Mauricio Macri fue elegido presidente a pesar que una parte de la sociedad y de la Justicia lo consideraba contrabandista, espía y corrupto. Cristina Kirchner fue elegida vicepresidenta a pesar que otra parte de la sociedad la creía chorra y hasta, como el fiscal Luciani, Jefa de una asociación ilícita. Unos años antes Carlos Menem había sido reelecto cuando ya las causas contra él y sus funcionarios inundaban los tribunales de Comodoro Py. Está claro que la moralidad en Argentina no está ponderada como atributo a la hora de elegir en el cuarto oscuro quién comanda los destinos del país. No es una hipótesis. Es un hecho fáctico. Las pruebas están en el resultado electoral.
Sin embargo, la discusión sobre la ética de los demás es impulsada desde todos los sectores políticos, tiene rating y es el festín de los medios. La conclusión es tan real como dolorosa: los cínicos somos nosotros, los votantes. No sólo los dirigentes. Nos la pasamos hablando de ética y terminamos votando sin que nos importe nada más que el bolsillo. Esta es la sociedad en la que vivimos. Y hay que hacerse cargo.
Así como la corrupción es tan añeja en el país que el primer caso documentado data del virreinato de Liniers como bien detalla Álvaro Abós en su libro “Delitos Ejemplares 12 historias de corrupción argentina”, la política del poder judicializada es una realidad de las últimas décadas. Antes que CFK se sentara en el banquillo de los acusados dos otros ex presidentes la habían antecedido. Menem por el contrabando de armas a Croacia y Fernando De la Rúa por la famosa Banelco. Mirando hacia adelante, es muy posible que Macri termine en el mismo sitial.
Ahora bien. Esta semana casi no hubo colectivos en los horarios nocturnos, recortaron el presupuesto nacional hasta en algo tan emblemático como el plan Conectar Igualdad, la inflación sigue haciendo estragos en el bolsillo de los asalariados, el bono que exigen los sectores más radicalizados de la alianza de gobierno (15 mil para los sectores indigentes y 30 mil para los trabajadores formales) sigue sin hacerse realidad, sin embargo el oficialismo y la oposición se enfrentaron en el barro para ver quién tiene el trasero más sucio en vez de buscar salidas a los problemas reales de la gente.
Si algo quedó claro ayer es que la palabra diálogo, esencia de toda democracia y de toda república, le queda grande a la mayoría de la actual clase dirigente. Y en la ruptura de esos puentes ganan siempre los extremos.
Hay que decirlo con todas las letras. Fue un error de Horacio Rodríguez Larreta haber vallado el domicilio de CFK. Las caras adustas que lo acompañaron en la conferencia de prensa nocturna lo dejaron claro. El gobierno de la ciudad puede aducir que lo hicieron para custodiar a sus votantes (los vecinos de Recoleta claramente lo son) pero a la vista de lo sucedido fue peor el remedio que la enfermedad. Larreta le dejó servida a Cristina una movilización que no sólo unificó al peronismo sino que transformó simbólicamente la esquina de Uruguay y Juncal en la nueva Martín García (el lugar donde estuvo preso Perón en el 55). El paralelismo entre el 17 de octubre de Perón y el 27 de agosto de CFK es una inevitable obviedad. Aunque la primer fecha esté impregnada en los libros de historia y la segunda —por la vorágine de los acontecimientos— pueda ser olvidada en una semana.
Pero el segundo error de Larreta es que encima tuvo que terminar capitulando. Anoche se fueron antes las vallas y los carros de asalto que los militantes. Si en vez de un error táctico, lo hizo como una jugada estratégica para capturar el voto halcón del electorado y quedar en la escena pública como antagónico a Cristina, ahí estuvo atenta Patricia Bullrich para mojarle la oreja. Cuando Horacio ya había terminado su comunicado verbal (se anunció como conferencia pero no se permitieron preguntas) la precandidata a Presidenta tuiteó: “Ni un paso atrás. Para eso nos votan”. Para entonces la Policía de la Ciudad ya había retrocedido no uno sino cien pasos.
