La Masacre de Trelew y su recuerdo en tres dimensiones

A 50 años del fusilamiento de 19 militantes -16 muertos y 3 heridos- en Base Aeronaval Almirante Zar de Trelew, algunas reflexiones para debatir

Se cumplieron 50 años de la fuga del penal de Rawson y la Mmasacre de Trelew

Como dice un joven pensador argentino, a veces periodista y muchas veces fino analista: “las verdades de uno se parecen mucho a las mentiras”.

Hecha esta aclaración, válida para quienes interpretamos desde recuerdos propios aquellas jornadas que transcurrieron entre el 15 y el 25 de agosto de 1972, permítaseme ofrecer una versión, desde ya sujeta a la característica del “apotegma” mencionado y que carga con las condiciones de ser una verdad relativa y sujeta a la posibilidad que, en esa clave, pueda convertirse en una mentira.

Finalizando este prefacio agrego una apasionante frase de autora olvidada (solo recuerdo que era mujer) que dice “No hay nada que engañe más que los recuerdos”.

Y ahora una vez pasado el 50 aniversario de la Masacre de Trelew, ofrezco unas líneas para el debate.

Este escrito tiene que ver con cierta importancia que asigno a la memoria histórica sostenida, no en versiones encastadas sino en alguna masividad popular. Y los temas ocurridos en la Base Aeronaval Almirante Zar de Trelew gozan de esa calidad que pocos episodios de nuestra historia política ameritan.

Precisamente en defensa de esa magnitud, importante para con un recuerdo vinculado a “guerrilleros” y “violencia” que es extraño a los cariños positivos de nuestra sociedad, es que intentaré poner dimensiones sobre aspectos de esas evocaciones.

La razón que se conmemore el 22 de agosto es por ser la fecha en que un episodio ocurre y sobre él concurren dos miradas sobre ese mismo hecho. Una, la más simple, el recuerdo con dolor y bronca, con honra y orgullo por las y los diecinueve militantes fusilados (16 muertos y 3 heridos). Este es el dato preponderante que otorga significado y significante a esa fecha. Por algo se llama “masacre de Trelew”. Esta es la importante

Otra indagación nos coloca ante el dato fáctico de cómo responde un sector de la sociedad y la política argentina ante determinada situación de conflicto y que en este caso denota la bestialidad de una fuerza militar disparando contra detenidos desarmados. No por la desmesurada violencia es original. Ya habían ocurrido los bombardeos a civiles en Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 y los fusilamientos de José León Suarez en 1956. Todas respuestas a situaciones políticas, brindadas con sangre, fuego y desde el uso estatal del poder militar y represivo y siempre, en superioridad numérica. Cobardía, en términos borgeanos, al palo.

Esta es la primera dimensión que el título de la nota refiere. Y es la que, tal vez, sintetice lo masivo en virtud de su extendido recuerdo y de su cuantificado impacto al momento de ocurrir en 1972.

Los 16 muertos del fusilamiento en la Base Aeronaval

Otra dimensión la vemos durante los días posteriores cuando entre el 24 y el 25 de agosto se intenta velar en la entonces sede del PJ nacional de Avenida La Plata a tres de los fusilados. En una admirable vinculación de identidades, historias, experiencias y sentimientos se entremezclan lágrimas en curtidos y veteranos rostros peronistas, llegados de muchas barriadas y de organizaciones gremiales con lozanas y juveniles caras que lucían recientes y originales militancias y todos custodiando con cierta veneración tres ataúdes donde yacían muertas y muertos tres guerrilleros sin que a nadie le importara demasiado la identidad política de los mismos.

De hecho, ninguno se correspondía con el escudo que daba filiación al lugar físico del velatorio (eran Capello y Ana Villarreal del ERP y María Sabelli de unas FAR cercanas, pero no definidas por el peronismo).

Esa conjunción etaria y de militancias diversas que, en ocasiones recientemente anteriores y mucho más posteriores, significaban aprietes, pechazos, piñas y tiros. Esa combinación formidable de “pecetos” sindicales, sesentonas teñidas de rubio gritando por la Evita peronista al lado de jóvenes en jean gritando por su Evita montonera, forzudos laburantes del sindicato portuario, de gráficos y metalúrgicos con lozanos peronistas con tendencia y sin tendencia, izquierdistas varios, vecinos progresistas y algunos que a pesar de su juvenil apariencia también cargaban cierto y pesado aspecto, hizo que el dato de la unidad se manifestara allí, concreto y fáctico.

Todos juntos resistieron la entrada de las tanquetas de la Federal al mando del sádico comisario Villar. Todos juntos pusieron pechos, tetas, brazos y cabezas para aguantar la reja de entrada finalmente vulnerada por la fuerza indetenible. Todos juntos, ya detrás de las tanquetas siguieron peleando en el esfuerzo más ligado a la emoción y el heroísmo que a la esperanza de una victoria arrojando piedras, botellas y hierros de la reja contra cualquier cabeza policial que asomara por la torreta de los vehículos guerreros que la Federal estrenaba ese día.

Y todos juntos, finalmente y como último intento casi bíblico y dantesco de defender sus muertos y evitar que crucen el rio Estigia en la barca de Caronte (figura de la mitología griega que lleva las almas de los muertos) pelearon a manotazos por el dominio de los ataúdes, uno a uno, disputando cada manija y cada espacio que podía ser tomado.

Se fueron, los horribles, robando los ataúdes.

Atávica y reiterada costumbre de los gorilas argentinos.

El 15 de agosto fue la fuga del penal de Rawson. El plan falló: Tenían que fugarse 110 detenidos. Lograron salir 25. Y pudieron escapar 6

Esa fue la unidad notoria de ese día, no de organizaciones armadas o desarmadas ni de dirigencias políticas lejanas y acostumbradas a hablar de unidad sin unirse.

La unidad de los miles que fueron a un velorio y participaron de una batalla digna. Y la unidad sobredicha en la generosidad del Partido Justicialista en ofrecer su sede para albergar últimos adioses a militantes extraños a su propio linaje.

Y tenemos una tercera dimensión como advertimos en el título.

Es la de ver el 15 de agosto cuando ocurre la fuga del Penal de Rawson.

Con todo el respeto posible por quienes estuvieron, prepararon, hicieron y planificaron digo que fue una acción fallida. Salió mal.

No están en juego valentías, capacidades y decisiones tomadas. Sí digo que fue un episodio aparatista. De organizaciones que juntaron aparatos de inteligencia y militares. Una acción donde las armas pesaban más que la política.

Una decisión que, por ejemplo, el enorme gremialista Agustín Tosco preso en esa cárcel se negó a acompañar.

Tenían que fugarse 110 detenidos. Lograron salir 25. Y pudieron escapar 6.

No importan los errores que produjeron las fallas en la acción.

¡Quien no los comete en medio de tanta presión, dificultades técnicas y de infraestructura, malas comunicaciones! No está en juego nadie de los que protagonizaron esa noche.

Cuento, solo cuento, que de 110 que debían salir solo lo lograron 25 y de esos, solamente 6 tomaron el avión rumbo a Chile y a su libertad.

Entonces, como corolario de ver tres dimensiones sobre estas fechas de las que se están cumpliendo 50 años, digo que el orden de importancia pasa por el 22 de agosto en virtud de su permanencia y masividad histórica, luego por las jornadas del 24 y 25 de agosto por la unidad demostrada y solo en tercer lugar, puede recordarse el 15 de agosto fecha de la fuga.

Cualquier cambio de orden merece un debate sincero.

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