Auspiciada por la ONU y con la asistencia de delegados de numerosos países, del 19 al 30 de agosto de 1974, se celebró en Bucarest, Rumania, la Conferencia Mundial de Población. En plena Guerra Fría, con el telón de fondo del enfrentamiento ideológico protagonizado, por un lado, por los Estados Unidos y sus aliados a la cabeza del bloque liberal-capitalista, y, por el otro, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y los Estados bajo sistemas marxistas-colectivistas, esos “enemigos” habrían de unirse para dejar en evidencia, inesperadamente, un nuevo (¿acaso el de siempre?) antagonismo: el Norte (rico y desarrollado) contra el Sur (pobre y subdesarrollado). La grey seguidora de Karl Marx y la discípula de Adam Smith dejaban a un lado sus diferencias para hacer frente común a un desafío emergente.
La investigadora Susana Novick lo explica así: “La conferencia consideró las políticas y programas de acción necesarios, en materia de población, para promover el bienestar y el desarrollo de la humanidad; como así también los problemas demográficos fundamentales y su relación con el desarrollo económico y social. La importancia de ella residió en que fue la primera reunión sobre población que excedía los estrechos límites de la ciencia demográfica y se proponía acciones y políticas concretas a nivel mundial” (“La posición argentina en las tres conferencias mundiales sobre población”, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA).
Un grupo de países, liderados por la posición argentina, formularon numerosas enmiendas al proyecto antinatalista promovido por las grandes potencias
El punto es que, con independencia de las buenas intenciones que surgirían, en apariencia, de lo señalado, la Secretaría General de la Conferencia elaboró un borrador de declaración final, conocido como “Plan de Acción Mundial sobre Población”, en base a documentos elaborados en las reuniones preparatorias de la Conferencia, instrumento que empezó a circular entre las delegaciones de los distintos países.
El contenido del proyecto dejó en evidencia la ideología que inspiraba a los delegados de los países del Norte industrializado, sin importar que fueran capitalistas o marxistas, ya que en esto hubo sugestivas coincidencias y sería severamente cuestionado por un grupo de países que, liderados por la posición argentina en la Conferencia, formularon numerosas enmiendas al proyecto, lo que resultó, en los hechos, en la elaboración de un nuevo documento sobre otros ejes ideológicos completamente distintos a los imaginados desde la Casa Blanca y el Kremlin.
Los países dominantes del Hemisferio Norte –pero específicamente EEUU y Europa Occidental- partían de la premisa ideológica falsa propuesta a comienzos del siglo XIX por el economista británico Thomas Malthus, según la cual “en el mundo no hay lugar suficiente para todos” y por tal motivo, como nos recuerda Novick, “la tendencia de todos los documentos fue mostrar como alarmante el crecimiento de la población y pregonar el control de la natalidad como solución ante los problemas de escasez de alimentos y bajo nivel de desarrollo de ciertos países”.
“Sin embargo -sigue Novick- los países del mundo considerados más pobres unieron sus esfuerzos en pos de conseguir que no se tratara de implementar una única solución ante un problema que, más que demográfico, era económico y social.”
Vale decir que, de acuerdo a los documentos preparatorios que circularon entre las delegaciones, según la mirada del Norte ya industrializado, la ayuda al Sur subdesarrollado no pasaba –por ejemplo- por otorgar créditos blandos para infraestructura básica, desarrollos agrícolas, radicación de industrias, ayudas concretas en salud y educación, etc. No, la ayuda a los pobres pasaba, sola y exclusivamente, por repartir anticonceptivos y evitar el crecimiento poblacional. Es por esta razón que a partir de ese momento se comenzó a hablar en ciertos sectores (sobre todo de la izquierda sudamericana) de “imperialismo contraceptivo” a esta curiosa, y por cierto racista, forma de entender la “ayuda” a los países periféricos. En otros términos, ante el dilema de una mesa con porciones de alimento limitadas, algunos de antemano manejaban como único plan posible, la eliminación de comensales. Otros, en cambio, propondrán tratar de ampliar la mesa sin eliminar comensales.
