Parte del ADN argentino se puede definir con el título de la famosa obra teatral del dramaturgo y periodista Florencio Sánchez: M’hijo el dotor. En el sentir popular, esa expresión que describía las aspiraciones de progreso que un campesino tenía para su hijo caló hondo. El ascenso social que significaba obtener un título era sinónimo de una tierra de oportunidades que se abría frente a quien estaba dispuesto a dar la pelea, esforzarse, superar obstáculos y luchar por alcanzar lo que se proponía. La postergación en función de un objetivo superior hizo que muchos padres consiguieran dos trabajos, para que su hijo pudiera instalarse y estudiar en una ciudad con universidad y alcanzar así lo que ellos nos habían podido tener: un futuro mejor a través de la educación.
El populismo no cree en eso; solo le interesa la educación para generar un vínculo de dependencia. Prefiere usar el sistema escolar como herramienta de adoctrinamiento apelando a viejos recursos del pasado, como libros de texto con contenido político o sesgo ideológico, e incluso “actos escolares” convertidos casi en actos de lealtad partidaria.
Conocimos el año pasado el caso de la profesora militante, gracias al video que grabó un alumno, en una escuela de La Matanza o, en estos días, la viñeta de un conocido dibujante, a partir de la cual la Dirección General de Cultura y Educación bonaerense elaboró un cuadernillo para que los docentes lo impartan a sus alumnos tras el ataque contra la vicepresidenta, Cristina Fernández. Sin dudas, no es por ahí. Tampoco creo que sea el ámbito adecuado. Confío mucho en el valor del debate y la discusión en el hogar.
La educación va de la mano de la libertad y la tolerancia, valores por los que el kirchnerismo tiene desprecio, al igual que sus gremios afines. De ello dan cuenta las medidas de fuerza que ellos imponen o el innecesario feriado nacional del viernes 2 de septiembre, que dejó una vez más a millones de chicos fuera de las aulas, lugar donde deben estar para ejercer su derecho a aprender. Por eso, en la Ciudad de Buenos Aires vamos a recuperar ese día perdido de clases, porque creemos que la educación es una prioridad y un derecho que no se puede manipular.
La tarea de los maestros y los docentes comprometidos con sus alumnos es invalorable. Hoy celebramos y reconocemos precisamente eso. Pero, al mismo tiempo, creo que es una oportunidad para reproponer la concepción sarmientina de la educación pública y gratuita como base del progreso. Es un legado de grandeza que trasciende y se expresa incluso en la valorización del edificio de la escuela, cuya preponderancia y ubicación, muchas veces frente a la plaza principal, al lado de la municipalidad y de la iglesia, inspiró un mensaje claro sobre una visión de la educación y sobre el lugar central que debe ocupar en la vida de la comunidad.
La discusión sobre la calidad educativa forma parte esencial del modelo de un país que brinde oportunidades y premie el esfuerzo. Sigo sosteniendo que el populismo educativo atrasa. Ante los enormes desafíos que tenemos por delante, el Estado debe potenciar la educación para el empleo, para que los chicos y chicas reciban en las aulas las herramientas que les permitan no quedarse afuera del mercado laboral, que está en constante cambio, y elegir lo que quieran ser.
Garantizar la libertad de elegir es un valor fundamental de nuestra convivencia democrática y está en la base de la educación que queremos. Me viene a la memoria la célebre frase de Raúl Alfonsín: “Con la democracia se come, se cura y se educa”. El camino sigue siendo el mismo y me siento comprometido e identificado con quienes, a través de su vocación docente, no dejan de honrar y construir la democracia.
A todos ellos, ¡feliz día!
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