Los juegos del odio

Palabra de moda y recargada, de la moda trabajada como herramienta política y que apunta, aunque se niegue, a libertad de expresión

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La casa de la Vicepresidenta
La casa de la Vicepresidenta tras le atentado (Maximiliano Luna)

Son los días del odio. De la palabra de moda y recargada, de la moda trabajada como herramienta política.

Hay muchas expresiones de odio. Hay un odio de entrecasa, inofensivo (“odio el mondongo”, pongan como ejemplo), odio chico, sin tener carga peligrosa... Una manera de decir.

Hay odio cantado y pintoresco, como alguno de los que cantó Carlos Gardel: ”Te odio, maldita / Te odio como antes te adoré... /Dios quiera que un día volvieras a mí / buscando refugio, vencida, sin fe / Entonces, podría / cobrarme tu traición /¡Es tanto lo que te odio / que, al verte sufrir, me vengaré! / Sabés que todavía no puedo explicarme / por qué placer maldito me hiciste mal / si yo por tu cariño dejé a mi madre / enferma, solita, sin techo, sin pan / Has roto mi existencia, ¡cobarde y rastrera! / ¿Por qué voy a tenerte conmiseración? / Si cuando agonice será mi postrera / palabra una eterna, fatal maldición”. Bien, qué vamos a hacer. Una forma de odio con striptease emocional y letra, que lo mismo puede sonar ahora indignante como naive, no sin dar aviso de que también se producen ahora muchos femicidios.

Dejemos a Gardel, gloria al cantar cualquier cosa, y vayamos hacia atrás, hacia Catulo, poeta romano con su “Odi et amo”: “Odio y amo / Por qué hago esto, quizás te preguntes / Lo ignoro, / pero así me siento y me torturo”. Odio de máscaras variadas, pero que no desaparece. Es Caín y Abel, que en el pasar de los años los argentinos se reconocen demasiadas veces.

Corren los días actuales y el odio, una palabra que moviliza o se endurece en la vida de un país muy bonito, aflora con facilidad. A pesar de saberlo, los encargados de representar una democracia -frágil, pero en pie y funcionamiento-, sueltan la palabra odio, si me permiten, en persona: son señaladas personas públicas todos los días como odiadores y odiados. Dijo con razón Ricardo Darín, durante la conferencia de prensa tras la presentación en el Festival de cine de Venecia de “Argentina, 1985″, que el odio es el único sentimiento que no prescribe. Hubo un silencio corto y 20 minutos con aplausos de pie. No por Darín sino, sobre todo, por el film. Pero, con lo expresado por nuestro gran actor, en la dirección implícita de que se debe tener cuidado con el odio. Se había visto, momentos antes en el festival, la película donde se juzgaba a los comandantes de la dictadura militar que convirtió en un orden y una estrategia metódica, feroz -con sus desaparecidos y sus torturados- y el combustible del odio que toda guerra necesita.

Cómo en una sociedad empobrecida de una manera triste y vergonzosa, con la inflación que va rumbo a ser la mayor del mundo, mientras se produce un ajuste que se venía y operaba desde bastante antes –“el ajuste popular”, un desconocido que merecería ingresar hasta ahora en El libro de los Seres Imaginarios-; se producen los juegos del odio.

Cuando ya se había pronunciado el alegato y pedido de culpabilidad en el juicio contra la Vicepresidenta como acusada de ser la jefa de una asociación ilícita armada para desviar del erario una gran suma en beneficio personal; con una solicitud de 12 de cárcel y prohibición a perpetuidad para ejercer cualquier público; y cuando le tocaba alegar la defensa… Con olvido de manifestaciones tales como fusilar a Macri y alentar a atentar contra su hija pequeña y a quemar los campos ejemplares de la agroindustria; se produjo, entonces, la guardia de militantes alrededor de la casa de la Vicepresidenta y allí se dio un atentado indecible por enorme.

Lo que podría pasar si se tirara sobre Cristina pasó sin pausa a sostener la idea de que se produjo por los profetas del odio (disculpe Jauretche por el título, donde quiera que esté). Es decir: medios “hegemónicos”, trusts con intereses en el episodio -¿quiénes podrían beneficiarse con una disgregación argentina?- y el elenco de gorilas, cipayos y vendepatrias, según un diccionario desempolvado, y del que se grita como slogans y cantos de cancha sin que muy pocos o ninguno, de los de las nuevas generaciones, conozca siquiera qué significa con claridad su sentido. El adoctrinamiento cae en tierra abonada en los años verdes, cuando la división es entre buenos y malos.

Todos ellos marcan culpables de infundir odio sobre un gobierno que se muestra debilitado, desconoce el juicio por ilegítimo -se dijo el día de la peregrinación y misa a Luján que el fiscal argumentaba por misoginia sin ninguna razón- y sin llamado a resolver la crisis siquiera en algún aspecto, de espaldas a los problemas descontrolados que se tienen. Señalar como culpables es como señalar blancos fijos.

El traqueteo oficial mantiene con firmeza el liderazgo de Cristina -70 por cierto de imagen adversa en el rostro actual de peronismo, pero un 30 es un treinta-. El intento criminal permitió la discusión política por un diseño emocional, quién sabe con qué resultados en adelante y con sujeción a la justicia y las normas generales y conocidas de la convivencia. Sobre todo porque se quema el rancho y el almanaque vuela. Se trata de una carrera al borde de precipicios. Hay una sensación de cambios, y se hará todo más enconado y difícil.

Los juegos del odio apuntan -aunque se niegue- a libertad de expresión. Es difícil firmar un documento de futuro en el lugar del mundo moderno que se caracteriza por autodestruirse.

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