La profesión docente se encuentra siempre en boca de todos. No es extraño. Todos (o casi todos) pasamos por la escuela. Podemos reflexionar a título personal porque tenemos en mente la lista de nuestras “seños” grabadas a fuego. Cómo no recordar, en mi caso, a la señorita Marta, Silvia, Mecha y Celia en mi lista de favoritas. Seguramente quien lea modifique y añada sus propios nombres. Ellas -porque hablamos de una profesión donde aún hoy casi el 78% son mujeres- nos iniciaron en el mundo de la lectura y escritura y con ello en el pensamiento racional y científico. No podría escribir esto sin rendirles tributo.
Podemos reflexionar, también, sobre lo que la política dice de las maestras y los maestros. Todos los gobiernos hablan de la importancia de la educación, aunque sus acciones muestren lo contrario.
Podríamos mencionar muchos datos, nos conformaremos con uno: recién en diciembre de este año el cargo testigo de un docente que se inicia en la actividad alcanzará los 68.400$. Ni con una jornada completa de trabajo se logra cubrir la canasta de pobreza actual para una familia tipo, estimada por ATE-INDEC para el mes de julio en 179.990$. Jornada doble que es la regla y en un trabajo con una alta carga intelectual implica “trabajo no pago”: corregir, planificar, preparar actos escolares. Tiempo al que se añade para casi todas las maestras el tiempo de las “tareas de cuidado” de hijas/os y adultos mayores. Tampoco llegarán a fin de mes, al sumar antigüedad como producto del achatamiento de la escala salarial. Recomposiciones en negro mediante, vivirán en la pobreza al retirarse, como la mayoría de los trabajadores jubilados.
El docente ya no es considerado un especialista, que imparte conocimientos, sino un mero coach, animador o promotor de habilidades que asiste al estudiante que “descubrirá” todo por sí solo
Para peor, cuando luchan por su salario son miserablemente indicados como los responsables de la crisis educativa. De allí, las propuestas de salario por presentismo, por ejemplo. Una crisis de la que son víctimas: porque hace décadas la política educativa somete nuestra tarea a un sinsentido. En efecto, para celebrar el Día del Maestro/a tendríamos que reflexionar hasta qué punto las políticas educativas implementadas hace décadas redujeron nuestra labor a la mera asistencia social. Conviene preguntarse cómo valorizar el trabajo docente si maestras y maestros son reducidos al papel de entretenedores.
Se trata de un largo camino de degradación y devaluación de la escuela y del hecho escolar. El docente ya no es considerado un especialista, que imparte conocimientos porque es el sujeto que los tiene, sino un mero coach, animador o promotor de habilidades que, en tal caso, asiste al estudiante que “descubrirá” por sí solo/a todo.
Justificaciones de este proceso hay muchas: desde Freire a las neurociencias. “Aprender a vivir en la incertidumbre”, “aprender a aprender”, promover habilidades y/o competencias, apuntar a la singularidad, a la autogestión o aprender mediante proyectos son todas expresiones de la última moda educativa.
Esa lógica permea toda la política educativa y justifica el lugar al que fue reducida la escuela: el de fábrica de ignorantes (titulados). Duele, pero es esa la realidad que está detrás de los resultados de las últimas pruebas Aprender 2021. Hoy, millones de chicas y chicos recorren la escuela primaria y, al terminar, 45 de cada 100 tendrán un nivel básico o por debajo del básico en matemáticas y 44 de cada 100 se ubican en la misma escala, pero para lenguas.
No extraña que, cercenando lo que el docente puede hacer en el aula, los resultados en materia de aprendizaje se agraven a lo largo de la cadena educativa
La pandemia no creó este cuadro: lo profundizó. La lógica del siga, siga, de suponer que en algún lugar del camino educativo se alcanzará lo que no se logró en tiempo y forma. De recortar contenidos, suponiendo que lo disciplinar corresponde a un formato vetusto, de priorizar contenidos mínimos, de enfocar sobre lo actitudinal. De los CBC de Decibe a los Núcleos de Aprendizaje Prioritarios del kirchnerismo. Podríamos ir más atrás, si vale el caso, a la Escuela Intermedia de Onganía. Una misma lógica. No extraña entonces que, cercenando lo que el docente puede hacer en el aula, los números se agraven a lo largo de la cadena educativa.
La escuela secundaria, con su currículum basado en proyectos, en integraciones inter-áreas, es reprimarizada a cada paso. Otra vez: de cada diez que inician el secundario, solo seis llegan al final en tiempo y forma, y el 75% egresa con las mismas dificultades que se encuentran en el nivel primario o peor: siete de cada 10 no tienen pericias matemáticas elementales. Si logran llegar a la universidad, más del 40% manifestará dificultades lectoras según una serie de estudios relativamente nuevos en el primer año de su cursada.
En suma, la escuela reducida a ser una “fábrica de ignorantes” difícilmente pueda honrar la función docente. Porque lo que hoy les piden es que gestionen la crisis social, que convenzan, con las más bellas palabras, con la más cínica pedagogía, a esos siete de cada diez niños y niñas que viven en la pobreza, de que este es su único destino y es lo único que puede hacer por ellos su maestra. Si levantan la voz, serán acusados de elitistas, es decir, usados como chivos expiatorios para encubrir a los verdaderos responsables.
Difícilmente una sociedad que malogra sus recursos humanos tiene algo para celebrar. Más bien, pelear. Si queremos honrar a esas millones de maestras, a mis señoritas, la tarea en este nuevo 11 de septiembre era poner estas causas sobre la mesa y organizarnos para dar batalla a una sociedad que reduce la tarea más hermosa del mundo a su contrario: la promoción de la ignorancia.
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