El Gobierno vuelve a sembrar la incertidumbre entre los productores. La política del “parche” se agota en el corto plazo y no es útil ni compatible con una estrategia de desarrollo previsible y consistente en el tiempo. Son solo políticas de emergencia que terminan generando más perjuicios que beneficios al campo.
Los productores rurales se encontraron en los últimos días, de buenas a primeras, con una nueva medida que los afecta y les suma presión. El Banco Central resolvió aplicar una tasa de interés más alta a los créditos bancarios –muy superior a la que se aplica a otros sectores- para aquellos que no vendan el 95% de su cosecha en soja (es decir, para los que superen un 5% de acopio de su capacidad de cosecha anual de la oleaginosa), imponiendo una discriminación contraproducente.
En la actualidad, los productores que no cumplían con la condición de vender el 95% de su cosecha no podían acceder a las líneas crediticias subsidiadas, pero ahora, con esta nueva resolución, la tasa de cualquier línea de crédito en pesos va a ser significativamente más cara (el equivalente a 120% de la última tasa de Política Monetaria, de acuerdo con lo comunicado por el BCRA), casi prohibitiva.
Forzar la venta de la cosecha, justamente cuando se necesitan los recursos para invertir en la próxima siembra, es contraproducente porque va a descapitalizar al productor, negándole herramientas e incentivos para invertir.
Esto se produce mientras se alienta la liquidación de divisas a través del llamado “dólar soja”, una alternativa que -en medio de los desajustes cambiarios- representó un alivio para los sectores exportadores, aunque aún persisten complicaciones en cuanto a su implementación y operatoria bancaria, como se ha conocido en los últimos días. Es muy difícil para un productor si todas las mañanas, cuando comienza su jornada de trabajo, se encuentra con que el Gobierno le cambió las reglas de juego.
El Gobierno, que desde el inicio ha elegido al campo como enemigo, debe decidir si apela a este sector vital de la economía con medidas solo extractivas o recaudatorias, como manotazo de ahogado para conseguir divisas y tapar los desajustes fiscales, o respalda una política de largo plazo para el desarrollo productivo y exportador del sector.
La agrobioindustria no es un salvavidas, ni es solo soja. Es el motor de crecimiento y desarrollo del país, especialmente de las economías regionales. Es crucial por la amplitud y la extensión de sus cadenas de valor, por su impacto en el entramado social, y por su creciente apuesta a la tecnología. Es la esperanza para muchos jóvenes, en sus propias localidades, que de lo contrario no ven otra salida que proyectar su vida en otro país.
Es hora ponerse a trabajar con responsabilidad en soluciones de fondo para los problemas estructurales de la Argentina. Porque como dice el refrán: “Cosecharás lo que siembras”.
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