Una camiseta es una camiseta y siempre fue una camiseta, pero ahora –como con todo– parece que hay que decir cosas con eso. Con la imagen de Messi agarrándose el pecho al frente de la acción, el seleccionado argentino de fútbol presentó el lunes su camiseta alternativa para el Mundial Qatar 2022. Es un diseño violeta, que, según se apuraron en decir: “Está inspirado en la igualdad de género, la diversidad y la inclusión”.
El violeta representa la lucha feminista desde que, a principios del siglo pasado, las sufragistas inglesas lo tomaron –junto al verde y el blanco– como los colores representativos de la conquista del voto. Como explica la activista Emmeline Pethick, “el violeta, color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el derecho al voto, simboliza su conciencia de la libertad y la dignidad”.
Hasta ahí, todo muy bien. Pero las contradicciones son tantas como la importancia del gesto de defender a los oprimidos cuando la copa se juega en un país donde por ley las mujeres son reducidas a la tutela masculina –incapaces de decidir sobre sus vidas y sus cuerpos– y eventualmente lapidadas si osan rebelarse; y la homosexualidad y las disidencias en general están penadas con la cárcel. Entonces sí, ahora que hasta las camisetas hablan, no es malo que al menos lleven ese mensaje a Qatar.
Los jugadores no eligen en dónde competir, y tienen formas de marcar su postura frente a eso. Ya lo hizo Lewis Hamilton: el siete veces campeón del mundo de la F1, corrió el Gran Premio de ese país, en noviembre último, con un casco con los colores de la bandera LGBTIQ+, en contra de la desigualdad y la falta de derechos en la sociedad qatarí. Es lo que hace tambien nuestra Natalia Oreiro cada vez que se convierte en Nasha Natasha para cantarle al público ruso: se embandera a favor de las minorías perseguidas.
De nuevo, las contradicciones son muchas. ¿Alcanza con un statement mientras se siguen haciendo negocios –y a veces de lo más turbios– con países que violan sistemáticamente los derechos humanos? ¿No es una manera de aplicarle, intencionalmente o no, el famoso purple-washing –un balsámico baño de progresismo violeta– a una sede que no lo merece? ¿Es meritorio o loable –como para agarrarse el pecho– defender el escudo con orgullo en esas condiciones?
El mes pasado Cherquis Bialo escribió en una nota de Infobae que “si Grondona estuviese vivo, no habría Mundial en Qatar”. No podemos hacer ciencia contrafáctica, pero sabemos que pocos conocieron mejor al dirigente más encumbrado del fútbol argentino que ese periodista que además fue su vocero y el encargado de comunicar su muerte, en 2014. Bialo sostiene que ese patriarca privilegiadísimo, blanco, heterosexual y atado a la inquietante máxima “Todo Pasa”, decía que entre las mil razones para que Qatar no fuera sede –empezando por las dudas sobre una supuesta elección espúrea, que derivaron en el llamado FIFA Gate–, la Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol no le podía dar la organización de un mundial a un país que no le permite la entrada a las mujeres, a los gays y a los judíos”.
Insisto: lo decía Julio Grondona, quizá la imagen más patriarcal del deporte argentino, salvando ahora al padre abusivo del tenista Guillermo Pérez Roldán. Durante casi cuatro décadas, Grondona decidió sobre el destino de los argentinos mucho más allá de la cancha, pero sin embargo, dice Bialo, se hubiera impuesto contra la misoginia, la homofobia y el antisemitismo qataríes.
Los hechos sin embargo le dieron la razón a su célebre anillo, y es que, en efecto, todo pasa. Ahora la selección y miles de argentinos dispuestos a quemar sus últimos dólares para ver in situ al equipo de Messi planean partir alegremente a Qatar y hasta se ríen por lo bajo de las restricciones impuestas para los turistas. La pelota no se mancha. Ni siquiera con la sangre de los mártires de la Sharia.
