La Argentina padece desde hace décadas problemas recurrentes que derivan en graves crisis económicas y sociales: inflación, pobreza, inseguridad e inestabilidad constante de su economía, por solo mencionar algunos de ellos. A esta situación se le ha sumado en estos días un hecho de indudable gravedad institucional como es el intento de asesinato de la Vicepresidenta de la Nación, que ha merecido el repudio de un amplio espectro de la sociedad argentina como así también del ámbito internacional.
La declaración conjunta de la Mesa Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, del Instituto Diálogo Interreligioso y del Centro Islámico, el documento “En defensa de la Democracia”, suscripto por 110 organizaciones representativas de la sociedad civil, y el pronunciamiento que, por medio de la Red de Acción Política (RAP), suscriben 190 dirigentes de distintas fuerzas políticas y de todas la provincias en contra de la violencia y en defensa de la democracia nos remiten al Diálogo Argentino. Fue un proceso nacido en diciembre de 2001 como una instancia tripartita entre el Gobierno Nacional, la Iglesia Católica y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, que luego se extendió a otros credos, a organizaciones de la sociedad civil y a un gran número de dirigentes políticos, empresariales y sociales.
En tiempos de enorme complejidad y angustia colectiva, en el marco de una grave crisis política, económica y social, esa iniciativa brindó un ámbito para el ejercicio del diálogo entre actores con muy diversos niveles de representatividad e intereses y se plasmó como instrumento de generación de consensos básicos para contener la crítica situación por la que atravesaba el país. Hubo valores compartidos -confianza, credibilidad, solidaridad e identidad nacional-, también hubo liderazgo, metodología y participación que facilitaron el desarrollo de programas para el bien común y objetivos a mediano y largo plazo. Aquel proceso de diálogo, tan exitoso en sus comienzos, no supo sostenerse. Pero dejó una lección que ojalá hayamos aprendido: el diálogo es crucial para la pacificación frente a la crisis y los riesgos de anomia y disolución social que esta genera. En el 2002, cuando se inició el Diálogo Argentino, germinó una “marca registrada”, que tenía como mensaje la búsqueda de compromiso, de identidad y de unidad: “El diálogo somos todos”. Hoy el primer consenso que debe emerger, aun cuando se pueda disentir sobre las causas que la originaron, es el reconocimiento de una crisis profunda, que se extiende a todos los planos de la vida en común de los argentinos y nos pone al borde del naufragio.
La salida es posible. Podemos unir pasado y futuro en un presente esperanzado: al diálogo debemos sumarle acuerdos y asumir el compromiso de llevarlos adelante. Las cosas que se decidan después deben pasar para lo cual es imprescindible contar con líderes integradores, ideas portadoras de futuro y experiencias innovadoras.
Estas premisas reclaman creatividad, unidad en las diferencias y visión estratégica. Sin embargo, todo parece indicar que la sensibilidad política está embotada y, a pesar de que hay un despliegue de actividad incesante esta no sería más que una continuidad de simulacros, vértigo alrededor del vacío. ¿Es que no podemos erradicar esa visión cuantitativa del poder que no es más que miserabilidad ética que nos impide hacer florecer la imaginación para alcanzar un desarrollo sustentable? ¿Es que no aprendemos a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre el mundo y sobre nuevas formas de acción que doten al poder de la calidad -no cantidad- necesaria para concretar proyectos de vida colectiva? ¿Es que no vemos que estas carencias han generado una pobre agenda política donde aquello que la gente reclama está, una vez más, ausente?
Los porcentajes de intención de voto de cada aspirante a gobernar son magros y amplios sectores se plantean su voto más como rechazo a otro candidato que como adhesión a las propuestas del que elegirían por descarte. Esto indica que no hay líderes que puedan aglutinar a la mayoría de las voluntades. Más que nunca necesitamos un acuerdo político que garantice la gobernabilidad futura. Volver a los objetivos que se planteó el Diálogo Argentino: reconstruir la paz social, garantizar la plena vigencia de los derechos, crear un modelo de crecimiento económico equilibrado y armónico, garantizar la sustentabilidad democrática. Y poder decir: “El acuerdo somos todos”.
Rescatando aquel proceso de diálogo, en 2020 y 2021, en plena crisis por la pandemia, junto a organizaciones académicas y de la sociedad civil participamos de las “Jornadas para que el Día Después seamos Mejores”, que reunieron a 200 personalidades y generaron reflexiones profundas y acuerdos que muchos olvidaron al calor de las campañas electorales de 2021, nuevamente dominadas por la polarización y la grieta.
Seguimos insistiendo. Integramos LadoAR, un espacio que, desde la diversidad, trata de aunar ideas, proyectos, consensos y acción. Porque sólo podremos estar mejor cuando se ensamble discurso público y acción sin mezquindades, sin hipocresías, sin manipulaciones y sin concesiones. Sólo entonces veremos renacer la ilusión. Cuando todos reconozcamos nuestra vida en la vida del otro.
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