Sólo Tom Cruise, en alguna película de la saga de Misión Imposible, es capaz de saltar de un auto a otro, varias veces, viajando ambos vehículos a 200 kmilómetros por hora.
Nosotros, los comunes mortales, necesitamos que los autos estén detenidos, y aún así, corremos alto riesgo.
¿A qué viene este comentario cinematográfico se preguntará el amable lector o la gentil lectora?
Me explico.
La Argentina firmó, a finales de febrero de este año, un programa con el FMI que consistía, fundamentalmente, en lograr un cambio de precios relativos para frenar el atraso del tipo de cambio oficial y reducir los subsidios a los precios de los servicios públicos, para achicar el déficit fiscal y su financiamiento monetario, y se comprometía a que la tasa de interés en pesos le ganara a la tasa de inflación, de manera de incrementar la demanda de pesos y supuestamente ampliar el “mercado de capitales local” que financiaría, junto con un impuesto inflacionario en torno al 3-4% mensual, el déficit fiscal remanente.
Era un programa bastante flojito de papeles, que intentaba, simultáneamente, un cambio de precios relativos, mientras mantenía la tasa de inflación en ese escalón del 3-4% mensual.
Pero sucedió que por la combinación de la resaca del plan platita del segundo semestre del 2021, y la crisis de la deuda interna de mediados de junio pasado, cuando el mercado local de capitales dejó de renovar los vencimientos, se consolidó una fuerte emisión de pesos, que derivó en el vaciamiento de las reservas del Banco Central, el salto de la brecha entre el tipo de cambio oficial y los diversos tipos de cambio libres, y que la Argentina se instalara en otro régimen inflacionario, en el entorno del 6-7% mensual.
Pero aún en ese contexto, sumado a los problemas políticos de la coalición gobernante, el Fondo y el gobierno argentino ratificaron las condiciones del acuerdo original, más allá de recalibrar las metas intermedias.
En la metáfora de Tom Cruise, el salto de un auto a otro es el cambio de precios relativos, y la velocidad de los autos equivale a la tasa de inflación.
En realidad, la maniobra es más complicada, porque es como si el propio salto de un auto a otro acelerara la velocidad de los vehículos.
Lo describo de otra manera.
Un cambio de precios relativos implica que algún precio sube y otros precios bajan o, alternativamente, que un precio sube más que el resto.
Es esto último lo que sucede en la Argentina.
En un marco de alta inflación todo cambio de precios relativos se realiza subiendo más el precio que tiene que mejorar.
Pero sucede que, si se quiere mejorar dicho precio “gradualmente”, dependiendo de la influencia que ese precio tenga sobre la formación del resto de los precios, cada aumento individual afecta la tasa de inflación general y se termina “corriendo de atrás”.
Por eso, el “salto de un auto a otro” acelera a los autos, y hace más difícil el cambio.
En otras palabras, cuando se intenta acelerar la tasa de devaluación del peso frente al precio del dólar oficial, como el precio del dólar oficial influye sobre el resto de los precios, la tasa de inflación (la velocidad de los autos) se incrementa, y entonces, se puede dar el caso que, en lugar de mejorar el tipo de cambio real, se lo termine empeorando.
Si se busca reducir gradualmente los subsidios a la energía y el transporte, como ello implica aumentar los precios de los servicios públicos, y esos precios, a su vez, influyen en la tasa de inflación, puede pasar que, en términos reales, se termine pagando menos que antes. Si encima la base de los costos de la provisión de energía, son los precios de los combustibles (gas, fundamentalmente) que, por definición, cotizan en dólares oficiales, también la devaluación influye en los precios de los servicios públicos y, cerrando el círculo, en el tamaño del subsidio que se quiere reducir.
Por eso es tan difícil cambiar precios relativos “de a poco” en un contexto de alta inflación, y por eso es tan difícil bajar la tasa de inflación mientras se intenta cambiar gradualmente los precios relativos.
Una secuencia “normal” indicaría la necesidad de ordenar precios relativos, antes de encarar un plan de estabilización.
Pero a esta tasa de inflación, tratar de ordenar los precios relativos gradualmente, va generando un aumento de la tasa de inflación, no una baja. Y no es lo mismo encarar esta tarea cuando la inflación es de 3-4% mensual, que cuando es de 7% y con riesgo de ascenso.
Volviendo a Tom Cruise, estamos frente a una misión imposible, o, dada la mística que domina hoy parte de la política argentina, vamos en busca de un milagro.
Por supuesto que, como ni el Presidente, ni el Ministro de Economía, son Tom Cruise, y mucho menos el gauchito Gil, la “solución” parcial a este dilema surgirá de otro conjunto de políticas.
En primer lugar, y dada la falta de reservas, resulta altamente probable que se termine devaluando de manera indirecta, pasando al mercado “libre” ciertas importaciones de bienes y servicios, ampliando el conjunto de exportaciones que recibirán algún premio y profundizando el cepo, en el corto plazo. Es decir, habrá un salto en el tipo de cambio oficial, sin reconocerlo como tal.
En segundo lugar, como los salarios, en particular los correspondientes al sector informal, mayoritario, y las jubilaciones no mínimas, no podrán seguir, automáticamente, el ritmo de la tasa de inflación será el nivel de actividad el que actúe como “estabilizador”.
Mientras tanto, el problema seguirá siendo la política monetaria que tendrá que continuar financiando directa o indirectamente el déficit fiscal y absorbiendo luego esa emisión y la correspondiente a los intereses de sus instrumentos de deuda. Ese exceso de pesos volverá a presionar sobre la brecha, las reservas, y la tasa de inflación.
Insisto, intentar cambiar precios relativos sin un plan de estabilización, puede llevar a una peligrosa mayor aceleración de la tasa de inflación.
Proponer un plan de estabilización en este contexto fiscal, político y de precios relativos, no parece disponible.
Entiéndase que, con este panorama, “estabilizar” significa reducir el impuesto inflacionario a un número que “cierra” el actual déficit fiscal, para otro programa habrá que esperar.
Por esta cornisa nos moveremos en los próximos meses, sin Tom Cruise y sin milagro.
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