En dicha Cumbre tuvo destacada actuación la comisión argentina, que venía preparándose desde meses antes con la intervención personal de quien había sido Ministro del Interior hasta pocos días antes, Benito Llambí, quien finalmente no viajó a Rumania. En sus memorias publicadas décadas después, con el título Medio siglo de política y diplomacia, Llambí escribió: “La Argentina había carecido por muchos años de una política poblacional. Procurábamos subsanar esa falencia lo más rápidamente. Se había trazado una meta: llegar al año 2000 con cincuenta millones de habitantes.”
La comisión argentina en Bucarest no hará más que llevar a ese foro internacional, y sobre un tema tan sensible, la posición previamente asumida e implementada por el gobierno de Juan Domingo Perón, continuada por la presidente María Estela Martínez de Perón luego del fallecimiento del líder en julio de ese mismo año. Como se señaló en una nota anterior en Infobae, ya en el Plan Trienal (1974/77), “se advertía de las ‘serias consecuencias sociales (del envejecimiento de la estructura poblacional) en lo referente a la vitalidad del país y de las perspectivas para su futuro”.
Para sorpresa de los delegados norteamericanos, la Argentina propuso más de sesenta enmiendas al borrador, que prácticamente lo convertían en otro documento distinto del pergeñado en la oficina oval de la Casa Blanca. También los Estados Unidos de Norteamérica vivían horas de agitación interna en lo institucional. El presidente Richard Nixon había renunciado el 9 de agosto tras el escándalo “Watergate”. Sin embargo, la posición norteamericana en Bucarest estaba garantizada dado que el Secretario de Estado, Henry Kissinger, seguía en el estratégico puesto bajo la presidencia de Gerald Ford.
Los ejes de la contrapropuesta argentina pasaban por los siguientes puntos: que la definición de políticas demográficas son parte de la soberanía propia de cada nación; que la superpoblación, como problema, es ajeno no sólo a nuestro país sino a todo el continente americano siendo, en cambio, un problema la mala distribución de su escasa población; que los procesos migratorios, convenientemente regulados, son fuente de riqueza y crecimiento para las sociedades y no al revés; finalmente, y quizás el punto más conflictivo en donde quedaba demostrado el choque de miradas antropológicas y filosóficas antagónicas, que las medidas que propone el Plan para superar las dificultades del alto crecimiento de población para los países en vías de desarrollo son todas de carácter limitativo de su población, pero en cambio no se mencionan otras medidas de tipo económico, comercial y financiero que estas naciones han reclamado reiteradamente.
Como bien razona Novick, “Estados Unidos, el gran perdedor de esta Conferencia, se decidió por el control de los nacimientos y la planificación familiar; posiblemente confiaba en que el Plan no se modificaría, pero sucedió lo contrario. A pesar de la preparación y de los medios disponibles de su delegación, su falta de habilidad política fue clara y quedó muchas veces en posición desairada.”
Por supuesto que Henry Kissinger no se cruzaría de brazos. Tiempo después dejaría sentado por escrito, en un documento del Departamento de Estado que sería desclasificado años más tarde, que los objetivos estratégicos puestos sobre la mesa en Bucarest no sufrirían modificación alguna en cuanto al objetivo de detener el crecimiento de la población de los países en desarrollo y preservar, así, las reservas naturales para un club selecto de naciones que ya habían logrado su desarrollo industrial y agotado en buena parte los recursos naturales necesarios para ello. Sólo sería cuestión de cambiar la estrategia, sobre todo la comunicacional.
Fue la última ocasión en la que nuestro país, con una clara política interna de fomento del crecimiento poblacional, supo ser actor protagónico y no mero espectador de las decisiones de otros en el ámbito de la política internacional.
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