Este atardecer, judíos de muy distantes geografías, con diferentes costumbres y formas de expresar la identidad judía, estaremos celebrando el comienzo de un nuevo año, el 5783 del calendario hebreo.
“Rosh Hashaná” se celebra en la fecha en que se cumple un nuevo aniversario de la creación del ser humano. No es el aniversario de la creación del mundo, sino el cumpleaños del ser humano. Según Génesis 1, el hombre fue llamado a la existencia en el sexto día de la creación, y podría pensarse en que la diferencia entre el comienzo del mundo y el nacimiento de la especie humana (5 días) es insignificante.
Sin embargo, no lo es. El hombre, a diferencia de todo lo que fue creado antes, goza de libre albedrío. Es el único ser que puede cambiar conscientemente. Se espera que el ser humano, gracias a la libertad con que fue dotado, responda con proyectos de mejora y compromiso de cambio.
Tan importante es marcar esa diferencia entre la especie humana y todo lo creado antes, que los primeros cinco días de la creación pertenecen a otro año. Esos cinco días constituyen el año 1 del calendario, y el hombre fue creado en “Rosh Hashaná” del año 2. Al decir que comienza el año 5783, estamos refiriendo al tiempo transcurrido según la cronología bíblica desde la creación del ser humano, que se considera el comienzo del año 2.
Esto que parece obvio (que todo el pueblo judío celebre las fiestas en la misma fecha), no fue siempre tan sencillo. En la Antigüedad, el calendario hebreo se fijaba según la observación de la luna nueva por parte de testigos que acudían al Tribunal Rabínico, situación que a veces dio lugar a distintos criterios sobre si aceptar o no su testimonio.
Por ejemplo, el Talmud documenta una disputa entre dos grandes líderes del siglo II, Rabí Gamliel y Rabí Yehoshúa, que discreparon sobre la aceptación del testimonio de los testigos, y eso generaba dos fechas distintas para el Año Nuevo y el Día del Perdón, hasta que finalmente se adoptó el criterio de Rabí Gamliel.
En el año 359 e.c. el Sabio Hilel II estableció que se fijaría el calendario por medio del cálculo y ya no por observación de las luminarias. Era lógico suponer que ya no había motivos de disenso.
Sin embargo, no fue así. Al comenzar el año 4682 (fines del 921 e.c.) se produjo una gran controversia entre las comunidades judías de Israel y Babilonia. Por aquellos tiempos, se acostumbraba que los Sabios de Israel proclamaban en la festividad de las cabañas (Sucot) las características del nuevo año y las fechas de las festividades. Así, Ben Meír (uno de los Sabios de Israel) envió a su hijo al Monte de los Olivos, donde proclamó que en ese año hebreo, la primera noche de la Pascua Judía caería un sábado a la noche (se refería al sábado 13/4/922), y el primer día del Año Nuevo siguiente (4683) sería un martes (24/9/922).
Al enterarse los judíos de Babilonia de esta proclamación, estalló una disputa monumental. Según los cálculos de los Sabios judíos de Babilonia, la Pascua debería empezar un lunes a la noche (15/4/922), y el primer día de Rosh Hashaná del 4683 debía caer jueves (26/9/922). Convencidos de que se trataba de un error, enviaron cartas a Ben Meír. Las epístolas fueron subiendo de tono cuando quedó claro que Ben Meír, lejos de equivocarse, había hecho la proclama con conocimiento de causa.
Ben Meír argumentaba en su favor, que el precepto de establecer el calendario, según la tradición, está encomendado a los sabios de la tierra de Israel. Los judíos de Babilonia, liderados por Rabí Saadiá Gaón, sostenían que Hilel II fijó el calendario en la tierra de Israel, consagrando los comienzos de todos los meses futuros hasta que llegara el Mesías, y el cálculo según los parámetros de Hilel II podía hacerse en Israel tanto como en Babilonia. Es más, a diferencia del cálculo más “artesanal” que realizaban en Israel, en Babilonia habían desarrollado una tabla sofisticada para facilitarlo (la “Tabla de los Cuatro Pórticos”).
¿Cómo sucedía, en la práctica, que para unos llegara la Pascua la noche del 13/4 y para otros, 48 horas después? Simplemente, ajustando el largo de los dos meses variables del calendario judío, Jeshván y Kislev, que oscilan entre 29 y 30 días. Ese año, en Babilonia ambos duraron 30 días, mientras que en Israel sólo 29, posibilitando que las festividades cayeran dos días antes. O sea, el desfasaje empezó desde el día que para unos era 30 de Jeshván y para otros, 1 de Kislev, en noviembre de 921.
La controversia duró casi un año. En el año hebreo 4682, las comunidades de Israel y Babilonia festejaron las festividades en fechas distintas. La noche del sábado 13/4/922, mientras en Israel celebraban la cena de la Pascua, los judíos de Babilonia aún comían productos leudados, lo cual está estrictamente prohibido en esa festividad. Una disidencia de lo más sensible, pues involucraba la muy severa prohibición religiosa de ingerir alimentos leudados.
Según Tzvi Yafe, uno de los estudiosos de la historia del calendario judío, sólo unos días antes del Año Nuevo siguiente, los Sabios judíos de Babilonia enviaron cartas a todas las comunidades y lograron imponer su tradición. La gran mayoría del pueblo judío celebró “Rosh Hashaná” de 4683 a partir de la noche del 25/9/922. Sólo unos pocos judíos, en lugares lejanos donde estas cartas no llegaron a tiempo, se unificaron con el resto del pueblo judío unos meses después. Según la hipótesis de Yafe, el motivo del disenso (que no se menciona en las cartas) tiene que ver con una diferencia en la “hora cero” del calendario, es decir, la primera luna nueva a partir de la cual se calculan las demás.
Zanjada la controversia, no volvió a suceder otra disputa similar en relación con el calendario y la fecha de las fiestas. En este Año Nuevo, que también empezará la noche del 25 de septiembre como en 922, celebramos la llegada de un nuevo año y también 1.100 años de la consolidación final del calendario aceptado universalmente por todas las comunidades judías.
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