La ciudadanía desconfía de este tipo de convocatorias porque sabe que a la postre acaban en pactos espurios que a los únicos que terminan beneficiando es a algunos sectores de la política. Máxime en este caso, que la iniciativa parte de Cristina Kirchner, quien no suele dar “puntada sin hilo”. En esos pactos se hacen concesiones a cambio de espacios de poder que nada tienen que ver con las acuciantes necesidades de la sociedad.
Tomando por caso el famoso Pacto de Olivos, ¿qué resultó de ese acuerdo? Sin duda que satisfizo las aspiraciones personales y las ansias de protagonismo de Alfonsín y de Menem -y de éste último, el quedarse 4 años más en el poder-. Sin aducir que todo lo que derivó de ese pacto fuera negativo, tal vez la consecuencia más relevante para el devenir de la Argentina haya sido el haber instaurado un sistema y un calendario electoral que torna al país prácticamente ingobernable. ¿Qué se pretende negociar en esta oportunidad? ¿El mantenimiento de las PASO a cambio de alguna concesión al oficialismo? ¿O se trata de una mera jugada de distracción?
Como en la cruel anécdota brasileña del “buey para las pirañas”, donde para atravesar con un rebaño un arroyo infestado de esos sanguinarios peces se larga por un paso a un buey viejo y herido para que se concentren allí los ejércitos de pirañas y se cruza luego el rebaño por otro lado libre de esos depredadores. En el caso de la actual convocatoria, daría la impresión que el objetivo va por otro lado del que se pretende explicitar. Si la cita al diálogo que convoca Cristina Kirchner es con el ex presidente Macri, es de imaginar que los actores de la oposición se den cuenta de que se trata de una trampa, que es una sutil jugada para “ungirlo” a él como rival electoral, a sabiendas que sería el candidato ideal para enfrentar por cualquiera que sea la fórmula que presente el Frente de Todos. (¿Por qué no establecer ese diálogo con Patricia Bullrich, con Horacio Rodríguez Larreta o con Facundo Manes?).
El solo hecho de haberlo invocado para la convocatoria implica otorgarle el estatus de primus inter pares ante los otros posibles candidatos de Juntos por el Cambio. Y si Macri concurriera a la cita, esa posición se afianzaría. Sin embargo, si aceptara el convite quedaría como un dirigente sin dignidad, que se sienta a dialogar con alguien que lo denigró, que se negó a entregarle el bastón presidencial y lo saludó forzadamente y con desprecio, como Cristina Kirchner misma lo reconoció. Mostraría que es la Vicepresidenta quien controla los actos y los tiempos, que se da el lujo de desairarlo y sentarlo luego a su mesa cuando a ella le conviene. Es más, aun en la eventualidad de un triunfo electoral de Macri, sería la alternativa más funcional al kirchnerismo para enfrentarlo desde la oposición.
Si el kirchnerismo con su consabido estilo agresivo -que es el que le da identidad- tuviera que confrontar desde el llano con otra administración que no sea el macrismo, quedaría en evidencia ante el votante independiente -que es un sector fundamental del electorado- de que su actitud no es contra Macri y lo que significa, sino que es contra cualquier otro gobierno que no sea el de ellos mismos. Más aun, no tenerlo enfrente a Macri diluiría el sentido mismo del kirchnerismo.
Para mantener viva la grieta en los términos en que esta planteada, algo que es vital para la supervivencia de ese espacio, es fundamental mantener vigente la antinomia Cristina-Macri, dejando en claro por este autor que no es equivalente la responsabilidad de cada uno de ellos en haberla gestado. La grieta nace cuando desde el poder se intenta desvirtuar alguno de los dos instrumentos esenciales que tiene una sociedad para proteger sus derechos: el voto y la división e independencia de los poderes. Ese intento es el primer y sutil paso de un oficialismo para avanzar luego en un proyecto hegemónico. Es una especie de “cabeza de playa” para adentrarse acto seguido en otros resortes del poder, tal como fue avanzando el chavismo paso a paso en Venezuela, donde finalmente tomó control de todos los estamentos del poder.
El rechazo y la protesta frente a esos intentos de los oficialismos que pretenden desvirtuar el republicanismo y la democracia es lo que esos mismos regímenes califican como “discursos de odio”. Así definen los gobiernos de Venezuela y Nicaragua a las reacciones de sus opositores, a fin de presentarlo ante la opinión pública nacional e internacional como que fueran los auténticos causantes de la grieta y la violencia social. Muchas veces esos intentos de los oficialismos son solapados y contrastan con el altisonante rechazo a los mismos, que deben tener ese carácter para llamar la atención de la sociedad, lo que da pie al calificativo de “discurso de odio”. Eso que los oficialismos transgresores califican como “discursos de odio” no son más que las expresiones defensivas y contestatarias de las sociedades ante lo que intuyen como un avance hegemónico de esos gobiernos. Del mismo modo, suelen calificar como “palos en la rueda” a la resistencia parlamentaria a esos atropellos.
El hombre común no suele percibir los riesgos que yacen en las artimañas que desvirtúan, amedrantan o condicionan el accionar de la justicia. Por todo esto, es fundamental que los opositores en la Argentina se mantengan con los ojos bien abiertos y con espíritu de grandeza para no ser fagocitados como aconteció con las oposiciones en Venezuela a manos del chavismo. No deben olvidar que el kirchnerismo aun está en el poder y lo último que perderá es su capacidad de sorprender.