Lo vimos en Rusia y aún está fresco: finalmente tampoco somos mejores. ¿O no recuerdan acaso al argentino que se aprovechó de la inocencia de una chica rusa para filmarla diciendo obscenidades que no entendía y, de paso, compartirlo en sus redes, como prueba de su hazaña? Ni vale la pena ir tan lejos, lo vimos también en el fútbol local, y hace menos de tres meses, cuando uno de los principales dirigentes e ídolos de Boca, Juan Román Riquelme, defendió abiertamente a un jugador imputado por abuso sexual, como es Sebastián Villa.
La razón se parece bastante a la que ahora reunirá a los equipos de todo el mundo en la tierra donde la violencia machista mata a diario sin pudor ni cifras –porque se impide incluso el trabajo de organismos internacionales que las midan– y desaparece sin consecuencias a las mujeres y homosexuales que no tienen perfiles públicos relevantes (es decir, sin un marido o un padre que los cuide). En el fondo, jugar en Qatar o en Rusia –y disfrutar de los partidos– responde, además del dinero, a los mismos códigos de macho que rigen en todo el fútbol y, en general, en todos los deportes. Lo que pasa en el vestuario, queda en el vestuario. De lo que ocurre afuera no es necesario hablar demasiado, y tampoco tiene consecuencias. Tal vez baste con una camiseta. Tal vez no signifique tanto: el mismo capitán que ahora posa con la de la igualdad tuvo durante años el auspicio de la Fundación Qatar en la número 10 del Barcelona.
Sobre Villa, una última digresión: importó más que se lesionara jugando esta semana, que cuando lesiona mujeres para atacarlas sexualmente. Es la gran preocupación del periodismo deportivo por estos días: la rodilla de Villa ocupó más debates que las tres denuncias por abuso que pesan en su contra. “Villa sigue demostrando que es el mejor jugador del fútbol argentino, como lo dijimos hace dos años. Se lo ve muy tranquilo y muy bien. Es desequilibrante y, si no hace goles, los hace meter”, dijo Riquelme cuando ya se sabía que el jugador xeneize había sido acusado de violencia e, incluso, que no era la primera vez. Para Riquelme –pero en realidad para la mayoría de los dirigentes y espectadores– nada de eso significa mucho mientras se ganen partidos.
Un caso más reciente es el de la hincha de Racing Carla Reino, que fue agredida por un barra en un partido de local el 5 de marzo contra Talleres. Aunque pidió explicaciones y el club tiene un departamento de género y comparte en redes su supuesto compromiso, ella asegura que Racing no la apoyó “en nada”. De eso hablamos cuando hablamos de purple-washing: de lo que se declama en un posteo o en una camiseta pero no cambia en los hechos.
¿Qué dice la camiseta violeta por la igualdad cuya historia tan oportunamente planteó su sponsor oficial –Adidas– en un mundial en donde darse un beso es un escándalo que a un gay o a una mujer le pueden costar la libertad y la vida? En Adidas dicen que “a través del deporte tenemos la oportunidad de cambiar la vida de las personas, y el fútbol es uno de los instrumentos ideales para transformar la realidad”. Y tal vez sea cierto. Ojalá.¿Qué dice la camiseta violeta por la igualdad cuya historia tan oportunamente planteó su sponsor oficial –Adidas– en un mundial en donde darse un beso es un escándalo que a un gay o a una mujer le pueden costar la libertad y la vida? En Adidas dicen que “a través del deporte tenemos la oportunidad de cambiar la vida de las personas, y el fútbol es uno de los instrumentos ideales para transformar la realidad”. Y tal vez sea cierto. Ojalá.
Ojalá también, ya que se venderán miles de camisetas carísimas por esta causa que, al menos en sus pretensiones es noble, alguna parte de las ganancias se destine a la prevención y ayuda contra las violencias, o a fomentar la igualdad de los planteles de fútbol femenino que hoy juegan en condiciones tan dispares.
Si de algo sabe el feminismo es de aprovechar oportunidades que nos suelen ser negadas, y esta es una para mostrar en medio de esa fiesta de la restricción del derecho y la libertad, que al menos para algunos es importante decir que eso está mal. Las contradicciones son muchas, pero el Mundial se juega igual. Tal vez la mejor cábala sea mirarlo con nuestra camiseta suplente y esperar que esto no sea sólo otro lavado de cara o una campaña de marketing a expensas de las mayores afectadas. Una vez más, ojalá.
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