El viejo y nuevo antisemitismo, del otro lado de la cordillera

El presidente de Chile destrató y humilló públicamente al embajador de Israel cuando este fue a presentarle sus credenciales diplomáticas

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El presidente de Chile, Gabriel Boric
El presidente de Chile, Gabriel Boric

Moisés no llegará a verlo. Él no va a entrar a esa Tierra de Promesas. Pero sueña con ese momento y en sus últimas palabras antes de partir le susurra a la nueva generación lo que debían hacer una vez que se asienten en ella.

“Ve-haiá Ki Tavó el haaretz”, “Y será que cuando llegues a la tierra que Dios te da…”

El anciano líder describe una tierra hermosa y fértil, donde el trabajo del campesino se transformará en fruto y bendición. Entonces, con el paso de los años, sus hijos y descendientes deberán ir cada año a Jerusalén con su ofrenda y decir:

“Higadeti haiom…” “Le dije hoy a Dios, que llegué a esta tierra que Él prometió a nuestros padres”.

Seguida a esa declaración, aún con la cesta llena del fruto de su trabajo en sus manos, debía relatar toda la saga desde la esclavitud en Egipto y el éxodo, hasta la llegada milagrosa a la Tierra de Israel. El texto resulta extraño. En primer lugar, porque según el texto las siguientes generaciones debían decir “llegué a esta tierra” cuando en realidad ya habrían nacido allí. Y además, porque en la declaración comienza diciendo: “Le dije hoy a Dios”, cuando todavía no había dicho ni una sola palabra.

Decir algo sin hablar, es demostrar que la sola presencia, habla. Ese hombre, parado con la cesta llena del fruto de sus manos, “dice” con el sólo hecho de estar allí presente. Él es la historia. No es sólo la narración de un viejo cuento. Ese hombre representa todo lo sucedido en siglos hasta ese momento, parado con su cesta de frutos en las manos. Nosotros somos la historia. Llegamos a la tierra una y otra vez.

Tres mil años después, y tras siglos de exilio de aquella tierra, otro hombre soñaba con que el pueblo judío retorne a la tierra que Dios había prometido a sus padres. Theodor Herzl también susurraba sus sueños en un libro llamado “Der Judenstaat”, “El Estado Judío”. Escrito en el año 1896, se tradujo rápidamente a varios idiomas y se transformó en la piedra fundacional del Primer Congreso Sionista en Basilea un año después. Allí comenzaría a hacerse realidad el sueño milenario de regresar a la Tierra Prometida. “Ve-haiá Ki Tavó el haaretz”. En su comentario editorial, el periódico inglés Jewish Chronicle publicó: “Un Moisés acaba de surgir. Se llama Theodor Herzl”.

En este primer libro Herzl describe el problema judío. El judío es perseguido desde la historia por la irracionalidad del antisemitismo. Es acusado por un lado de vivir en la miseria del gueto y a la vez de ser el dueño de todas las riquezas del mundo. Se lo discrimina por tener sus propias tradiciones y no querer integrarse a la sociedad, y al mismo tiempo por querer asimilarse y creerse un europeo cuando no lo es. El caso Dreyfuss del que Herzl fue testigo, fue determinante en su descripción. Dreyfuss era un judío completamente integrado a la sociedad francesa con un altísimo cargo en la milicia, y es destituido de manera pública en un acto humillante acusado de traidor por el sólo hecho de ser, judío.

Esta semana volvió a suceder. El Presidente de Chile destrató y humilló públicamente al embajador del único Estado Judío. Por el sólo hecho de representar al pueblo judío. Ese hombre estaba parado con sus credenciales en la mano como el campesino y sus frutos de tiempos bíblicos. Su sola presencia habla. Él expresa y dice el milagro: que el Estado de Israel es una realidad. No necesitamos de ningún desplante del Sr. Boric para negarlo. Durante muchos siglos los judíos debimos permanecer en silencio ante las provocaciones y humillaciones impresentables de este tipo. Pero desde los tiempos de Herzl y Emile Zolá aprendimos a no volver a callar nunca más. A defendernos y a acusar cuando el virus aparece. El Sr. Boric representa apenas la nueva mutación del rancio virus del antisemitismo. A los judíos se los persiguió durante siglos por ser los desterrados, los paria, los vagabundos del mundo. Y ahora, tampoco se les permite tener una tierra, ahora también se los acusa de tener el tupé de tener su propio país. Incluso de la soberbia de intentar defenderlo. El antisionismo es la nueva máscara que ha adoptado el antisemitismo. Sr. Boric, Ud. es el presidente de la República, pero definitivamente no representa a nuestras hermanas y hermanos chilenos, una sociedad profundamente democrática y maravillosa.

