El intento de dispararle en la cara a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner ocurrido el jueves pasado en Recoleta cambió la historia de la violencia política en Argentina porque forzó un cambio de paradigma. Los argentinos amamos las cosas claras y los clichés. Cualquier cosa que no sea ese cliché es un problema: nuestros demonios tienen que ser culturalmente claros y absolutos. Fernando Sabag Montiel, por ejemplo, llevaba en su codo y en su mano derecha con tatuajes de símbolos nórdicos -el Mjöllnir, el martillo de Thor, el Sonnenrad, o sol negro-, clichés esotéricos del neonazismo moderno. Por ende, el tirador que intentó matar a Cristina debía ser un nazi.
Pero “Tedi”, su viejo apodo, no corría con las bandas de skinheads que aún existen en la zona norte del conurbano o en ciertos puntos de Capital Federal. Quienes lo conocieron durante años y dialogaron con Infobae jamás le escucharon una sola cosa nazi salir de su boca. “Tedi”, era errático, inestable, mutante, capaz de decir cosas perturbadoras de la nada. “Podía ser cualquier cosa”, dice un viejo conocido, “pero siempre fue un freak”. Fue fanático del death metal y el nü metal, skater, músico sin banda y con equipos de miles de dólares, luego un evangélico ferviente, pelo largo con trenzas, después pelo corto con jopo. Su cuenta de Facebook registraba un interés en organizaciones esotéricas, logias masónicas y rosacruces -cosas muy alejadas de los nazis-, lo mismo la brujería Wicca, con una serie de adeptas y adeptos en Buenos Aires. También posteaba estados con guarangadas. Su bio de Instagram decía simplemente: “cristiano”.
Y este joven de 35 años, que no encaja en ningún manual, fue y le gatilló en la cara a la vicepresidenta de la Nación. No un comando ultrafascista de ex militares o policías, no una milicia armada perdida en las sierras, tampoco una amenaza extranjera: un vendedor de algodón de azúcar de San Martín con una pistola vieja y un teléfono.
El hecho es insólito. Pero la amenaza no es nueva. En los últimos seis meses, Infobae encontró y relató varios casos similares a lo largo del país, desde el Conurbano hasta Santiago del Estero, allanados por la Unidad de Investigación Antiterrorista de la Policía Federal -que depende de la Superintendencia de Investigaciones Federales-, la misma que allanó originalmente a Sabag Montiel.
Son tratados, precisamente, como presuntos terroristas.
Tienen características en común. Apenas superan los 25 años. Todos reivindican, en su forma, a ciertos aspectos del nazismo y al extremismo de la ultraderecha, evocan a masacres en Estados Unidos. Hablan de salir a matar, marcados por la soledad y la alienación. Se encuentran en Internet. Y caen por chatear. El FBI los denuncia con frecuencia, un dato que llega a las autoridades argentinas. Les derriban la puerta con arietes. Caen no en cuevas nazis, sino en las casas de sus papás, con literatura prohibida y armas pesadas, con puñales y manoplas.
Hasta ahora, todos estos casos están separados entre sí. Sin embargo, la UFECI, el ala de la Procuración que investiga delitos cibernéticos a cargo del fiscal Horacio Azzolín, que participó en muchas de estas causas, investiga el fenómeno y busca conexiones: si existe un cruce de datos, más allá de coincidencias estéticas, entonces se formará una causa general. “Innegablemente, algo pasa. Hay algo muy curioso, mezclan el neonazismo con la Generación del Cristal. Es un fenómeno que conocemos e investigamos”, dice una alta fuente en la Justicia federal.
Las motivaciones de “Tedi” y su novia, Brenda Uliarte, por qué lo hicieron, es la pregunta del millón de dólares en Comodoro Py. Hay especulaciones. Uliarte participó de la violenta protesta del 18 de agosto último frente a la Casa Rosada, con el grupo Revolución Federal -conocido por escraches a políticos- que encendió antorchas en Plaza de Mayo, pero también lo hicieron decenas de personas más. El grupo luego se distanció de Sabag y Uliarte.
Hay presuntos casos de terrorismo mucho más claros. El de P.N.C, de 23 años, arrestado por la Federal en la casa de sus padres en Escobar, es notable por la violencia en su retórica.
P.N.C no era un skin nazi de aviadora y borcegos: tenía la mitad del pelo color rojo y un corte emo, un post-adolescente desgarbado. En su cuenta de Facebook, se hacía llamar “Asesino Deprimido”. Desde allí, mantenía conversaciones con otros usuarios en las que se mostraba “dispuesto a sacrificarse por una causa, purificar al mundo y hacer justicia en contra de la sociedad”, aseguran fuentes del caso. Reivindicaba un episodio terrible en la historia: la masacre de Columbine, cometida en 1999 en Colorado, con 12 víctimas acribilladas.
El dato que llevó a su arresto provino del FBI. En abril de 2021, el Federal Bureau of Investigations detectó una serie de chats entre diferentes usuarios de la red social. Uno de ellos, “DrakunubzDemonincel”, mantenía conversaciones sobre realizar una masacre. Su alias es perturbador. “Incel” es un termino para designar a aquellos jóvenes involuntariamente célibes, un término asociado a discursos de misoginia extrema.
