Porque aquí están pasando cosas rarísimas. En este minuto cae el 7 en la inflación desenfrenada. Bueno, sí, y la pobreza, y la criminalidad, y el desorden en el Gobierno, más desencuentros en la oposición que pugna y no consigue la unificación plena. Eso es el manual de desdichas de un país sin imaginación creadora.
No se trata solo de pobreza y de indigencia, sino también del adelgazamiento mental. En la Argentina se ha dejado de pensar. El pensamiento nunca ha sido la niña para que toque “Para Elisa” cuando vienen visitas, es cierto, si se pone al lado de la narrativa, la poesía, el teatro, el arte, la plástica. Crítica y mercado en otro. No hay Borges equivalentes a pensadores desafiantes y de brillo, anda por ahí Sebreli en cierta soledad y mucha discusión, porque es pensador de grieta aunque de gran porte y a lo mejor por conformación en toda su obra.
Las cosas rarísimas dieron la largada cuando el fiscal Luciani hizo su alegato en el juicio que se le sigue a la vicepresidenta, con su pedido a doce años más inhibición perpetua para tener cualquier cargo. Allí se produjo –aún sin todavía la defensa legítima y bien pertrechada de la acusada- una guardia permanente y manifestación quieta en la esquina de Juncal y Uruguay donde, se sabe, vive la vicepresidenta.
Se pusieron y se quitaron vallas. Pasó a ocuparse de la seguridad la Federal y los militantes más próximos, hasta que el 1 de septiembre un hombre extendió el brazo con la mano armada de una pistola semi automática –Bersa calibre 32– y cuando Cristina regresaba al quinto piso que ocupa, intentó matarla. La enormidad que se intentó y no pudo por torpeza, una falla, algo que evitó para el país hechos dantescos y, quizás, su desintegración.
Pero no. El sujeto de la pistola, llamado Fernando Sabag Montiel, quiso tirar y falló a pocos centímetros de su blanco. Partidarios, en su mayoría jóvenes y fundamentalistas –normal: los años verdes dividen el mundo en buenos y malos– corrieron tras él y lo detuvieron. Rarísimo, sin violencia, ni golpes, ni quizás un linchamiento. No es nada a ser aprobado, desde luego, pero es lo que podría y pasa en situaciones de tal delicadeza y aire tan caliente. Cristina se quedó en la puerta, alargó manos, autografió su libro sin una protección de hombres, mujeres y escudos de la policía.
Se produjo una marcha motivada y expresada como de repulsa general que se hizo poco a poco más duro y dio inicio al viraje a toda velocidad tanto del discurso del odio- la idea de que el ataque a Cristina fue producto de los medios (los “hegemónicos”), la Justicia y la oposición hacia el instrumento emocional. Se pensó en algún momento que de lo ocurrido podía conseguirse provecho político. Hay que anotar, con la mayor neutralidad posible, que no se produjeron en ninguna dirección protestas espontáneas y masivas, ni el ataque como fuente del “odio”. El discurso del odio no cuajó.
Algo rarísimo-¿qué está pasando aquí?- el sujeto Sabag, quien no quiso declarar, manipuló en videos hechos por él mismo una y otra vez la pistola con o ninguna destreza, el celular examinado y dañado que podía revelar la policía asuntos clave. Un ser inclasificable, Sabag, que el fiscal federal -a cargo junto con la jueza Capucetti- lo expone como pedófilo por fotos en ese teléfono en escenas vomitivas con menores. A él, como algo parecido a su novia, aparece Brenda Uliarte, 23 años, vistos en chats sobre su amiga íntima Agustina Díaz, de 21, donde cuenta que va a “mandar” el crimen de la vicepresidenta.
- ¿Qué está pasando aquí?
¿Quiénes son esas personas ubicadas en rangos que van desde un grupo de delirantes psicópatas- difieren en ciertos puntos, de modo que cada uno son provistos por tres abogados oficiales- y todo suena como un film donde no se explica por ejemplo, qué hacían los largos metros con azúcar de algodón en la punta con colores, muy visibles? No se ha dicho nada ni que estaban allí y su significado. Si la idea era el magnicidio, ser llamativo no suena como la mejor manera de no llamar la atención. Tal vez se sepa algo de este factor inexplicable con la detención de Nicolás Carrizo, sonriente mientras se lo llevaban, por orden de la jueza Capucetti como presunto organizador de los copos misteriosos.
¿Quién pide algodón de azúcar? ¿Había niños como eventuales compradores encantados con una golosina pasada de moda izada a esa altura?¿Es alguna clase de señal o código? Se supone que el fiscal o la jueza- de prestigio los dos -, no hacen el papel del inspector Clouseau en La Pantera Rosa. En tanto, ya se ha sugerido de modo semi oficial que son miembros de una secta neonazi que funciona en el país y que se financia con empresarios cercanos a líderes opositores. Todo muy espeso, muy arduo de empezar siquiera a entender algo.
- ¿Qué está pasando aquí?
Se llamó a peregrinar en buenos coches a la basílica de Luján para dar una misa que terminó en un acto lo suficientemente profano como para que el Papa, sin decirlo de forma directa, deba señalar que no deben mezclarse. Se trataba de agradecer por evitar el desastre posible: se torció.
Porque hay un desastre en la República Argentina y digan lo que digan en sus interminables shows de titanes en el ring verbal de la televisión, donde el público conoce muy bien a los respectivos caballeros rojos, o momias –tanto blancas como negras– sostengan lo que sostengan. Unos y otros, con posiciones y convicciones siempre dispuestos a batallar saben que el tsunami es una posibilidad.
Por jugar con la imaginación, que es muy servicial, pueden ser que, aparte de estos episodios esperpénticos, existan también conversaciones acerca de que muy abajo, en ríos subterráneos, ocultos se miden fuerzas y se aproximan para que los llamados argentinos no tengan en dejar que el último apague la luz.
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