El 17 de octubre de 1945 una multitud salió a las calles para reclamar la libertad de Juan Domingo Perón, que estaba detenido en la Isla Martín García por la dictadura militar que gobernaba desde junio de 1943. El 27 de agosto de 2022 un grupo de personas –cientos, tal vez un par de miles— forcejeó con la policía porteña para poder acceder a la puerta del departamento donde vive la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. El primer episodio cambió para siempre la vida política del país. Es posible que sea aventurado sacar una conclusión en tiempo real, pero difícilmente lo que ocurrió ayer, más allá de la voluntad de sus protagonistas, tenga alguna trascendencia histórica. A la misma hora de los incidentes, si sirve como referencia, muchas más personas habían pagado su entrada para ver el partido de Argentinos Juniors contra Platense. Pero uno nunca sabe.
Durante toda la semana, desde el mismo momento en que el fiscal Diego Luciani pidió doce años de prisión para la vicepresidenta, muchos dirigentes del kirchnerismo apelaron al recuerdo de aquel 17 de octubre. Juan Grabois, por ejemplo, comparó las vallas colocadas por el gobierno porteño con el intento de los militares de levantar los puentes para que los trabajadores bonaerenses no llegaran a la capital en 1945. Es habitual que algunos dirigentes exageren algunas situaciones. No hay nada de dramático en eso. Pero convendría preguntarse si esos análisis no son fruto de un microclima exacerbado que, por momentos, pierde contacto con sectores más amplios de la sociedad.
A diferencia de lo que ocurría el 17 de octubre de 1945, la Argentina vive hoy bajo una democracia plena. No solo eso. Gobierna el peronismo y sus principales líderes ocupan roles centrales en el Estado nacional. Ninguno de ellos está detenido. La vicepresidenta Cristina Kirchner, tal vez la principal líder peronista, enfrenta un proceso que conducen jueces elegidos durante largos años de democracia y a través de los métodos que establece la constitución nacional. La mayor parte de esos años el país fue gobernado por el peronismo. El peronismo controló, además, la mayoría del Senado, que es la cámara clave para designar a esos jueces.
Recientemente, la Vicepresidenta resultó sobreseída en otras causas. En este caso, hubo una excepción: un fiscal pidió que le aplicaran doce años de prisión. No es la primera que sufre este tipo de situaciones. Algunos de sus antecesores en la presidencia pasaron antes por disgustos parecidos. Carlos Menem y Fernando de la Rúa, por ejemplo, fueron sometidos a procesos judiciales. El primero de ellos fue, además, detenido. Luego fue condenado, pese a lo cual pudo ser senador hasta el día de su muerte. En otros tiempos, muy lejanos, los presidentes democráticos eran derrocados. Uno de ellos estuvo exiliado durante 18 años. Otra, detenida durante 4. Nada de eso ocurre ahora.
La sentencia respecto de la Vicepresidenta aún se desconoce. Pero si le fuera adversa, podría apelar ante dos instancias más. Para ello, cuenta con la asistencia de prestigiosos abogados que serían impagables para la inmensa mayoría del pueblo.
Las diferencias con aquel 17 de octubre aparecen en todos los frentes. Algunos son geográficos: la multitud que liberó a Perón se dirigió a Plaza de Mayo; los militantes kirchneristas fueron en cambio hacia el elegante barrio de la Recoleta, donde está ubicado el departamento que habita Kirchner.
Otros frentes tienen que ver con la manera en que se desarrollaron los hechos. En un caso, miles de trabajadores cruzaban el riachuelo con miedo a ser reprimidos por una dictadura. Ahora ocurrió algo distinto. Luego de la acusación contra Cristina, una cantidad no demasiado numerosa de militantes ocupó durante varios días la calle donde vive su líder. Los vecinos se quejaron por los ruidos y la dificultad para transitar. Los manifestantes que respaldaban a la Vicepresidenta lanzaban bengalas, tocaban bombos y comían choripanes. Desde algunos balcones, les arrojaron huevos.
Una de esas noches, llovió. Eso dispersó a los militantes y el municipio, entonces, aprovechó para colocar unas vallas. La Vicepresidenta denunció la supuesta arbitrariedad. “¡Intentan cercar a la vicepresidenta!”, advirtió. Y su gente fue a rescatarla del cerco, a protestar contra la aparición de vallas. El ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, explicó que le habían prohibido la libertad de movimiento a la Vicepresidente y que eso no tenía antecedentes. Pero Cristina podía salir a dónde quisiera. Para sus vecinos, en cambio, era más complicado.
