Qué incentivamos cuando aconsejamos hacernos las “difíciles” o las “desinteresadas” en la seducción

Estos consejos nos siguen poniendo en condiciones desiguales, en donde el control lo tienen los hombres, los tiempos los manejan ellos y los sentimientos también. Relacionarse es complejo y no siempre tenemos las respuestas, muchas veces es prueba y error. Y muchas veces, también, no sabemos lo que queremos o nos apuramos a juzgar al otre

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Cuando aconsejamos hacernos las "difíciles"  o las "desinteresadas" en el juego de la seducción, seguimos poniéndonos en condiciones de desigualdad, en donde el control lo tienen los hombres, los tiempos los manejan ellos y los sentimientos también (Getty Images)
Cuando aconsejamos hacernos las "difíciles" o las "desinteresadas" en el juego de la seducción, seguimos poniéndonos en condiciones de desigualdad, en donde el control lo tienen los hombres, los tiempos los manejan ellos y los sentimientos también (Getty Images)

Seducir, chamuyar, avanzar, levantar… qué difícil es. Una actividad que todo lo que tiene de divertida también la tiene de engorrosa y estresante. Requiere de confianza, soltura, despreocupación y mucho, mucho humor. Cada vez se toma menos en serio el seducir como práctica, cosa que solía ser una cuestión de vida digna o indigna porque de eso dependía tu futuro, solía ser un arte y una obligación para las mujeres al momento de crecer.

Hoy, en cambio, la seducción parece algo accesorio. Nuestras preocupaciones están centradas en el éxito profesional, la independencia económica, las formas de divertirnos. Y, además, las reglas de la seducción dejaron de estar tan establecidas. Todo pareciera estar menos pautado, sin embargo, nos volvimos más conscientes de la importancia (y la no negociación) del respeto y el consentimiento.

Cada une tiene su modo de seducir. Lo que quiero decir es que cada cual lo hace como puede y quiere (siempre con los límites del otre). No hay un manual de instrucciones ni un libro, solo experiencia propia y ajena. Nos encontramos con cientos de voces (en la televisión, en redes sociales, en reuniones) que nos dicen qué debemos y qué no debemos hacer, y así se vuelve más complicado encontrar las propias herramientas para ser genuines y sentirnos cómodes a la hora de relacionarnos.

Más de una vez me pasó de recibir consejos como: “No hagas nada, esperá a que te escriba él”. Este mandato de que el macho tiene que dar el primer paso sigue vigente y es agotador (Getty Images)
Más de una vez me pasó de recibir consejos como: “No hagas nada, esperá a que te escriba él”. Este mandato de que el macho tiene que dar el primer paso sigue vigente y es agotador (Getty Images)

Sin conductas establecidas, frente a la “libertad”, también nos acecha la inseguridad. Con tantas opciones a veces es difícil entender cuál es la forma “indicada” para acercarse a alguien, cómo juzgar las palabras del otre, como interpretar mensajes de chat, emoticones, un sticker, un meme o el silencio. Nos comunicamos por distintos medios y cada uno se rige por distintos códigos que no sabemos bien cuáles son. Nos volvemos analistas constantes de las situaciones y de las palabras propias y ajenas.

Muchas veces, hasta entre amigas nos potenciamos y desarrollamos esa inseguridad. A veces me encuentro preguntando o pidiéndole un consejo a alguna amiga con respecto a una cita que tengo o sobre alguien que me gusta: qué contestar, qué mandar, cómo invitar a salir, le likeo historia o le reacciono, WhatsApp o Instagram, le gusto o no le gusto, etc. Pasamos tanto tiempo pensando qué es lo correcto que perdemos lo espontáneo, lo genuino y lo esencial. Escondemos cómo nos sentimos y contribuimos a los mensajes confusos o velados que solo generan más inseguridad.

Más de una vez me pasó de recibir consejos como: “No hagas nada, esperá a que te escriba él”. Este mandato de que el macho tiene que dar el primer paso sigue vigente y es agotador. Nos pone a las mujeres en la sala de espera como si de eso se tratara una relación: esperar. Porque si avanzamos nosotras ¿qué somos? Unas fáciles y entregadas. ¿Por qué asociamos lo simple con lo fácil? ¿Por qué negativizamos lo fácil? La acción de vincularse puede ser fácil, muchas veces lo difícil se lo ponemos nosotres con la falta de empatía.

Los consejos sobre hacernos las “difíciles” o las “desinteresadas” nos siguen poniendo en condiciones desiguales, en donde el control lo tienen los hombres, los tiempos los manejan ellos y los sentimientos también. El tema sigue siendo la realidad: son estrategias que “funcionan”. Lo que yo cuestiono entonces es el funcionamiento adquirido con conductas vinculares estrictamente patriarcales. Cada cual que use la estrategia o no-estrategia que se le cante y ya. Sea cual sea tu identidad de género o tus prácticas de vínculos sexoafectivos. Quizás la pregunta es cómo dejar de alimentar la “histeria” en sus formas más dañinas. Esas que nos confunden, desorientan y lastiman; y que horadan nuestro amor propio y nuestra seguridad.

Relacionarse es complejo y no siempre tenemos las respuestas, muchas veces es prueba y error. Muchas veces también no sabemos lo que queremos o nos apuramos a juzgar al otre (Getty)
Relacionarse es complejo y no siempre tenemos las respuestas, muchas veces es prueba y error. Muchas veces también no sabemos lo que queremos o nos apuramos a juzgar al otre (Getty)

Relacionarse es complejo y no siempre tenemos las respuestas, muchas veces es prueba y error. Muchas veces también no sabemos lo que queremos o nos apuramos a juzgar al otre. La reflexión importante podría ser también sobre nuestros propios vínculos de amistad, ¿qué aconsejamos?, ¿qué estamos incentivando entre nosotres? Hace poco quise invitar a salir a un amigo que, de pronto, me empezó a gustar. Nunca me había pasado algo así y dije “a la mierda, me mando”. Antes de hacerlo, le consulté a una amiga y me dijo: “Hacete valer, que te invite él”. Me quedé helada… ¿hacerme valer? Si nuestro valor como personas y como mujeres depende de un mensaje, estamos jodides.

Pienso también a la inversa, cuán rápido descartamos a las personas por un mensaje o un movimiento en falso. Sin darnos tiempo a conocer y a conectar con el otre. Nos volvemos intolerantes cuando alguien no responde como nosotres lo haríamos, cuando no actúa cómo esperábamos, pensamos que entonces ya no vale la pena.

Creo que relacionarse es aprender a convivir con la diferencia, siempre. Entender que tengo enfrente a alguien que siente, piensa y actúa de formas distintas a las mías. Por eso hay que ser cuidadoses con la forma en que aconsejamos y nos acompañamos entre amigues. Creemos tener todas las respuestas cuando en general no tenemos ninguna, olvidamos la empatía, la paciencia. El punto sería, más que buscar nuevas instrucciones, dar espacio para la reflexión y el autoconocimiento. Es decir, intentar ser lo más nosotres mismes que podamos a la hora de relacionarnos.

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