La semana que terminó ayer en Roma, entre muchas cosas, nos deja dos regalos: un santo argentino y un cardenal muy joven. Por otra parte, sabemos que el Consistorio dio, da y dará para que los católicos reflexionemos en forma extensa sobre los más diversos temas de la Iglesia Católica. Para que valoremos nuestra acción teniendo en consideración la terapéutica aplicada por el gobierno de la Iglesia para sí misma. Asumamos y tratemos nuestras enfermedades como el “cuerpo vivo” de la Curia Romana está tratando las suyas. Con perdón, misericordia, caridad, amor y discernimiento.
Lo pequeño es hermoso
Nos ocupamos en notas anteriores de enunciar los grandes temas de las reuniones de Cardenales para conversar sobre la Constitución Apostólica “Pastor Bonus” y de la metodología de transformación que estamos viviendo. Hoy queremos referirnos puntualmente a dos temas aparentemente menores pero que no lo son: la aprobación para la canonización del enfermero del Sur argentino, llamado “el médico de los pobres”, y el de la designación de un cardenal re-joven.
Quién fue el Beato ítalo-argentino Artémides Zatti
Fue un ciudadano argentino. Un hermano salesiano. Un sanador extraordinario. Entre los “milagros” que Artímides realizó fue demostrada de manera contundente la curación de un individuo con un “ictus isquémico irreversible” agravado por una fuerte hemorragia que había sido desahuciado por los neurólogos y médicos clínicos que lo examinaron. Le dijeron a la familia del paciente “llévenlo a su casa porque se muere”. Una familia muy creyente, un hermano salesiano que conocía el poder sanador de Artímides Zatti, como él discípulo de Don Bosco, rodeando al filipino rezaron con gran fe por la intercesión ante el Señor del Beato Artemides Zatti y a los pocos días el enfermo milagrosamente se recuperó.
Fue hijo de una familia que del norte de Italia emigró a la Argentina y se radicó en Viedma, Provincia de Río Negro. Siendo un joven de 20 años ingresó por una fuerte vocación en la familia saleciana en Bahía grande. Una grave congestión pulmonar ocasionada por la tuberculosis que contrajo cuidando a un sacerdote le impidió participar de la ceremonia de graduación y recibir el hábito sacerdotal. Trasladado, por esa circunstancia al hospital de Viedma Artémides aceptó su enfermedad y se puso en manos de la Virgen María Auxiliadora. El capellán del establecimiento y su superior le dijo: “Si Ella te cura, te invito a que te dediques durante toda tu vida a estos enfermos”. Artémides creyó en el auxilio de María, prometió dedicarse a los enfermos, se curó y cumplió con su promesa aceptando renunciar al sacerdocio. Se consagró a los enfermos, al mantenimiento y administración del Hospital. Se ha dicho que “la mejor medicina que suministraba era él mismo con su actitud, las bromas, la alegría, el cariño. No solo quería administrar medicamentos, sino ayudar a los pacientes a ver en su situación un signo de la voluntad de Dios”.
“Su deber es llamarme y mi deber es acudir”
Su servicio en el hospital trascendió y se supo de sus condiciones extraordinarias en la ciudad, entonces frente a las necesidades extremas a cualquier hora lo llamaban y el concurría en bicicleta para asistir a los enfermos. Dicen sus biógrafos que “su fama de enfermero santo” se propagó por los confines del Sur del territorio más austral del mundo y le llegaban pacientes de toda la Patagonia. Se repetía a diario que los pobres hombres que no podían levantarse de la cama reclamaran su presencia y cuando Arístides llegaba en la madrugada se disculparan por haberlo mandado a llamar desde tan lejos y a esas horas y él respondía con entusiasmo: “¡Su deber es llamarme y mi deber es acudir!”
Artémides amaba a sus enfermos. Veía en ellos al mismo Jesús, hasta el punto de que cuando pedía a las hermanas ropa para un muchacho recién llegado les decía: “Hermana, ¿tiene ropa para un Jesús de 12 años?” Siendo mayor estudia en la ciudad de La Plata y regresa para proseguir con su misión. Cuando falleció, el 15 de marzo de 1951, eran incontables los enfermos que Artémides había sanado. Francisco aprobó -al cabo de un largo trámite -que se lo nombre “santo”.
¿Quién es el nuevo cardenal tan joven?
Giorgio Marengo es un sacerdote nacido en el Piamonte, al norte de Roma hace 48 años. La semana pasada este misionero de Mongolia recibió el capello rojo de manos del Papa Francisco y se convirtió, en ese acto en el cardenal más joven del mundo actual. Es misionero de la Consolata, Prefecto apostólico de Ulán Bator, en Mongolia, fue Consejero regional para Asia, Superior de la provincia de Mongolia a donde llegó para misionar en el 2003.
“Susurrando el Evangelio”
Según el Padre Giorgio explica su vocación lo llevó a misionar en Asia y se dejó llevar por la voluntad del Señor. La obediencia religiosa -dice -me ha traído hasta Mongolia, por lo que la espiritualidad y el estilo misionero de mi antecesor, el beato José Allamano, así como la praxis vital de los misioneros y las misioneras de la Consolata le indicaron el camino que transita en esta tierra. Hoy amo esta tierra y dice que para él Mongolia es la “tierra prometida” que lo esperaba para que es el lugar que Dios eligió para convertirlo y ser fiel a su Reino. En Mongolia, vivimos -agrega -en un ambiente muy similar al de las primeras comunidades cristianas descritas en los “hechos de los apóstoles”. El hecho de que el Papa Francisco haya mirado este rincón del mundo tan lejano de las estepas, donde la Iglesia lleva 30 años de evangelización, significa mucho, significa que está dándole una gran importancia a las misiones, a la propia Orden de La Consolata y a la periferia del Asia, integrando el mundo católico… Quizá con esto sea más conocida la realidad de los misioneros y misioneras de la Consolata. Aquí en Asia la realidad de nuestro instituto es pequeña. Los sacerdotes están presentes en Mongolia, Corea y Taiwán y las religiosas, además de en Mongolia donde tenemos mucho contacto y colaboración, están presentes en otros países de Asia central como Kazajistán y Kirguistán. Ciertamente, nuestra identidad es precisamente la de estar al servicio del evangelio allí donde la Iglesia aún no tiene los recursos y las personas suficientes para poderlo anunciarlo, por lo tanto, servir a la misión ‘ad gentes’ con todo lo que ello implica.
El Padre Giorgio, hoy Cardenal publicó un libro en especial dirigido a la juventud donde vuelca sus experiencias y sus enseñanzas cuyo título es toda una invitación al gran desafío de la evangelización: ‘Susurrando el Evangelio en el país del eterno cielo azul’.