En cualquier caso, luego de una tarde de zarandeos, escaramuzas y forcejeos, parece que el pueblo triunfó y la policía se retiró. Para algunas personas, fue una victoria, una especie de gesta que recrea la mística de la militancia. Tal vez. Otra posibilidad es que una inmensa mayoría social ignore lo que ocurrió, porque estaba pasando un sábado agradable, o que se haya sorprendido al ver cómo un grupo de gente exaltada se peleaba con la policía por vaya a saber qué cosa. Al final del 17 de octubre, Perón habló a la multitud en plaza de mayo. Ayer a la noche, Cristina Kirchner lo hizo en la puerta de su departamento.
Cuando se produjo el 17 de octubre, por lo demás, Juan Domingo Perón era una esperanza para millones de personas porque, desde el cargo que ocupaba, había comenzado a construir un régimen de derechos inéditos para los trabajadores argentinos. Su popularidad era gigantesca y lo acompañó hasta el día de su muerte. La Vicepresidenta, en cambio, está más complicada. Es miembro de un gobierno muy desprestigiado, en parte, por el violento aumento del costo de vida, y también por una obscena pelea protagonizada por ella misma y por el presidente que ella eligió como candidato. En las últimas elecciones, de hecho, el peronismo obtuvo el peor resultado en toda su historia. Hace apenas un mes, además, la misma Vicepresidenta apoyó la designación como ministro de Economía de un dirigente que ha emprendido un profundo ajuste del gasto público, recortando gastos en educación y en salud pública.
Pese a todo ello, Kirchner ocupa un rol central en la vida de los argentinos. Por eso, tal vez, el pedido de condena en su contra desató una cadena de episodios muy intensos. Hubo un conato de enfrentamientos entre sus partidarios y sus detractores en la puerta de su casa, un largo discurso suyo donde curiosamente pidió a la Justicia que investigara a su propio marido ya fallecido, una intervención fallida del Presidente de la Nación donde deslizó que está dispuesto a indultarla, un pedido de juicio político al jefe de Estado por parte de la oposición. Un diputado reclamó que le aplicaran la pena de muerte a la Vicepresidenta. Un dirigente sindical prometió acomodarle los dientes al fiscal.
Hay, claro, dos interpretaciones extremas sobre el significado de lo que está ocurriendo. Una de ellas sostiene que se trata del triste final de un liderazgo que marcó la vida del país en las últimas dos décadas. Según ese punto de vista, la CFK se aferra al ruido, y a puestas en escena un poco border, para sostener una ficción: no tiene mayoría electoral, es rechazada por una mayoría, no tiene manera de explicar su fortuna. Pero la ley de la gravedad, tarde o temprano, se impondrá, y en pocos meses deberá resignarse a recibir otra derrota que –esta vez de manera contundente— reduzca de manera definitiva su poder. Para este punto de vista, Cristina es pura impotencia y debilidad.
La otra interpretación sostiene que ella sigue siendo la líder de los humildes, que ellos reaccionarán, como lo hicieron con Juan Domingo Perón, cuando vean la persecución y sean testigo de la manera en que resiste, y que los forcejeos de estos días ayudan en esa dirección. Las masas populares, tarde o temprano, saldrán a la calle a defenderla, porque eso enseña la historia, y eso le dará un nuevo envión a su liderazgo. El final feliz de esta historia ocurrirá el año que viene cuando ella se presente a elecciones y triunfe. “Cristina presidentaaaa”, coreaban ayer cuando Kircher apareció.
Según la primera versión, el fuego de estos días se irá apagando. Ahora vienen largos meses de alegatos de las defensas, luego el mundial, luego las vacaciones. Después vendrá el veredicto. Si le resulta adverso, tal vez habrá otro episodio de catarsis, parecido al de estos días, o tal vez más intenso aún y poco más. Y luego la vida seguirá, porque las preocupaciones de la gente, en el día a día, no tienen que ver con el destino personal de la Vicepresidenta.
Pero hay otra perspectiva. Tal vez Cristina haya convencido al pueblo de que el fiscal Luciani pidió su condena no porque ella robó sino porque quiere perseguir al peronismo, disciplinar a los políticos e imponer un régimen de opresión. Si fuera así, la intensidad durará mucho más que algunos días. Está clarísimo que ella no se rendirá tan fácil. Ese fuego no se apaga como si tal cosa.
Veremos.
Solo hay que esperar un poco para saber quién tiene razón.
Mientras tanto, Sergio Massa batalla como puede contra la escasez de reservas.
Mauricio Macri parece cada día más envalentonado. Cada vez que habla, parece que vuelve por todo.
Y el país se agita ante un problema dramático y central para su destino.
¿Qué hacemos con las vallas?
SEGUIR LEYENDO: