La actualidad política de Woody Allen

En la película Bananas, en el contexto de sucesos hilarantes, el célebre director ilustra la canallada del Leviatán

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Woody Allen
Woody Allen

A través del tiempo aquí y allá aparecen producciones cinematográficas que son calcos de ocurrencias varias. Esto ha sucedido con la quinta producción de Woody Allen en 1971 que ha sido escrita, dirigida y actuada por él. Bananas es básicamente una sátira política pero que lamentablemente refleja lo que tiene lugar en no pocos lares con gobiernos que han perdido el rumbo en cuanto a la protección de los derechos de las personas para en su lugar aniquilarlos. Son sujetos atados a los aparatos estatales que se consideran con las capacidades de dirigir vidas y haciendas ajenas con total desparpajo produciendo todo tipo de iniquidades y, sobre todo, conduciendo a la miseria más horripilante a todos los habitantes excepto siempre a un grupo de cortesanos mientras se mantengan dúctiles a los deseos de los amos circunstanciales instalados en el poder.

Toda la secuencia ocurre en un país que se conoce como San Marcos. Se inicia con el asesinato de un ex presidente que es asediado por periodistas y cámaras televisivas para tomar las últimas e insólitas declaraciones del malherido por las balas opositoras no para liberar a esa nación sino para sojuzgarla aun con mayor vehemencia.

El film muestra la miseria de la población y los caprichos que una y otra vez imponen los mandones de turno que tiene reminiscencias de la dictadura cubana y los permanentes desafíos a la embajada estadounidense con la consiguiente quema de su bandera como señal estúpida de una falsa independencia.

En el contexto de sucesos hilarantes para el público pero dramáticos para los habitantes del lugar al reflejar las inmensas contradicciones y sandeces del gobierno, se ilustra la canallada del Leviatán local con una escena en la que el dictador se dirige a una multitud que convoca forzosamente desde el consabido balcón y les grita a una perpleja audiencia de hispanoparlantes una de las tantas decisiones absurdas: “A partir de mañana el idioma oficial será el sueco.” Esto refleja a las mil maravillas la imbecilidad de megalómanos incrustados en el monopolio de la fuerza.

Esta producción sigue exhibiéndose con éxito lo cual es de esperar que entre risa y risa también despierte la indignación de personas que conservan su dignidad y renuncian a dejarse manejar como corderos.

"Bananas", película de Woody Allen.
"Bananas", película de Woody Allen.

A esta altura del siglo veintiuno es a todas luces inaceptable que existan países que se dejen arrastrar por estos canallas. Es indispensable recapacitar y no permitir estos desquicios por seres que se consideran iluminados pero que a la postre son unos mequetrefes cuya única capacidad es el uso indiscriminado de la violencia. Como escribe Allen en Sin plumas: “Nuestros hombres políticos son incompetentes o son corruptos. Y a veces las dos cosas en el mismo día.” No es que este director de cine adhiera a la tradición de pensamiento liberal pero muchas de sus producciones escritas y en el arte visual constituyen cantos a la necesidad de rebelarse frente a tanto desatino.

Antes de cerrar esta acotada nota periodística reproduzco algunas de las frases más graciosas de Woody Allen con la intención de distraer en algo a los lectores habitualmente ametrallados con noticias cotidianas a cada cual más desagradable, pero antes hago una digresión para aludir a un concepto que se ha dado en denominar “disonancia cognitiva” y que refleja el grave problema de entregarse a las fauces del poder político (que como también se ha dicho debe por lo menos ser rotativo pues “igual que con los pañales, los políticos en funciones deben cambiarse y por las mismas razones”).

Es de interés indagar en los motivos que hacen que personas formadas con determinados valores en los que creen, en la práctica de la vida operan a contramano de aquellos principios. En economía hay un precepto que se denomina “la preferencia revelada”: no importa en qué consistan los discursos y las declamaciones, lo relevante son las acciones que en verdad ponen al descubrimiento los valores que se profesan.

