Tensión en el Cáucaso

Dos años después del último enfrentamiento entre Armenia y Azerbaiyán, un nuevo combate pone en riesgo el siempre delicado equilibrio en el Cáucaso. Por qué es clave el rol de Moscú. El estancamiento ruso en Ucrania como factor decisivo

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(Oficina de prensa del Ministerio de Defensa de Armenia/PAN Photo/Handout via REUTERS)
(Oficina de prensa del Ministerio de Defensa de Armenia/PAN Photo/Handout via REUTERS)

Unas cien personas perdieron su vida en la última pugna en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán a comienzos de esta semana. Analistas sostienen que la reaparición del conflicto podría responder a la ventana de oportunidad para Azerbaiyán como consecuencia del deterioro de la posición de la Federación Rusa en el conflicto ucraniano.

Los graves reveses que el Kremlin ha venido experimentando en las últimas jornadas pudieron haber conformado una oportunidad propicia para Bakú en el sentido de asestar un golpe contra Armenia, un país que en la práctica mantiene una dependencia significativa de Rusia para su seguridad.

El Primer Ministro armenio, Nikol Pashinyan, informó que 49 soldados de su país perdieron la vida en la noche del lunes 12, mientras que desde Bakú voceros del Ministerio de Defensa azerí reportaron cincuenta bajas entre sus tropas.

Las potencias, en tanto, han hecho llamados al alto al fuego. El secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, reiteró que “no puede haber una solución militar al conflicto”. Mientras que la vocera del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso recordó que Moscú sostiene que la disputa “debe resolverse exclusivamente a través de medios diplomáticos y políticos”. En el mismo sentido se expresó el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

Naturalmente, ambas capitales se acusan mutuamente de haber iniciado hostilidades. Ereván asegura que algunas de sus poblaciones contiguas a la frontera fueron bombardeadas por las Fuerzas Armadas azeríes y que su actuación se ha limitado a un ejercicio de respuesta ante la provocación externa. Pero al mismo tiempo, el gobierno de Ilham Aliyev sostiene que sus posiciones militares fueron objeto de ataques previos.

El conflicto entre Armenia y Azerbaiyán -dos ex repúblicas soviéticas- se arrastra al menos desde hace tres décadas. En especial a partir de los hechos que marcaron el traumático tramo final de la Unión Soviética en 1989/1991.

Acaso prisioneras de una geografía y una historia envenenada, Ereván y Bakú han disputado dos guerras (entre 1988-1994 y otra más breve durante varias semanas del otoño del año 2020). Pero mientras la primera de ellas fue resuelta en un sentido favorable para Armenia, la segunda resultó en los hechos en un triunfo para Azerbaiyán.

La región de Nagorno-Karabaj, en tanto, constituye el núcleo del conflicto, dado que, de acuerdo con la mayoría de los integrantes de la comunidad internacional, se trata de un territorio integral de Azerbaiyán, aunque su población es étnicamente armenia.

Un conflicto virtualmente interminable divide a los dos países. El que se manifiesta a partir de la disputa territorial, política, cultural y religiosa entre un país de mayoría cristiana, como Armenia, y otro de mayoría musulmana, como Azerbaiyán. País que, a su vez, tiene una ventaja económica y militar significativa frente a su vecino como consecuencia de la explotación de sus importantes riquezas naturales (petróleo). Un desarrollo que coloca a Armenia en una posición de extrema fragilidad y debilidad frente al avance de Azerbaiyán. Con el agravante de que este último mantiene un vínculo sumamente estrecho con Turquía, responsabilizado por los armenios por haber perpetrado un genocidio contra su población hace más de un siglo en el tramo final del Imperio Otomano.

Pero como es sabido, los conflictos geopolíticos tienden a eternizarse en el tiempo. Frente a lo cual -como explicó Reinhold Niebuhr- la diplomacia a menudo solo puede procurar soluciones aproximadas a problemas insolubles.

Los hechos se producen, a su vez, en el contexto de un grave deterioro de las relaciones entre las potencias en el teatro del mundo. Cuando se verifica un descenso sin precedentes desde el fin de la Guerra Fría en el vínculo entre Washington y Moscú, las dos principales potencias nucleares del sistema internacional.

Cuando adquiere especial relevancia el hecho de que, como es sabido, Armenia en los hechos depende en enorme medida de Rusia para su seguridad, en especial a partir de la traumática experiencia de la última guerra que en 2020, que significó un serio revés para Ereván. Al tiempo que, en la actualidad, Moscú sostiene una fuerza de mantenimiento de la paz que implica el despliegue de casi dos mil efectivos.

Su débil situación llevó en las últimas horas al premier Pashinyan a admitir en el Parlamento que podría hacer reconocimientos territoriales en busca de un acuerdo de paz. De pronto urgido por la realidad, ofreciendo una posición inimaginable hasta hace algunas horas.

Los hechos se despliegan frente a la perspectiva de que la reaparición del drama del Cáucaso podría despertar otros conflictos persistentes y nunca definitivamente resueltos en geografías complejas como las de Osetia del Sur, Abjasia (en Georgia) o incluso dentro del territorio ruso como Daguestán, Ingushetia, Osetia del Norte o Chechenia.

Acaso el corolario de los peligros que presentan las actuales circunstancias históricas. En el que la potencia que venía desempeñando el principal factor de estabilización en la región, ha optado por una política exterior revisionista que la enfrenta hasta el extremo con las potencias occidentales.

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