Asesores de campaña debe tener miles, pero Larreta tiene que pensar seriamente que nadie puede ir en contra de su esencia. El no es halcón. Es paloma. Su principal contrincante hoy no es Cristina. Es Mauricio. O son los dos. Pero cada vez que él, como ayer y por un error, acrecienta la grieta, pierde posiciones. Porque si hay algo claro para el 2023 es que el electorado de uno y otro lado no van a ir por las fotocopias sino por los originales.
Horacio yendo atrás de Mauricio (y de Patricia) reprimiendo en vez de dialogando, parece Alberto cada vez que quiere congraciarse con el voto de Cristina, extrema sus posturas y termina diciendo barbaridades en público como el miércoles en un set de televisión.
Las fortalezas de Horacio sobre Mauricio son muchas. Capacidad de trabajo (vs reposera) ante todo, confianza real de los factores de poder y capacidad de diálogo y consenso. De hecho sus funcionarios venían hablando con los kirchneristas hasta que aparecieron las vallas. La comunicación directa era de Marcelo D’Alessandro, ministro de Seguridad, con Cecilia Moreau, como ladera de Máximo Kirchner.
La noche del viernes habían coincidido telefónicamente en cortar con las bengalas y los cánticos a las doce de la noche cuando la manifestación se había empezado a desbordar. Después llegó la tormenta y ayudó. Pero en ese ida y vuelta nunca avisaron que vallarían. Y ahí se desató la furia.
“Ellos piensan que si no hacen esto Macri les gana. Y les va a ganar igual. Pero no por esto. Sino por la falta de personalidad ante los métodos de Macri”, decía indignado a primera hora de la mañana uno de los líderes de La Cámpora. Para entonces, Andrés “Cuervo” Larroque se paseaba por las radios afines dejando claro que CFK 2023 no fue sólo una gorrita al pasar que se puso Cristina en la puerta de su casa esta semana y que la marcha convocada en principio para ayer en distintos puntos de la metrópolis se trasladaba a Recoleta.
El resto se trasmitió por televisión. Y, cual partido de fútbol, cada hinchada vitoreó para su lado. La movilización del peronismo detrás de Cristina es un hecho ineludible. Y la existencia de ella en la política nacional como presente y futuro -no sólo como pasado- también. Del otro lado lo mismo acontece con Mauricio. Son líderes más allá y más acá de los sondeos de opinión y de las encuestas.
Cristina ya demostró en el 2019 que está dispuesta a todo con tal que Macri no vuelva al poder. Ahora está haciendo lo propio. La causa de Vialidad le dio un respiro ideológico. Pero sus bases y su propio hijo (el viernes en Avellaneda ante los metalúrgicos Máximo lo dejó claro) le recuerdan que el actual gobierno aún tiene pendientes con sus votantes. Y el reparto de la torta, nada mas ni nada menos, es el reclamo principal. Por ahora ella -pragmática- les hace tomar aceite de ricino y deja que Sergio Tomás Massa intente encarrilar la macroeconomía para que el gobierno no desbarranque.
Las señales por ahora son todas hacia el establishment y el FMI. Pero se supone que algún tiro para el lado de los justos llegará. No en vano el viernes Máximo y Sergio almorzaron en el congreso antes que el diputado reclamara el bono de 30 mil pesos para los trabajadores en la UOM de Avellaneda.
Ahora hay que ver a qué está dispuesto Mauricio para que no se quede Cristina. Ahí se dirime su liderazgo de la coalición opositora. Sus alfiles están prestos para la batalla. Todo indica que el flamante abuelo definirá a último momento si protagonizará o no la “patriada” del regreso.
Por lo pronto se prepara. Está claro que no quiere internas ni paso. Quiere ser, llegado el caso, el candidato de la unidad. Así que sus equipos de trabajo auscultan con detalle las partidas presupuestarias de la ciudad en busca de algún indicio que, llegado el caso, le sirva para convencer a Horacio a deponer su intención presidencial.
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