Señora jueza, yo soy culpable del intento de asesinato a Cristina Kirchner

El intento de magnicidio contra la Vicepresidenta obliga a replantear el rol de los políticos, los factores de poder, los medios y los periodistas. Hasta ahora todos señalan enfrente y con el dedo. Pero nadie se hace responsable.

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La pistola Bersa que usó
La pistola Bersa que usó el agresor de Cristina Kirchner

Mi primer recuerdo personal histórico es del día que murió Perón. Mi abuelo peronista (el otro era radical) me vino a buscar antes de hora al jardín. No recuerdo qué dijo pero sí que fue la primera y única vez que lo vi llorar como un chico. Mucho más acá en el tiempo recuerdo haber cerrado las piernas —literal— el día que cayeron las torres gemelas. Estaban por entrar en la semana 40 de mi primer embarazo y claramente tuve miedo de parir rodeada de tanta sangre y desconcierto. El susto fue tal que Teo nació recién 12 días después.

El jueves estaba con un amigo cenando en San Isidro cuando mi teléfono estalló de mensajes de Whatsapp contándome o preguntándome qué sabía sobre el intento de asesinato a Cristina Fernandez de Kirchner. Cada ser y cada alma son únicas. A esta altura, yo conozco bastante la mía. Y no tengo dudas que, por mi obsesiva compulsión a hacer análisis contrafáctico de cada hecho histórico, (en este caso qué sería de nuestro país hoy si la bala hubiera salido de esa pistola Bersa) el intento de magnicidio contra CFK marcará un antes y un después en mi vida personal, pero, sobre todo, en la profesional.

A 48 horas del fallido atentado contra la vicepresidenta, mientras la Justicia investiga y la política intenta dar muestras de madurez repudiando al unísono (con puntuales excepciones), yo quiero alzar mi voz para decir —a contramano de todos quienes se pronunciaron públicamente hasta ahora— que además de repudiar el hecho yo sí me declaro culpable, yo sí me siento partícipe necesaria de este intento de femicidio, que yo sí soy responsable de haber potenciado y sido caja de resonancia de una grieta que terminó haciendo irrespirable el clima social de nuestro país y que generó el caldo de cultivo para que uno o varios locos creyeran que matando a Cristina se convertía en héroes ante una parte de la sociedad.

Los lobos solitarios no existen. La locura personal y colectiva también se potencia. No voy a hablar por los demás porque no me corresponde. Hablo por mí. Por lo que soy y por lo que siento.

Por eso también pido perdón. Primero a Cristina, la víctima. Porque como dijo Baby Etchecopar “hoy todos somos Cristina”. Después a su familia. Pero también le pido perdón a mis hijos y a la sociedad. Porque estoy segura que, de mínima, no hice todo lo necesario desde mi lugar para contribuir a un país mejor. O porque si alguna vez lo intenté claramente fallé.

Mi lugar no es menor. En un mundo donde los medios y los periodistas gracias al potencial dado por las redes sociales y la interconectividad, dejamos de ser el cuarto poder para medirnos y competir palmo a palmo con “el” poder, está claro que nuestro grado de influencia en la cabeza de cualquier desprevenido es mayúscula. Por algo las marcas nos buscan para promocionar sus productos igual o más que a los artistas.

Por eso hoy y en estas líneas me comprometo ante ustedes a ser más empática con quienes no piensan como yo, a trasmitir mis ideas con más amorosidad, a tratar de priorizar los puntos en común por sobre las desavenencias, a volver a la senda del principio constitucional por el cual nadie es culpable hasta que la justicia lo dictamine, a evitar palabras y conceptos que generan odio y rechazo en quienes no piensan igual a mí. Porque la violencia no sólo es fáctica, el útero de la violencia son las palabras. La violencia nace en la mente y se disemina por la boca.

El potencial de la violencia está en cada uno de nosotros. Y la única manera de neutralizarla es siendo cada día más humanos.

Amén.

Cristian Ritondo, durante su anuncio
Cristian Ritondo, durante su anuncio del abandono de la sesión del sábado

Conmoción personal y política

Aunque la bala de la pistola Bersa —gracias a Dios o por suerte— no llegó a destino, igual impactó de manera insoslayable en la realidad política del país. Conmoción y perplejidad fue lo que reinó y sigue reinando en la política argentina. El vaso se puede ver medio lleno o medio vacío.

