Afortunadamente, despertó muchos anticuerpos la línea de trabajo que comunicó el Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires para abordar en las aulas el atentado contra la Vicepresidente de la Nación, Cristina Fernández.
¿Está mal que la escuela tome hechos notables de la coyuntura como herramienta para su tarea formativa? No solo no está mal, es lo que debe hacer. Las noticias serán la excusa para despertar dinámicas que promuevan el pensamiento crítico, el material sobre el que se apoyará la construcción de ciudadanía y madurarán valores.
Entonces, ¿por qué genera dudas el último pronunciamiento del Ministerio bonaerense y la invitación a los docentes para que no pierdan la oportunidad de convertir en contenidos de aprendizaje la realidad que cotidianamente nos interpela?
Porque con esa vocación convive el kichnerismo en acción, expresado sin pudor por personajes que desde hace mucho tiempo vienen bregando por una lectura única y manipulada de la vida y la historia. Ctera siembra en las aulas lo mismo que Victoria Donda, Axel Kicillof y Pablo Moyano expresan en la esfera pública. Unos, escrachando con nombre y apellido a periodistas críticos; otros, señalando al fiscal Diego Luciani como instigador de lo que luego perpetró Sabag Montiel o proponiendo leyes para controlar “la dirigencia política y judicial que hace del odio su política”.
Sin embargo, aunque estas palabras y las intenciones que las inspiran sean un contenido gravísimo, se dirigen mayoritariamente a un público adulto y se difunden a la vista y oídos de todos. Los que las pronuncian ejercen su libertad de expresión, se someten al juicio de la opinión pública y, eventualmente, a las consecuencias legales de sus dichos. Los anticuerpos de los que hablaba al comienzo de esta nota se despiertan por otra cosa, por la acción oculta y asimétrica que ejerce sobre los alumnos. Chicos a los cuales el populismo nunca les honró el derecho de aprender pero los necesita para sobrevivir partidariamente. Por eso los explota como audiencia cautiva para cometer un acto aberrante: el adoctrinamiento. El adoctrinamiento no es un profesor emitiendo una opinión, aunque esta nos parezca errónea o perjudicial. Se trata de un discurso estructurado en palabras, símbolos y costumbres; sistemático y sostenido en el tiempo.
Por tanto, este eje que se pone en marcha desde el lunes 5 de septiembre no es excepcional. Ctera y sus organizaciones de base producen permanentemente material de aulas para que los docentes adeptos lleven a los cursos, cuando no lo elabora la misma Dirección General de Cultura y Educación, como hizo para interpretar el 24 de Marzo y el 2 de Abril. Tal vez, el tristemente más conocido de ellos sea el cuadernillo en el cual se aseguraba que Santiago Maldonado había sido desaparecido por la Gendarmería.
Lejos de lo que se declama, en esas “clases” no se realza el valor de la vida ni la convivencia democrática. Se impugna cualquier mirada disidente asociándola a los horrores de nuestra historia y se vinculan las gestiones de los gobiernos democráticos no kirchneristas con los de facto. A la vez, el brazo educativo kirchnerista se apropia de valores y logros colectivos y manipula su interpretación, utilizándolos para intentar captar voluntades y demonizar a todos los opositores, a las voces críticas y a las instancias judiciales que contrapesan el poder.
La Secretaria de Cultura y Educación de Suteba consideró: “El atentado contra la Vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner, intenta ubicarnos en la desesperanza, pero también en la proscripción de la voluntad popular. Es parte de una estrategia que tiene la derecha a nivel mundial, los sectores más concentrados del poder económico, las oligarquías locales y las trasnacionales, la utilización del poder mediático y judicial como herramienta para vulnerar la voluntad popular”.
Alberto Sileoni, Ministro de Educación bonaerense, coincide con esa lectura y con la maniobra extorsiva que puso de manifiesto el senador formoseño José Mayans al plantear el intercambio de paz social por impunidad; fue uno de los soldados que oportunamente posteó: “Macri impune, Cristina Kirchner perseguida. Cuidado. Hay límites. Habrá millones en la calle. #TodosConCristina”.
Más tarde, aseguró que “en una sociedad con un sistema de Justicia que no ofrece confianza ni legitimidad, la escuela pública seguirá siendo el sitio donde enseñar y aprender los valores de la democracia, de la igualdad ante la ley, de la paz y del respeto hacia los otros y otras”.
Suteba comunicó oficialmente que “los discursos de odio de la oposición, del PRO, de las corporaciones mediáticas, del partido judicial, generan violencia e instigan a hechos delictivos”. Su Secretaria Gremial confesó la fórmula: “Como docentes, debemos explicar en cada aula el significado de este hecho gravísimo, y adónde apuntaron”.
Ctera/Suteba y el Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires no son, en realidad, entes diferentes, pese a la clarísima distancia de sus fines específicos. El gobierno de Kicillof tercerizó la gestión en la agrupación de origen sindical entregando el timón y los cargos ejecutivos de la gestión educativa. Tanto es así que la dependencia política se exhibe sin descaro. No solo se permite que los materiales partidarios lleguen sin filtro a los estudiantes, también se presiona a los directivos de escuelas para que los chicos participen de actividades en sedes sindicales, algo que vimos, por ejemplo, en La Matanza, en ocasión de un supuesto taller sobre derechos humanos.
Formatear la subjetividad de los alumnos interponiendo prejuicios ideológicos, reducción histórica, anacronismo y sesgos partidarios, además de ser una canallada, viola la Ley Nacional de Educación. Entre sus primeros objetivos está profundizar el ejercicio de la ciudadanía democrática, respetar los derechos humanos y libertades fundamentales. Uno de esos derechos y libertades innegociables es el derecho a la educación, y el adoctrinamiento lo tala de raíz. No hay nada más eficiente para enfrentar a los discursos del odio que una sólida formación ciudadana robustecida por una buena educación.
El kirchnerismo habla de los discursos que engendran violencia al mismo tiempo que dispone todo el sistema de gestión estatal de educación -en él no debemos dejar de contar a los institutos de formación docente- para enseñar, esencialmente, a odiar. Se llenan la boca con la inclusión mientras preparan a las nuevas generaciones, sistemática y coordinadamente, para cancelar a todo aquel que piense distinto. La sociedad que promueven no es una que aproveche la riqueza de la diversidad, sino una con pensamiento uniforme. El disidente es el portador de todos los males y responsable de las desgracias. De ningún modo me refiero a todo el cuerpo docente, sino a quienes disfrazan en ese rol su función militante y sectorial. Son muchos, incluso, los maestros padecen presiones cotidianas y sufren consecuencias por negarse a participar de estas acciones.
El populismo confunde la responsabilidad de la gestión con la propiedad de las áreas del Estado. Del mismo modo, considera suyas las escuelas, la determinación del sentido de los hechos y el futuro de los chicos.
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