Economía de la longevidad, el mayor mercado emergente

Se trata de los servicios y productos diseñados para satisfacer las necesidades de las personas mayores de 50 años. Un océano azul de posibilidades no exento de riesgos

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Economía de la longevidad
Economía de la longevidad

El mundo se está transformando, eso es claro, pero según que indicadores tomemos, el grado de transformación adquiere otras magnitudes. Sabemos que el cambio climático es real pero no sabemos de cuánto será en el tiempo: de un grado, de medio o de más. Sabemos que la inteligencia artificial y la robótica está modificando nuestra forma de vivir, pero aun no sabemos hasta dónde llegará esa modificación. Lo mismo ocurre con el futuro laboral de los jóvenes, sabemos que muchos de los futuros empleos aun no se han inventado, así como desconocemos cómo impactará ello en la sociedad y la formación de los futuros trabajadores. Sin embargo, en el caso de la longevidad los datos sobre el grado de cambio son bastantes precisos. Nuestra región es relativamente joven comparada con Norteamérica o Europa donde las personas mayores de 60 años representan el 23% y 26% respectivamente, en nuestros países son el 13%. Sin embargo, la disparidad es uno de nuestros rasgos. Mientras que en Uruguay son cerca del 20%, en Argentina son 15% y en México casi el 10%. Las proyecciones demográficas para el año 2050 nos hablan del 28% para Uruguay, 23,4% Argentina y 25% México. Solo hay que mencionar que Chile estará en casi el 33% y Brasil 30%. Un cambio brutal y desafiante.

Vivir más y más sanos implica mayores oportunidades de buscar actividades que nos hagan mas felices y aumenten nuestro bienestar. También nos obligara a buscar soluciones para aquellas personas que tengan un estado de salud que les obligue a requerir de ayudas, sin obviar por supuesto a aquellas personas en estado de dependencia. Estamos hablando de necesidades que hoy no están satisfechas. En ello va el cuidado y la salud, la adaptación de la vivienda, pensar una planificación urbana diferente, planificar el futuro financiero personal, la utilidad de la telemedicina o el beneficio de hogares inteligentes. También la urgente flexibilización del mercado laboral, el necesario diálogo en torno a la edad de retiro, el cambio de las modalidades de trabajo y por supuesto los beneficios de la experiencia de las personas trabajadoras o no, que viven esta nueva longevidad de manera diferente a todas las generaciones previas.

La economía de la longevidad fue definida por la Unión Europea como las oportunidades que surgen de los servicios y productos diseñados para satisfacer las necesidades de las personas mayores de 50 años. Un océano azul de posibilidades no exento de riesgos.

Analicemos primero algunas de las oportunidades. La economía de la longevidad es según el AgeLab de la Universidad de Harvard, el mayor mercado emergente, el menos estudiado y el menos comprendido. La consultora McKinsey lo considera el tercer mercado global luego de Estados Unidos y China. Al mismo tiempo no es un segmento ni una generación, se trata de un grupo de personas cada vez más numeroso, el más educado y comunicado de la historia de la humanidad donde la diversidad es la regla. Este escenario esta comenzando a modificar desde las técnicas de mercadeo, la gestión corporativa, la comunicación y por supuesto la política pública.

Todo ello explica la efervescencia que se observa en torno a ello, pero también es de donde provienen los mayores riesgos. Uno de ellos es que se lo considere una moda y como toda moda resulte falsamente en algo pasajero, superficial y termine banalizando un fenómeno real y de envergadura. Este factor estimula a que aparezcan expertos de dudosa formación, informar (y no siempre bien) es diferente a saber y conocer de un tema. La visión mercantilista no es algo menor y eso las personas mayores comienzan a verlo, no olvidemos que los mayores son usuarios o clientes muy exigentes.

Estos riesgos de los que hablamos tienen un trasfondo que aún es más grave: la subestimación de la persona mayor. La mala forma de comunicarse con este grupo de personas se traduce en mensajes y una narrativa irresponsable y dañina. No todos son abuelos, la vejez no es enfermedad y no son clase pasiva, entre otros y solo por mencionar algunos de los etiquetamientos más utilizados.

Otro riesgo que se percibe y error habitual es aplicar modelos que no representan la realidad de países como Argentina, México o el resto de la región. Las personas mayores tienen diferentes necesidades en América Latina respecto de las norteamericanas o las europeas. No solo necesidades y gustos sino respaldos sociales y económicos. Por ello es necesario preguntar, escuchar, analizar y luego entonces implementar – siempre con la participación del adulto mayor – la iniciativa o el mecanismo que se desee implementar. Valga como ejemplo el Consejo Distrital de Sabios de Bogotá, que más allá de su nombre tienen representación en todo el territorio de Colombia; un mecanismo de contralor de las personas mayores que con voz, pero sin voto son considerados por todos los niveles de gobierno en cuanto a la toma de decisión que involucre a este grupo de la sociedad. Es aquí donde vale recordar al escritor norteamericano Stewart Stafford que dijo “Aquellos a quienes subestimamos en la vida a menudo pueden servir como guías para nuestra falta de visión”. No subestimemos a las personas mayores, tienen mucho por enseñarnos. En especial cuando se trata del mercado de nuestro futuro, el mercado de la nueva longevidad.

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