Carlos III: llegó por fin y empezó mal

Tras la era Isabel II, signada por la inteligencia y el encanto perenne de la reina, y con la sombra proyectada de Diana; a los 73 años, el rey ha declarado vivir al servicio del Reino Unido y de su pueblo. Se verá

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Carlos III
Carlos III

La gran reina se ha ido y dejó con ella un tiempo, la era de Isabel ll. Excepcional desde que la coronaron a los 27 años, en 1953, su figura encarnó la unión, la adaptación a los tiempos de cambio, el valor frente el gran enemigo en la Segunda Guerra Mundial -donde sirvió como enfermera y se alimentó de las raciones obligadas- y en tiempos de escándalo en la familia: con la muerte de Lady Di, la Corona cayó en popularidad y dudas. Un cuarto de los británicos son republicanos. La reina habló: un año horrible, dijo, y homenajeó para recordar a la princesa que el pueblo adoraba sin que la reina apenas pudiera ocultar la mala relación entre ellas. Pero la inteligencia y el encanto perenne, la calma y el sentido del humor sumados a ‘eso’ que algunos tienen y la mayoría no. Así son las cosas en el reparto.

Filas por horas hicieron para despedirla por unos segundos. Se pudo ver y aprender el respeto, el silencio, alguna lágrima -es gente que rehúsa llorar en público-, sin gritos, vestidos con ropas discretas, sin vendedores de comida o muñequitas de la reina. Otro mundo. Puede argumentar acerca de las diferencias con razones históricas y, por supuesto, los caídos en Malvinas. Asuntos diferentes.

Fueron horas y horas para un instante. Y, de inmediato, por fin, Carlos lll. La cara colorada de una manera que no se puede dejar de poner los ojos en ella. Los dedos como salchichas, muy hinchados por alguna enfermedad no revelada. Llegó por fin y empezó mal. Eran sabidos el mal modo y la distancia aristocrática casi sobreactuada de siempre. Niño encerrado en sí mismo, permaneció hermético, cuenta cualquier crónica próxima y en asomo de la magistral creación de Peter Morgan, “The Crown”: la reina vio dos capítulos; el duque de Edimburgo, muerto poco antes de Elizabeth, prefirió entonces una palabra: “Ridículo”. Despertó pronto a un modo de tratar a quienes le sirvan -ya ha despedido a cien de quienes se ocupaban de la madre en diferentes rangos-, ofensivo y humillante. La falta de amabilidad con quienes deben servir es muy poca, nada comprensivo y -exageran, tal vez- lleva una gota de sadismo.

La sombra de Lady Di

Con el fin de la reina -estuvo activa y atenta hasta hace dos horas en Balmoral-, fue de tal afecto por los 70 años, la historia, protagonista y testigo, con un no sé qué maternal; que se disculparon los gestos desagradables de Carlos cuando le tocó firmar la continuidad y la responsabilidad. Después de ordenar y barrer con el dorso de la mano derecha cualquier objeto que le disgustaba sobre la mesa -necesita un orden personal, simétrico, especial, y unas disposiciones maníacas que lo tranquilizan: no parece discutible que un trastorno obsesivo-compulsivo creciente a no tocar ciertas cosas, crearse rituales interiores-; levantó en cólera que al verse manchado de tinta explotó en gritos. El peor momento para el rey heredero e hijo de Elizabeth ll, quien vio y vivió el siglo y recibió por temas de Estado primeros ministros, desde Winston Churchill hasta Liz Truss.

A la reina le tocó ver cómo decaía el imperio, pero no su espíritu: lentamente. Gran Bretaña es de todos modos una potencia militar y financiera, una sociedad libre: el don carismático de la reina resultó clave. No pudo retener su carácter y le será difícil ceñirse la corona con inicios de popularidad y simpatía. No puede, es de otra madera y no será sencillo ganarse a la opinión. ¿Cómo saberlo?, sin embargo. Lo dirán los días, aunque con pronóstico reservado. Rey a los 73 años, ha declarado vivir al servicio del Reino Unido y su pueblo. Se verá.

Además, está la sombra de Diana. El matrimonio sin alegría, una cama fría, los relatos íntimos por televisión con diálogos impresionantes, el divorcio, el amor constante y amante de la luego consorte y ya reina, Camilla de Cornualles.

Las muertes de Diana y su pareja Dodi Al Fayed en París, quienes fueron perseguidos por paparazzis a gran velocidad en el túnel del Alma, junto con Henri Paul, conductor y guarda del hotel Ritz, que era propiedad del padre de Dodi. El magnate, egipcio y musulmán, también dueño de Harrod’s, un equipo de fútbol y una fortuna incontable, dedicó millones a buscar pruebas de que el accidente donde murió su hijo y Diana fue un asesinato premeditado. En la carta a su mayordomo Paul Burrell, manuscrita, Diana cuenta el temor de ser víctima de un crimen por ser una molestia y una inconveniente: “Mi marido planea matarme. Una falla en los frenos, un golpe en la cabeza”. El Daily Mirror escribió entonces un párrafo sugerente: “Estoy sentada en mi escritorio en octubre, esperando que alguien me abrace y me ayude a seguir fuerte, y con la frente en alto”. Diana tenía la seguridad y una obsesión: Carlos guardaba una relación íntima con Tiggy, niñera de los chicos, y Camilla era en realidad una tapadera: “Todos somos usados por ese hombre en cualquier sentido”. Es probable que haya sugerido a William y a Harry algo parecido. Y Emad El-Din Mohamed Abdel Moneim Fayed nunca cesó en la idea: “Diana estaba embarazada (nunca se demostró nada al respecto, pero el secretismo fue absoluto). Ellos nunca consentirían un hermano árabe y musulmán”.

Una monarquía milenaria necesitó para mantenerse el cariño de quienes confiaban en ella, como símbolo de unidad y valor. ¿Será capaz el iracundo y desdeñoso Carlos lll? Interesado en la arquitectura y en la ecología -aporta a la causa que tiene como emblema a la pequeña Greta Thunberg-, y a nadar entre los tiburones políticos domésticos, y dónde se quieran ver, los primeros días no resultaron auspiciosos. Fue abucheado en Cardiff, como saludo y despedida del príncipe de Gales para ser ya rey. Formal, impecable -los mejores trajes que puedan hallarse-, ha empezado una etapa con Carlos coronado.

Diana había tomado protagonismo con obras benéficas, pueblos desvalidos, enfermos. Su popularidad, hija del octavo conde de Althorp, acortó la distancia de la corona al ir a teatros, bailar y asistir a conciertos de sus preferidos Elton John y Dire Straits. El enamoramiento era general y se proyectó desde las islas hacia el mundo. No ha sido olvidada y pesa sobre Carlos lll, rey.

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