Si una persona dice y repite que lo importante para él es la lectura pero se pasa la vida jugando al tenis, en la práctica, pone de manifiesto que lo prioritario para él es el deporte y no la lectura. Sin duda que también hay que tener en cuenta que pueden sostenerse de buena fe ciertos principios y, en los hechos, se violan debido a que “nadie puede tirar la primera piedra” en el sentido de que todos nos equivocamos. Pero el asunto es la continuidad en el tiempo: si permanentemente se cae en el pantano y no hay esfuerzo alguno para mantener la brújula y subirse a la huella y rectificarse, queda claro el principio que se aplica eclipsa y deglute al declamado. Sin duda que peor que esta situación es olvidarse de los mojones y parámetros de la conducta recta y ni siquiera declamarlos porque, en ese caso, se borra toda esperanza de reencauzar la acción hacia la buena senda.

En esta misma línea de pensamiento, intriga cómo es que muchos estudiantes universitarios que, dados lo tiempos que corren, tienen el raro privilegio de atender clases en las que se exponen las ventajas de la sociedad abierta o quienes han obtenido los beneficios -también poco comunes- de haber recibido esa educación en sus hogares y adhieren a esa forma de convivencia basada en el respeto recíproco, pero, sin embargo, en los avatares de la vida, en la práctica, renuncian a esos valores. Y lo curioso es que no lo hacen porque deliberadamente abandonan ese modo de pensar, al contrario, insisten en suscribir los pilares de la sociedad libre en el contexto de las relaciones sociales pero, nuevamente decimos, en los actos cotidianos ese pensamiento, de tanto amoldarse a las opiniones que prevalecen, se diluye y finalmente es devorado y triturado por los hechos diarios.

La explicación consiste que en numerosos casos, la persona aún manteniendo en las palabras esos principios, percibe que en el mundo que lo rodea las conductas son muy otras y, para sobrevivir, como si se tratara de un instinto inconsciente de supervivencia, aplican los valores opuestos en lugar de hacer frente a los acontecimientos e intentar revertirlos para mejorar la situación.

Internamente se pretende el autoengaño que, para suavizar la tensión subyacente, aparentan mantener los principios en los que racionalmente adhieren pero todos sus dichos y hechos apuntan en la dirección opuesta. Muchas veces de tanto simular terminan creyendo en sociedades autoritarias de diverso grado. Al fin y al cabo, como ha escrito Nathaniel Hawthorne en La letra escarlata “Ningún hombre puede por un período considerable de tiempo usar una cara para él mismo y otra para la multitud sin finalmente confundirse acerca de cuál es la verdadera”.

Independientemente de las concepciones del psicólogo Leon Festinger en otros ámbitos, fue él quien bautizó en 1957 la idea de la referida tensión (aunque aplicada a casos y, en cierto sentido, contextos diferentes a los aquí expuestos) como “disonancia cognitiva”. Un neologismo fértil para explicar el fenómeno a que nos venimos refiriendo. Me llamó la atención sobre este término y el profesional que lo comenzó a utilizar, mi amigo Alberto Mansueti, de la Universidad de San Pablo.

Hay otra situación a la que también aplicamos la antedicha noción de “disonancia cognitiva” y es cuando una persona sostiene que procede convencida de la más alta calidad de un bien pero queda a todas luces patente que su conducta obra por snobismo, show-off, para llamar la atención o simplemente para esconder algún complejo. Es cuando se encandila por precios altos de un bien y está atraída a su compra, no tanto por el contenido de lo que adquiere sino precisamente por el precio especialmente elevado.