Para rescatar, el reflejo de la mayoría de la clase dirigente que repudiaron de manera personal a través de las redes sociales e institucional en el Congreso el atentado sin titubeos en la misma noche del jueves.

Para pensar, que la grieta haya corroído hasta los gestos más personales de empatía, del deber ser y del buen gusto: Cristina Fernandez recibió el llamado del Papa Francisco y de Lula, pero sólo tres dirigentes de la oposición se animaron a dejarle un mensaje personal de solidaridad a través de su secretario. Al Télegram de Máximo Kirchner, que conocen mucho más opositores de lo que parece, sólo escribieron para solidarizarse dos diputados de la oposición.

El resto fue, hasta anoche, un abrumador silencio.

El dato no es menor. Porque si bien CFK, tal como declaró ante la jueza Capuchetti, no se dio cuenta en el momento que habían intentado dispararle, cuando tomó conciencia y vio las imágenes se conmovió hasta lo más profundo.

El primer impulso fue llamar a sus hijos. Máximo llegó enseguida. Florencia se quedó en su casa con su hija Helena (la luz de los ojos de Cristina) pero su madre mandó amigos de la familia para que la acompañaran.

Esa noche el departamento de Juncal y Uruguay fue un torbellino que no cesó hasta bien entrada la madrugada. La primera decisión que se tomó fue por impulso del hijo: suspender el acto del sábado en Merlo. Había que bajar la crispación pero también replantear la seguridad de la vicepresidenta. Máximo, Wado de Pedro y el Cuervo Larroque ya estaban ahí. Pasada la medianoche llegó Axel Kicillof.

En la misma línea fue que Máximo ayer faltó a la sesión especial del Congreso. La mañana del atentado había dado un reportaje. Cuando le preguntaron por la posibilidad de que su madre volviera a postularse como Presidenta, él se acordó de la charla con su padre dos meses antes de morir. Está claro que el diputado es un dirigente político. Tan claro como que nadie puede reprocharle que en estas circunstancias actúe y sienta como hijo y se preserve por responsabilidad.

Más allá del ruido inicial con el correr de las horas ya empiezan a delinearse algunas certezas. Un peronismo que hoy más que nunca tiene una líder indiscutida a quien casi convierten en mártir, un presidente que se limita cada vez más a lo protocolar y que cuando decide se equivoca (feriado del viernes), un ministro plenipotenciario que empieza mañana una peregrinación de casi 10 días sin saber aún si llegará o no a la Meca y una oposición que lo único que le queda de Juntos es el nombre porque cada vez se divide más entre sensatos, extorsionados y fronterizos.

Patricia Bullrich volvió a tensar
Patricia Bullrich volvió a tensar la cuerda después del intento de asesinato a Cristina Kirchner

La insólita decisión del bloque PRO con Cristian Ritondo y María Eugenia Vidal a la cabeza de levantarse del recinto para “evitar escuchar” (no importa qué o porqué ya el solo hecho de alegar no querer escuchar es patológico) dejó más enojados a sus compañeros de bancada que al oficialismo.

Pero lo peor es que sus prejuicios no se cumplieron. El tono de los discursos oficialistas fue tranquilo.

Alguno de los que por obediencia debida siguieron a la dupla bonaerense confesaban sentirse haciendo “un papelón solo justificado por la locura de Patricia Bullrich que nos llamó a todos para que ni siquiera bajemos a sesionar”.

Bullrich quedó como la gurka. Hasta Mauricio Macri fue mucho más sensato tuiteando algo acorde la misma noche del jueves. Hay que ver en los próximos días qué pasa con su cargo partidario. Está claro que Patricia está como nunca tensando la cuerda. Y no son pocos los que ya no toleran su juego individualista y sus posturas extremas.

El intento de asesinato de CFK debería ser un antes y un después. Ya no hay lugar para determinados discursos en la democracia argentina. Si el atacante de la vicepresidenta viviera en Alemania estaría preso aún antes de portar el arma por alguno de los tatuajes que luce su cuerpo. Así se preservan los países que tuvieron pasados nefastos de no caer nuevamente en el futuro. Argentina tiene una democracia adolescente. Y la democracia no es a prueba de balas.

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