una necesidad en ascenso de baterías de todo tipo que dependen de ese recurso para su producción ¿Debe subordinarse el gobierno argentino a alguna indicación del FMI de concesionarlo exclusivamente para la exportación?
Si nos asumimos como país subordinado y tenemos una actitud puesta al servicio de los negocios particulares, el petróleo, el oro, el cobre, la plata y ahora el litio quedarán sujetos a “… proyectos de unos pocos para unos pocos y no como parte de un plan de desarrollo industrial.
Reiteramos una vez más. Es falso que el extractivismo produzca beneficios que mejore el nivel y calidad de vida de los pobladores o coopere con el desarrollo. Los contratos son leoninos y las regalías e impuestos no son altos. Producen graves perjuicios ambientales, la mano calificada es poca y muchas veces extranjera, el obrero es eventual y recibe un salario bajo. Finalmente, cuando se agota el mineral se abandonan los establecimientos y queda la tierra arrasada, se habrán multiplicado las ganancias de las grandes multinacionales que quedarán depositadas en el exterior y tan sólo dejarán muy ricos a algunos funcionarios corruptos.
¿Por qué no promover inversiones para proyectos de fabricación de baterías destinadas al mercado interno e internacional? ¿Qué hubiera sido de Inglaterra si Eduardo III no hubiera prohibido la importación de lana?
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