Como es sabido, en economía se enseña que cuando el precio aumenta la demanda decrece (según sea su elasticidad). Sin embargo, se sostiene que en el caso comentado no tiene lugar la mencionada ley puesto que cuando el precio se incrementa se incrementa también la cantidad demandada. Esto no es así. Hay un espejismo que se conoce como “la paradoja Giffen” (por Robert Giffen, a quien Alfred Marshall le atribuyó la autoría del concepto). En realidad la ley se mantiene inalterada, lo que ocurre es que aparece un nuevo bien que se superpone al anterior y es el snobismo o sus antes referidos equivalentes que hacen de nuevo producto, para el que al elevarse el precio naturalmente se contrae la demanda.

Nadie declara que procede por snobismo, incluso puede pensarse que no se opera en base a esa tontera pero, en la práctica, la tensión interna hace que tenga lugar el autoconvencimiento de que se compra el bien en cuestión debido a “la calidad superior del mismo”. Dicho sea de paso, esa es, por ejemplo, la razón por la que la botella del vino Petrus se cotice a cinco mil dólares ya que no hay fundamentos enológicos para tal precio en comparación con otros vinos de igual o mejor calidad pero sin el mercadeo y la presentación de aquel (reflexión que para nada se traduce en que el valor deja de ser puramente subjetivo y dependiente de la utilidad marginal). Esto también ocurre con la pintura, la moda y otras manifestaciones públicas de variado tenor y especie pero, de más está decir, esta no es la tendencia prevaleciente en el mercado ya que la gente elige microondas, comida, televisores y demás bienes por su calidad y no por esnobismo (de lo contrario, con suficiente mercadeo y publicidad se podría convencer a la gente que use candelas en lugar de luz eléctrica, carpas en lugar de edificios, monopatines en lugar de automóviles etc).

Otro ejemplo -lamentablemente de gran actualidad por estos días- es el método Ponzi (llamado así por el célebre estafador Carlo Ponzi emigrado a Estados Unidos de Italia en 1903) que se basa en un esquema piramidal en el que se prometen altos rendimientos sustentado en ingresos de nuevos inversionistas engatusados por grandes retornos y no debido a prometidas pero inexistentes colocaciones de fondos tomados de los clientes. Ha habido sonados casos de quienes sospechaban el fraude pero se autoconvencían de supuestos éxitos y habilidades de los tramposos...otra vez, la “disonancia cognitiva” (y no se trata de introducir más regulaciones estatales sino de abrir paso a las auditorías de los “inversionistas” o de los controles societarios si se trata de ejecutivos que operan de ese modo para que los accionistas tengan adecuada información en base a la flexibilidad y los necesarios reflejos libres de la intromisión gubernamental, aparato que debe limitarse a condenar luego del correspondiente proceso a los denunciados, del mismo modo que no se requieren disposiciones especiales para evitar que se vendan pollos en mal estado).

En todo caso, el punto central de estas reflexiones consiste en destacar esos raros y un tanto misteriosos vericuetos internos que apuntan al alivio de tensiones entre posiciones opuestas a través del autoengaño o la “disonancia cognitiva” que conducen a los episodios de Bananas que también fueron ilustrados por otro actor colega: “Los políticos son como los pañales, hay que cambiarlos y por los mismos motivos.”

Vamos finalmente al recreo anunciado al transcribir siete de las humoradas de Woody Allen:

-”La eternidad se hace muy larga, especialmente la última parte”

- “Más que ningún otro tiempo en la historia de la humanidad estamos frente a una encrucijada. Un camino conduce a la desesperación y a la negación de toda esperanza. El otro desemboca en la total extinción. Recemos para tener la suficiente sabiduría al efecto de elegir correctamente”

- “La confianza es lo que se tiene antes de haberse enterado del problema”

- “El sexo es la mejor diversión sin reírse”

- “Uno viviría hasta los cien años si es capaz de renunciar a todo aquello por lo que desearía vivir hasta esa edad”

- “La última vez que penetré en una mujer fue cuando visité la Estatua de la Libertad”

- “Creo firmemente que hay algo allí afuera que trasciende y nos observa, pero lamentablemente es el gobierno”.

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