Un patético deja vu

Tras el intento de magnicidio, algo indudablemente se rompió; sin embargo, tanto oficialismo como oposición siguen actuando con lógicas previas

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Alberto Fernández, Mauricio Macri y
Alberto Fernández, Mauricio Macri y Cristina Kirchner

La conmoción y consternación que se produjo en la gran mayoría de la clase política tras el frustrado intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner se transformó, rápidamente, en intentos de especulación, cálculos electoralistas y nuevas estrategias de posicionamiento frente al nuevo escenario político planteado.

Y, por el lado de la opinión pública, según dan cuenta varias encuestas que se conocieron en los últimos días, no sólo no se registraron grandes cambios, sino que parecen haberse consolidado algunas tendencias: la vice no sólo no perfora su voto duro sino que, fuera de él, a los niveles de rechazo se le suman altos niveles de incredulidad que ponen el foco en la supuesta victimización de la ex mandataria o directamente -pese a las incontrastables evidencias de un suceso en “vivo y en directo”- dudan de lo acontecido.

Una postal que resume la dolorosa realidad que atravesamos desde hace ya un buen tiempo los argentinos, un deslizamiento continuo por un espiral de degradación y descomposición del lazo social que parece condenarnos indefectiblemente a la más absoluta decadencia política, social, cultural y, hasta moral. Y, todo ello, ante la indiferencia no sólo de la mayor parte de la clase dirigente -ya no sólo política- sino también de la sociedad en su conjunto.

En este contexto, los últimos días desnudaron con particular crudeza la enorme brecha que separa a la sociedad de la dirigencia política. Una dirigencia que, asombrosamente, sigue procrastinando, encerrada en lógicas endogámicas, con agendas alejadas de las demandas y urgencias ciudadanas, y presa de un internismo que, por momentos, parece despertar pulsiones atávicas asociadas al canibalismo. En paralelo, una sociedad en la que prima la desconfianza y la incredulidad, el cansancio ante un patrón de frustración constante de las expectativas y las promesas incumplidas.

"Misa por la paz" en
"Misa por la paz" en la Basílica de Luján (Gustavo Gavotti)

Un acto de violencia que podría haber alterado todo, lejos de invitar a la reflexión, la moderación y al encuentro entre los argentinos, parece consolidar así las tendencias preexistentes. Aquí queda expuesta, en toda su dimensión, esta gran tragedia argentina.

En esta realidad que parece incólume, todo sigue su curso inalterable, como si nada significativo hubiese pasado. Algo indudablemente se rompió, pero todos siguen actuando con las lógicas previas: entre el comportamiento errático de un oficialismo que, tras el atentado, pasó de movilizarse y acusar directamente a sectores de los medios y la oposición por los “discursos de odio” a insinuar un llamado amplio al diálogo que luego minimizó o desmintió; y una oposición cuyas reacciones no sólo ante lo acontecido sino frente a un posible diálogo dan cuenta de fracturas que siguen expuestas y desconfianzas mutuas cada vez más evidentes.

En medio de todo este escenario dantesco, como en una suerte de deja vu, dos personajes parecen sorprendentemente recuperar la centralidad política: Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri. Algo que da cuentas, evidentemente, de que seguimos atrapados en un movimiento pendular que parece condenarnos indefectiblemente a nuevos fracasos.

La primera vuelve a ser indiscutiblemente la figura más gravitante del peronismo, ya no sólo dejando atrás cualquier intento de autonomización del presidente, sino erigiéndose como la “gran electora” del espacio en 2023. Si bien el “operativo clamor” que parece haberse puesto en marcha es muy posible que no derive en una candidatura presidencial -dado que los altos niveles de rechazo persisten en las encuestas-, si el plan de Massa logra atravesar la tormenta es altamente probable que -una vez más- sea ella quién decida. El segundo, no sólo cree ver en lo acontecido una suerte de particular reivindicación de su gestión, sino que especula con las divisiones en el PRO -la cada vez más feroz interna entre Larreta y Bullrich- y tensiona la relación con el radicalismo, manteniendo la incógnita sobre su futuro político y la posibilidad una hipotética candidatura presidencial “facilitada” por el retorno de Cristina.

Así las cosas, mientras la desconfianza, las suspicacias y las desavenencias se multiplican, tanto entre la clase dirigente como la sociedad en general, parece alejarse toda posibilidad de diálogo y de construcción de consensos, condición que a esta altura de los acontecimientos pareciera ser la única opción posible para encarar los problemas estructurales necesarios para avanzar hacia un país normal.

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