Dreyfuss representaba el “problema judío”. En su libro, Herzl propone que la solución estaba en el nuevo modelo que el mundo estaba proponiendo a las naciones: un Estado propio. La moderna tendencia global de creación de nuevos Estados nacionales que otorgaban independencia y soberanía a las diferentes naciones, era la innovadora respuesta al derrumbe del tiempo imperial. Esa nueva reorganización socio-territorial sería la ofrenda que el mundo le daría como solución, al problema judío.

Algunos años después, en 1902, escribe “Altneuland”, “La vieja nueva tierra”. En esa nueva obra, Herzl se transforma en un verdadero profeta. Describe su visión acerca del país nuevo que debían construir en esa vieja tierra. Un país próspero, fuerte económicamente, con un sólido concepto mutual para la ayuda social. Una tierra donde la población árabe estaría integrada a la judía (en el actual Estado de Israel la población árabe cuenta con partidos políticos, cuyos líderes democráticamente votados son miembros de la Kneseth, el Parlamento del Estado Judío. Incluso, uno de los jueces de la Corte Suprema de Justicia Israelí es de origen árabe. Mientras que en territorios gobernados por la Autoridad Palestinos como Gaza, Cisjordania y otros países árabes de la zona rige lo que se denomina un “Judenrein”, un territorio “libre de judíos”, donde los judíos tienen prohibido vivir). Herzl describe un país con libertades absolutas de culto, democrática e igualdad de género (valga recordar lo adelantado a la época: las mujeres tuvieron igualdad de voto en el 2do. Congreso Sionista en el año 1898, cinco décadas antes que cualquier país de la actualidad). Una sociedad moderna y con una industria basada en los avances de la tecnología. Describe al puerto de Haifa y a la cosmopolita ciudad de Tel Aviv tal como las conocemos hoy, cuando aún no se habían fundado.

Pero en esta nueva novela, Herzl hace una descripción del mundo completamente inversa a la de su libro anterior. En Altneuland el mundo, lejos de dar soluciones, es el problema. Describe un mundo quebrado, moralmente roto y herido de muerte. Carece de democracias reales, la igualdad y la solidaridad no están en la agenda, la integración de los pueblos es inviable y en lugar de apostar por el futuro de la tecnología, sólo invierte en persecuciones y matanzas ancladas en odios del pasado.

En su primer libro, “Der Judenstaat”, el problema judío debía ser resuelto a través de soluciones que le daría el mundo. Ahora, en “Altnueland”, el problema del mundo podría ser resuelto con soluciones judías.

Herzl no llegará a verlo. Él no va a entrar a esa Tierra de Promesas. Pero sueña con ese momento y en sus últimas palabras antes de partir le susurra a esa nueva generación lo que debían hacer una vez que se asienten en ella:

“Ve-haiá Ki Tavó el haaretz”, “Y será que cuando llegues a la tierra que Dios te da…”

Debían construir una sociedad basada en principios éticos, democrática e integradora, con la mirada puesta en el mañana, honrando la promesa del ayer. Fue su último mensaje antes de morir, igual que Moisés.

En Altneuland, Herzl describe una tierra en paz. Sin conflictos, ni guerras, ni ejércitos, ni armas. No es que no haya acertado. Esa es la gran diferencia con el odio eterno que destilan las ideas anacrónicas del líder del otro lado de nuestra cordillera. Nosotros seguimos confiando y esperando en que esa última profecía de Theodor Herzl, sin dudas llegará. Pedimos, rezamos y trabajamos por que sea pronto, en nuestros días.

Amigos queridos. Amigos todos.

Decimos con nuestra presencia. Nuestra existencia, habla. Saber qué es lo que representamos es un desafío de búsqueda.

Llevamos una misión. La de traer más luz a un mundo roto. La de decir presente.

Con la ofrenda de nuestras manos estamos llamados a hacer florecer esta tierra de promesas. Porque nosotros hoy, somos toda la historia.

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