“DemonIncel” tenía un contacto con dirección IP en Argentina, que: se hacía llamar “Depressed Killer”, en español, “Asesino Deprimido”. Los intercambios contenían una clara tendencia hacia actos violentos, con pensamientos xenófobos, antisociales y extremistas. Le encontraron una nueve milímetros y una horca, también un altar a los autores de la masacre de Columbine.
En el lugar se abrió su teléfono. Se buscó el término “masacre” en el aparato, con la pantalla rajada. El término apareció en un diálogo de WhatsApp con un joven agendado como “Andrés”, que usaba como foto de perfil la imagen de Travis Bickle, el alienado taxista de Taxi Driver, interpretado por Robert de Niro.
La charla era guiada por Andrés. P.N.C básicamente asentía, acompañaba en el sentimiento. Hablaba de “incels” y de “gente marginada al extremo como nosotros”.
“Si en Venezuela hubieran tiendas de armas y me sacara un permiso para poder usar una, cometería una masacre y luego me suicidaría”, dice Andrés.
El joven de Escobar le responde: “Yo igual”.
Luego, se supo que P.N.C tenía antecedentes psiquiátricos, con una internación en su historia.
B.J, de 19 años, también fue reportado por el FBI. Lo encontraron en la casa de su familia en Grand Bourg. Tenía una forma inequívoca de presentarse en Instagram. “Por la esvástica, por la civilización”, escribía en sus redes, mientras reivindicaba a Hitler y a las quemas nazi de libros, mensajes que leían unos pocos seguidores. Lo hacía, literalmente, con su nombre y apellido. Luego, escribía un poco más. El foro 4Chan, un lugar constante para mensajes de odio, era un punto frecuente para su retórica: “Estoy cansado de ver homosexuales, transexuales, pedófilos y todo tipo de mierda”, dijo una vez. Luego, prometió acción: “Si, voy a volar una gasolinera y luego ir a un banco”, continuó.
El 23 de septiembre último, B.J continuó: “Voy a comprar la maldita máscara y hacer esa mierda, yo ya tengo el arma, te juro que no estoy mintiendo... No quiero lastimar a personas inocentes, pero necesito los números ¿entiendes? Necesito muertes para que la noticia sea grande, Dios me perdone por la gente inocente, pero ya no soporto vivir en este maldito mundo”.
De cara a esa promesa, se lo llevaron preso. Tenía una pistola y una bandera con la Cruz de Hierro.
J., del un joven de 25 años del Barrio Vinalar de Santiago del Estero, también fue denunciado por el FBI por anunciar su propia masacre. “Estoy a punto de estallar y hacer la de Brenton Tarrant y después ser matado por la policía. Ahí es cuando fui radicalizado para elegir la violencia …. Eso ayuda mucho. Lo que hizo Brenton en Nueva Zelanda salvó mi vida. Y estoy orgulloso de eso. Me hizo darme cuenta de que no todo está perdido”. aseguró en un mensaje en un chat privado interceptado.
La reivindicación era obvia: Brenton Tarrant es un terrorista australiano condenado a prisión perpetua que atacó dos mezquitas en Christchurch en Nueva Zelanda el 15 de marzo de 2019, con 51 muertos y 50 heridos.
Así, fueron por él. Encontraron varias municiones y casquillos, sin armas, así como su celular y su computadora. También se llevaron su consola Xbox. Su habitación estaba cubierta con graffitis, con nombres de bandas del estilo nu metal como Slipknot o Korn. “STALK”, decía sobre el placard. “Acosar”, literalmente.
“FUCK ISLAM”, escribió sobre su cama, entre símbolos de la alt-right americana. Sin embargo, el metal pesado estaba en Tucumán.
En abril de 2021, dos jóvenes de 21 años fueron arrestados en San Miguel de Tucumán por una situación idéntica, un expediente de la Fiscalía Federal N°2 que había sido iniciado tras una denuncia de la DAIA. Según fuentes del expediente, “los imputados utilizaban los servicios de mensajería WhatsApp y Telegram para planear actos de agresión y amedrentamiento contra personas e instituciones de la comunidad judía”.
Tal como los otros, cayeron en casa de sus padres. Al ser encontrados por la PFA, sus fotos revelaron que eran poco más que adolescentes, chicos con el pelo revuelto y los ojos vidriosos que citaban al teórico Julius Evola, un número puesto del neofascismo. Les secuestraron una decena de armas de fuego cortas y largas, municiones, numerosas armas blancas y punzantes de todo tamaño y de diseños inusuales, algunas de las cuales ya habían sido identificadas en fotografías en redes sociales.
También incautaron literatura nazi como “El Mito del Siglo XX” de Alfred Rosenberg, un texto de doctrina nacionalsocialista clásico, publicada por la editorial Odal, proscripta en la dictadura, con sus páginas amarillentas. No es un libro que tenga cualquiera, no es como las ediciones de “Mein Kampf” que se vendían por la calle en kioskos quince años atrás. Conlleva cierta carga. Hitler lo consideraba doctrina esencial de su partido, una matriz del pensamiento racista y la eugenesia.
Estos chicos, no muy distintos a “Tedi”, o a “Asesino Deprimido”, o a todos los demás, prometían salir a matar durante el Shabat.
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